Hay amores que no nacen para durar, pero sí para dejar huella, como una marca de vino tinto en la solapa blanca de un smoking. Mario Vargas Llosa, tal vez el mejor novelista del deseo y las contradicciones, escribió también con su vida una novela rosa de portada brillante, firmada no con pluma de ganso sino con flashes de paparazzi. Su historia con Isabel Preysler fue eso: un encuentro entre la literatura y la porcelana fina, entre el Nobel, la máquina de escribir y la portada de alguna revista.

La muerte del autor de La Ciudad y los perros ha hecho que ese capítulo sentimental vuelva a ocupar espacio en los diarios, como si fuese parte de su bibliografía emocional. Y quizá lo sea. Porque en la vida de Vargas Llosa, todo lo importante acababa siendo literatura.

Corría el año 1986. Ella era Isabel Preysler, la mujer que había logrado convertir la discreción en marca de lujo. Él, un escritor que aún no era Nobel, pero ya era leyenda. Se conocieron en una entrevista que Isabel le hizo en Estados Unidos, mientras ambos jugaban a no mirarse demasiado. Entonces no pasó nada —o al menos eso dijeron—, porque ella estaba casada con Miguel Boyer, y Mario, como en una de sus propias novelas, con su prima Patricia Llosa.

Pero las miradas tienen memoria, y cuando la vida quiso, se volvieron a encontrar. Cuentan que fue en un crucero por las costas de México y Perú, ya sin Boyer de por medio, con el sol derritiendo viejas lealtades y los brindis renovando antiguos deseos. A bordo del barco viajaba también uno de los hijos de Carlos Slim, como testigo inadvertido de un romance que se avecinaba.

El amor se confirmó no con cartas, sino con portadas. Junio de 2015: ¡Hola! publica las imágenes de Vargas Llosa e Isabel cogidos del brazo. El escritor acababa de celebrar sus bodas de oro con Patricia en Nueva York. Poco después, hacía las maletas y se instalaba en la mansión madrileña de Isabel, donde aprendió que en la alta sociedad no se escribe, se posa. El romance no fue un secreto, sino una institución mediática. Desayunos en Porcelanosa, cenas en embajadas, vacaciones de revista. Mario, que venía del mundo del pensamiento crítico, aprendía a convivir con el maquillaje de los focos. Y lo hacía, como todo lo suyo, con disciplina. "Si el precio de estar con la mujer que amo es salir en la prensa rosa, lo pago. Con resignación, no con entusiasmo", dijo alguna vez, sabiendo que también eso formaba parte del personaje.

Una ruptura anunciada

Diciembre de 2022. Después de que Semana anunciara que vivían separados y ellos lo negaran, Preysler anuncia la separación con la misma elegancia con la que alguna vez presentó perfumes o recepciones en Villa Meona. "Hemos decidido poner fin a nuestra relación definitivamente", declaró a su casa editorial de siempre. Vargas Llosa, por su parte, no lo gritó, pero lo escribió. Se refugió en sus ensayos, donde volvió a ser un hombre solo ante la hoja en blanco.

Las versiones se multiplicaron como hojas en otoño: que si celos, que si mundos incompatibles, que si un ensayo sobre Flaubert que a Isabel le pareció mortalmente aburrido. Él lo resumió mejor: "No me arrepiento de nada. Éramos de mundos distintos". Y ella, en una entrevista en El Hormiguero, fue todavía más clara: "La última no me dolió nada".

¿Y luego? El rumor de un regreso

Con la relación concluida y los ecos del escándalo bajando de tono, comenzaron a verse imágenes de Vargas Llosa con Patricia Llosa. Caminatas discretas por París, almuerzos familiares en Lima, un viaje conjunto a Sicilia. El clan se reagrupaba, como si los años de separación hubieran sido una breve nota al pie de una larga historia. Los hijos nunca hablaron en voz alta, pero las fotos hablaban por ellos. Y las fuentes cercanas dejaron caer lo evidente: "La relación familiar se ha restablecido. Lo que pase entre Mario y Patricia ya no nos corresponde juzgar".

Lo que comenzó como un gesto de cortesía en una entrevista acabó convirtiéndose en una historia que, durante siete años, mantuvo en vilo a dos mundos paralelos: el literario y el del corazón. Vargas Llosa, que soñó tantas veces con ser personaje de ficción, lo fue al final, fotografiado en traje y sonrisa junto a la reina de la alta sociedad española. Ahora que el autor ha muerto, esa historia queda flotando como una página sin cerrar. Porque, a fin de cuentas, ¿quién dijo que la literatura y el amor no podían publicarse juntos?

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