En la casa de los Moreno Oriol, el apellido pesa más que cualquier portada, y el ruido mediático nunca fue bien recibido. Allí se prefiere el murmullo de los olivares al susurro venenoso de las tertulias del corazón. Por eso, cuando su hijo Borja comenzó a aparecer en revistas junto a Victoria Federica, en aquel verano de Sotogrande, más de uno frunció el ceño en los salones de El Taray, la finca toledana donde la familia encuentra su idea del mundo: naturaleza, discreción y linaje sin aspavientos.

El noviazgo entre Borja y la hija de la infanta Elena nació en el crepúsculo andaluz de Trocadero, donde él trabaja como relaciones públicas y ella llegaba con paso de princesa moderna, entre gafas de sol y amigos con apellido compuesto. El idilio se cocinó al ritmo pausado de los veranos largos, se oficializó en el Mutua Madrid Open, brilló entre toros en Las Ventas y acabó, como tantas veces, en el silencio de una ruptura confirmada por las fuentes habituales del cotilleo ilustrado.

Ahora, la familia Moreno respira. Lo adelanta Ana Mellado en El Debate y una fuente familiar nos lo corrobora vía WhatsApp "Están aliviados", deslizan con prudencia a cambio de no desvelar la identidad de nuestro informante. No les extraña este alivio a quienes conocen los recovecos de ese apellido de aire aristocrático pero vocación empresarial. No por ella, aseguran, a quien siempre trataron con respeto, sino por el vendaval mediático que arrastra consigo. Borja, centrado ya de nuevo en su trabajo en Sotogrande y en el Grupo Sounds —el imperio nocturno que gestiona locales como Vandido o Castellana 8—, retoma el control de su tiempo sin flashes ni cuchicheos.

Mientras tanto, Victoria fue vista en Mallorca con muletas y el dedo roto, quizá metáfora involuntaria de un amor torcido. En ese mismo instante, en la finca El Taray, donde los tarays se mecen con dignidad centenaria y los patos huyen al primer disparo del alba, la vida sigue como siempre. Gracita, madre de Borja e hija del ingeniero José Luis Oriol, prefiere el rumor de la caza menor al estruendo de Instagram.

En la familia Moreno no hay resentimientos, pero sí una certeza inamovible: mejor una vida sin titulares que un apellido atrapado en los márgenes de la prensa del corazón. Porque en esos salones donde el tiempo parece inmóvil, la fama no es un triunfo, sino una molestia pasajera.

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