Casas Reales

Tras la ruptura amorosa adelantada por Informalia, Victoria Federica sufre una lesión: del verano del amor al verano del dolor

Cumple 25 añitos en septiembre y la no es aquella jovencita que salía trifásica perdida de La Nuit cuando empezaba a saber beber de aquel garito barato de la calle Orense de Madrid donde los pies se pegan al suelo de madera. Ella vive ya otro tipo de veranos, de esos que nacen con promesas de champagne en cubierta y besos al atardecer. Pero también de amores que se desmoronan bajo el peso de una muleta y el silencio de un mensaje sin responder. Victoria Federica, la joven más fotografiada del viejo árbol genealógico borbónico, ha cambiado este julio los yates de Sotogrande por un par de muletas de aluminio, tras golpearse el pie contra un mueble cualquiera. Un gesto doméstico, anodino, casi vulgar, ha sido suficiente para marcar el tránsito entre el amor brillante y la sombra discreta del desamor.

Porque, como avanzamos en exclusiva, la hermanita de Friolán, ha roto. Nada de "habría", como recogen por ahí algunos compañeros preñados de prudencia. La sobrina del Rey Felipe VI ha terminado con su último Borja, y eso que el chico tenía atractivo, noche, juventud y dinero. Una joya.

Victoria Federica y su ex Borja Moreno

Pero VicMor vive los veranos como una religión pagana, y ha reaparecido en Collado Villalba, en la boda de unos amigos, apoyada en esas muletas como quien apoya su ánimo en el último gin-tonic. Allí llegó cojeando pero impecable, vestida de alta costura y envuelta en ese halo de melancolía elegante que tanto favorece a los que han amado recientemente. Su rostro, algo más opaco que de costumbre, dejaba entrever que, más allá de los dedos rotos, algo más profundo también se había fracturado.

La joven, a nada de llegar a su primer cuarto de siglo, suele veranear donde le sale del apellido, o sea, entre Sotigesnde, Ibiza y la nostalgia, pero ha tenido que bajarse un momento del carrusel. Y justo en ese descenso forzoso ha llegado nuestra primicia: Borja Moreno, el relaciones públicas de sonrisa blanca y apellido sin rancio abolengo, ya no ocupa su corazón ni su feed. Informalia dio la noticia con la frialdad de quien anuncia la previsión del tiempo: ruptura amistosa, cielos despejados, nube aislada en el alma. Un amor de un año —los amores duran ahora menos que una temporada de tenis— que ha terminado sin aspavientos ni comunicados, como deben terminar los amores que han sido sinceros.

Él sigue en la costa gaditana, ajeno o tal vez resignado, rodeado de cócteles de autor y listas de invitados. Ella, en cambio, navega con su grupo de íntimos por aguas más agitadas: las de Ibiza, sí, pero también las del desengaño. En su cuenta de Instagram —más controlada que el boletín oficial del Estado— ya no aparece Borja, ni gestos cómplices, ni miradas captadas entre bastidores. Solo el mar, los atardeceres, algún perro y mucha moda. La moda, esa armadura silenciosa que las mujeres fuertes se colocan cuando hay que recomponerse.

Dicen que el accidente ocurrió en la cocina, ese lugar poco frecuentado por los descendientes de reyes. Un dedo contra una esquina, un dolor agudo, una visita al médico y la confirmación: fractura. Victoria no ha tenido reparos en mostrar sus muletas. Quizá porque a su edad todavía se puede mostrar una fragilidad sin perder dignidad. Y sin embargo, hay algo poético en esta caída. Como si el universo, en su modo más pedestre, le hubiese dado un empujón al corazón a través del dedo. El lujo, los vestidos de The IQ Collection, los bolsos de Chanel y los escotes corazón no protegen del golpe seco de la realidad. Un mueble mal colocado puede ser tan letal como una duda a medianoche.

Durante la boda, Victoria brilló con un diseño de Inés Domecq, con cuerpo negro y mangas en beige hueso, como si la tristeza también tuviera su paleta cromática. Posó junto a su amiga María Pineda con esa sonrisa de quien sabe que la foto pasará, pero el dolor del pie —y del alma— tardará un poco más. Nadie sospechó entonces que, tras el vestido entallado, se escondía una fractura. Tampoco que en su corazón se estaba firmando un adiós sin titulares.

La nieta televisiva del Rey Juan Carlos tiene más de 360.000 seguidores. Algunos la veneran como a una deidad millennial. Otros la critican como si les debiera algo. Pero este verano, quizá ella se muestra menos personaje y más persona. Menos influencer y más joven que cojea por amor y por accidente.

No ha hecho declaraciones. Ni falta que hace. A veces el silencio —y unas muletas bien llevadas— dicen más que cualquier comunicado oficial. El amor se va, el pie se cura. Pero la vida, esa extraña pasarela, sigue. Y Victoria, con su andar irregular y su vestido negro con mangas marfil, ya está en ella, dando un paso más. Aunque, de momento, sea con ayuda.

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