En la eterna tragicomedia del poder, los titanes a veces se tropiezan. Esta semana, Elon Musk, el empresario que se mueve entre la genialidad y el caos con la misma soltura con la que maneja una cuenta de Twitter (ahora X), ha perdido nada menos que 34.000 millones de dólares de su fortuna personal. No es un error tipográfico: treinta y cuatro mil millones, una cifra equivalente al PIB de un pequeño país como Islandia, se esfumaron en apenas unas horas. Es, según Bloomberg, la segunda mayor pérdida de riqueza personal jamás registrada en un solo día.
La sangría financiera se produjo en medio de una virulenta ruptura pública entre Musk y su otrora aliado, Donald Trump. Lo que comenzó como una guerra de zascas en redes sociales ha terminado afectando no solo al orgullo de ambos magnates, sino también a las finanzas del hombre más rico del planeta. Al menos, hasta ahora.
Un viernes negro… para Musk
La mayor parte de esta pérdida se debe a la abrupta caída del 14,3 % en las acciones de Tesla, la joya de la corona del imperio Musk. Con ella, la capitalización bursátil de la compañía se redujo en 150.000 millones de dólares, según informó el medio estadounidense Salon. La caída refleja una pérdida de confianza entre los inversores, alimentada tanto por los problemas internos de la empresa como por el ruido político que Musk no ha sabido —o no ha querido— evitar.
A pesar de que Musk sigue siendo el hombre más rico del mundo, su fortuna se ha reducido a 334.500 millones de dólares, lejos de los 464.000 millones que acumulaba en diciembre de 2024, cuando su alianza con Trump parecía presagiar un futuro de oro y contratos gubernamentales.
La guerra con Trump: de la simbiosis al incendio
Todo comenzó con un distanciamiento que fue tomando forma en redes sociales. Esta semana, Trump escribió un mensaje en su red Truth Social en el que atacaba directamente a Musk:
"La forma más sencilla de ahorrar miles de millones en nuestro presupuesto es eliminar los subsidios y contratos federales de Elon. Siempre me sorprendió que Biden no lo hiciera antes".
La respuesta de Musk fue, como es habitual, más performática que reflexiva. Además de negar cualquier dependencia de fondos públicos, retuiteó decenas de mensajes aduladores de sus seguidores, como si quisiera convencerse a sí mismo —y al mundo— de que todo estaba bajo control. Pero los números no mienten: el daño está hecho.
Este choque frontal ha levantado muchas cejas en Washington. Aunque Trump insinúe que puede deshacerse fácilmente de SpaceX, la NASA y el Pentágono dependen profundamente de los lanzamientos espaciales y tecnología satelital de la compañía, según The New York Times. Sin embargo, la firma de nuevos contratos con el gobierno federal ahora se vislumbra menos segura.
Un pasado glorioso que no amortigua el golpe
Musk no es ajeno a los desplomes históricos. En noviembre de 2021, ya protagonizó la mayor pérdida de riqueza personal registrada hasta entonces, con más de 35.000 millones de dólares evaporándose en cuestión de días. Que ahora ostente las dos primeras posiciones en este lúgubre podio debería hacer reflexionar incluso a los más fervientes defensores de su estilo abrasivo.
El 17 de diciembre de 2024, apenas unos meses atrás, Musk había alcanzado su máximo personal de riqueza, valorado en 464.000 millones de dólares. En ese momento, se decía —y él mismo lo afirmaba— que su apoyo económico y mediático a la campaña de Donald Trump había sido decisivo:
"Sin mí, Trump habría perdido las elecciones", tuiteó Musk hace apenas unos días.
Without me, Trump would have lost the election, Dems would control the House and the Republicans would be 51-49 in the Senate.
— Elon Musk (@elonmusk) June 5, 2025
Pero como en toda tragedia shakesperiana, el exceso de confianza suele preceder a la caída. Y en la versión postmoderna de "Julio César", la puñalada llegó en forma de desplome bursátil.
Tesla y la tormenta perfecta
Mientras las redes ardían, en Wall Street la realidad golpeaba con cifras frías. Tesla no solo ha perdido valor de mercado, sino que arrastra problemas de fondo: baja demanda, fallos de producción, y la percepción de que su fundador dedica más tiempo a guerras culturales que a dirigir la empresa. Musk es también director de SpaceX, Neuralink, The Boring Company, y propietario de X (antes Twitter), donde ha convertido la red social en un campo de batalla ideológico.
Y aunque la mayor parte de su fortuna esté vinculada a sus participaciones accionarias, Bloomberg advierte que los daños reales podrían ser aún mayores, ya que no se han contabilizado las pérdidas potenciales en el valor de sus empresas privadas. Es decir: la hemorragia podría no haber terminado.
El consuelo de los poderosos
A pesar de todo, Musk sigue reinando en la cima del ranking de millonarios. Ningún otro ser humano posee más dinero líquido, acciones, y activos tecnológicos que él. Pero, como decía Viktor Frankl, que curiosamente también inspiró al exyerno del rey Juan Carlos, "el sufrimiento es relativo".
Y por muy estratosférico que sea el saldo de su cuenta bancaria, perder 34.000 millones de dólares en un suspiro no puede ser fácil de digerir. Mucho menos cuando esa caída se combina con el espectáculo público de una amistad rota y una reputación cada vez más dividida entre la veneración mesiánica y el desprecio absoluto.
En el mundo de los poderosos, el consuelo llega rápido: hay nuevas inversiones que hacer, batallas legales que iniciar, o incluso, como ha amenazado Musk, una ciudad privada que fundar.
Pero ni los satélites, ni las criptomonedas, ni los seguidores en redes sociales consiguen borrar la amarga ironía de este momento: la segunda mayor pérdida de riqueza personal en la historia no fue provocada por una crisis económica mundial, ni por una guerra, ni por una pandemia. Fue provocada, en esencia, por un tuit.
Una lección para los libros
Quizás este episodio quede como una nota de pie de página en futuras biografías del magnate. O quizás sea el comienzo de una nueva etapa, más prudente y menos incendiaria. Aunque con Musk, apostar por la mesura es como apostar contra un huracán.
Mientras tanto, el resto del mundo asiste al espectáculo con una mezcla de asombro y desconexión. Porque cuando las cifras que se pierden en un mal día equivalen al presupuesto anual de un país, ya no estamos hablando de economía. Estamos hablando de una forma nueva de drama humano. Una tragedia de cifras y egos que parece escrita no por Shakespeare, sino por el algoritmo que Musk tanto adora.
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