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Athina Onassis deslumbra en París y reivindica su lugar: la nieta del armador griego reaparece tras años de silencio

La noche del 6 de julio en París no fue una noche cualquiera. Bajo la cúpula dorada del Museo de las Artes Decorativas, se celebró el Bal d'Été, como ya recogimos, una de las citas más esperadas del calendario social europeo, que da inicio a la Semana de la Alta Costura. Entre aristócratas, magnates, diseñadores, modelos, grandes empresarias, artistas e iconos del cine, una figura brilló con luz propia, no por ostentación ni escándalo, sino por su sola presencia silenciosa y distinguida: Athina Onassis. La última descendiente de una de las familias legendarias (y cinematográficas) del siglo XX eligió esta velada para reafirmarse en el espacio que alguna vez le perteneció por derecho, pero que ella, con admirable discreción, había decidido dejar atrás.

Después de más de tres años alejada de los focos y de la vida pública, su reaparición en sociedad no pasó desapercibida. Vestida con sobriedad y elegancia, lejos del exceso y la ostentación que marcaron a su abuelo Aristóteles Onassis, Athina asistió acompañada por su amiga Marta Ortega, presidenta de Inditex. Fue un gesto medido, elegante y simbólico. Una mujer que, a sus 40 años, parece haber reconciliado su pasado con su presente.

Athina en la Semana de la Alta Costura en París

Una velada entre arte, moda y poder blando

El Bal d'Été de este año estuvo orquestado por la cineasta Sofia Coppola, anfitriona de la noche, quien imprimió al evento un aire de nostalgia glamorosa al más puro estilo de los años veinte. El objetivo de esta otra heredera del gran director de El Padrino, y magnífica profesional ella misma, era recaudar fondos para el Museo de las Artes Decorativas, una institución clave del tejido cultural parisino. Y el resultado fue rotundo: se recaudaron 2,8 millones de euros.

La velada fue una constelación de celebridades cuidadosamente seleccionadas. Actrices como Penélope Cruz, Keira Knightley y Kirsten Dunst (musa de Sofía), vistieron de Chanel y aportaron el toque cinematográfico. Otras herederas como Alexandra de Hannover, Bianca Brandolini d'Adda y las hermanas Niarchos, nietas del antiguo rival empresarial de Aristóteles Onassis, reafirmaron la presencia de la vieja aristocracia europea. El grupo Phoenix, liderado por Thomas Mars, marido de Coppola, puso música en directo a una noche donde la elegancia y la filantropía se dieron la mano.

El despliegue de alta costura y linaje no distrajo la atención hacia Athina Onassis, que con su sola presencia transformó el evento en una suerte de epílogo elegante a una vida marcada por el peso de un apellido que ha sido tanto privilegio como carga.

De la tragedia al silencio elegido

Athina Helene Roussel Onassis cumplió 40 años en enero. Su vida ha sido una tragedia griega en toda regla, escrita con una pluma que mezcla mito, poder y melancolía. Nacida en Francia en 1985, hija única de Christina Onassis y del empresario francés Thierry Roussel, Athina vio morir a su madre cuando tenía solo tres años. Creció en Suiza, bajo la custodia de su padre y su madrastra, Gaby Landhage, en un entorno frío, lejos del estruendo del apellido que había transformado a su familia en leyenda.

Athina junto a su madre Christina Onassis

Desde niña fue una figura cargada de simbolismo: la última heredera del imperio Onassis, la nieta de Aristóteles, el armador que enamoró a María Callas y se casó con Jackie Kennedy. Todo el mundo parecía tener una opinión sobre cómo debía vivir, a quién debía parecerse y cuál era su deber con el legado familiar.

Y fue precisamente ese legado el que provocó su primera gran ruptura: la Fundación Onassis, que por estatuto debía presidir al cumplir la mayoría de edad, le cerró la puerta por considerarla ajena a los valores griegos de su abuelo. Aquella decisión, dolorosa y simbólica, selló el divorcio entre Athina y el mundo que nunca eligió.

Una vida lejos del ruido

Athina eligió el anonimato y la sencillez. Su refugio fueron los caballos, la equitación, el deporte. Se convirtió en amazona profesional, participó en competiciones internacionales y encontró en el mundo ecuestre una pasión que no dependía de apellidos ni de cuentas bancarias.

Athina se formó como amazona profesional

Fue precisamente en ese universo donde conoció a Álvaro de Miranda Neto, más conocido como Doda, un jinete brasileño con quien se casó en 2005. Durante más de una década vivieron entre Europa y Brasil, construyendo una vida aparentemente estable, pero lejos de las luces. La separación llegó en 2016, tras años de rumores de infidelidad y fricciones financieras. El divorcio fue discreto pero revelador: Athina no buscaba titulares ni venganza, solo cerrar un capítulo y seguir adelante.

Desde entonces, su vida se volvió aún más reservada. Evitó los medios, redujo al mínimo su círculo de amistades y concentró sus energías en su trabajo con caballos. La isla de Skorpios, emblema del imperio Onassis, había sido vendida años atrás a un magnate ruso, y Athina no mostró nunca intención de recuperarla. No le interesaba ser un símbolo ni una heredera mediática. Su ambición era otra: ser libre.

La reapertura de un capítulo

Por eso, su reaparición en el Bal d'Été tiene un valor especial. No se trata solo de una noche de gala o de una fotografía rodeada de aristócratas y actrices. Es el gesto visible de una mujer que ha decidido reconciliarse con parte de su pasado, a su manera. La presencia de Marta Ortega, símbolo de una nueva generación de empresarias sobrias y discretas, refuerza esa imagen de madurez tranquila que Athina proyecta hoy.

Marta Ortega y Athina Onassis

No es difícil imaginar que, para ella, cada paso en público tenga un peso simbólico. Cada decisión es cuidadosamente meditada. Su vestido, su compañía, el evento en sí: todo habla de una nueva etapa. A sus 40 años, Athina parece haber hecho las paces con el mito de su apellido. No para revivirlo, sino para habitarlo con sus propias reglas.

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