Karina Milei es la única persona del Gobierno argentino que se ha pasado las deliciosas Navidades australes (verano absoluto) en Buenos Aires, en la Casa Rosada, preparando los primeros actos de una campaña electoral que empezará a verse con claridad en tres semanas y eso que Karina por ahora mantiene la expectativa sobre si será o no candidata a las legislativas y por supuesto sobre el distrito en el que se presentaría. Los comicios que suponen una prueba de fuego para Milei se celebrarán el domingo 26 de octubre con el objetivo de renovar 127 de los 257 diputados.
En el crisol que configura la escena política argentina, Karina Milei se alza -se presente o no- como una figura de poder que trasciende las fronteras del apellido. Formalmente, la hermana de Milei está al mando de la Secretaría General de la Presidencia, organismo encargado de asistir al presidente en el diseño de políticas públicas, la elaboración de mensajes, discursos y declaraciones, las tareas de ceremonial y protocolo presidencial y las relaciones con la sociedad civil.
Pero esta mujer, que ha sido tarotista, repostera y pinta cuadros, no es una sombra detrás del presidente, como algunos la han llamado; tampoco es un astro que lo eclipse. Es más bien una suerte de brújula oculta que señala los caminos, muchas veces sinuosos, por los que transita el gobierno libertario que encabeza su estrafalario hermano mayor.
Karina, "La Jefa" en la Casa Rosada, no necesita alzar la voz para que la escuchen; basta con que permanezca en la sala para que el silencio caiga como un telón.
Si rebuscamos en el baúl de los recuerdos de esta Karina del otro lado del Atlántico comprobamos que nació en 1973 en el seno de una familia que nunca escatimó golpes ni desprecios. Karina encontró en su hermano un refugio, y él en ella, una aliada. Ese vínculo, tan estrecho como enigmático, emerge de las cenizas de un hogar hostil, donde los gritos y las órdenes eran el idioma cotidiano.
Su vida, hasta hace pocos años, era la de una ciudadana más. Había pasado por empleos anodinos, además de intentarlo como repostera (haciendo tortas), regentado un taller de neumáticos y estudiado relaciones públicas casi como quien colecciona títulos para llenar un vacío. Sin embargo, en algún momento, Karina encontró su vocación: no en el poder, sino en el arte de fabricarlo.

De administradora sin experiencia política a arquitecta de un partido que sacudiría los cimientos del país, Karina entendió que su hermano no era solo un economista excéntrico, sino un producto, una marca lista para venderse en las plazas y en las urnas. "Karina armó un candidato", dicen quienes la conocen, pero lo que realmente construyó fue una maquinaria política donde su control es tan sutil como férreo. En el escenario público, Javier es el gladiador; Karina, el estratega. Él grita, ella susurra. Él desafía, ella calcula.
Pero el poder tiene un filo que corta en ambas direcciones. En la Casa Rosada, Karina ha consolidado un dominio que pocos se atreven a cuestionar. Con su ascenso como secretaria general de la Presidencia —un cargo que antes habría sido inalcanzable sin la eliminación de ciertos obstáculos legales—, concentró en sus manos áreas clave del gobierno. Colocó a leales en posiciones estratégicas, remodeló carteras y trazó líneas de acción con una eficiencia tan inquietante como admirable. Los que trabajan a su lado hablan de una mujer que inspira tanto respeto como temor, una figura que no necesita aplausos ni micrófonos para imponer su voluntad.
Sin embargo, este retrato de eficacia también está teñido de claroscuros. La centralización del poder, el nepotismo legitimado por decreto, y una actitud de opacidad calculada en sus acciones son facetas que despiertan recelo entre sus críticos. Karina, como su hermano, se mueve en la delgada línea entre lo disruptivo y lo autoritario, entre lo necesario y lo abusivo. Mientras Javier encarna el espectáculo, ella representa el orden detrás del caos.
En las fotos, siempre al margen pero nunca lejos, su presencia evoca una paradoja: es al mismo tiempo invisible y omnipresente. Tal vez por eso Karina Milei no deja indiferente a nadie. Para algunos, es una hábil operadora que ha llevado la política argentina a nuevas alturas de pragmatismo. Para otros, un ejemplo del poder que se ejerce sin rendir cuentas. Lo cierto es que Karina, al igual que su hermano, no tiene intención de abandonar el centro del tablero. Y en este juego, donde las reglas las escriben los ganadores, ella siempre parece estar tres jugadas por delante.
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