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La madre inmigrante de Donald Trump que llegó de Escocia y trabajó de sirvienta, Mary Anne MacLeod

Mary Anne MacLeod, madre del expresidente Donald Trump, fue una mujer cuya vida parecía escrita en dos tiempos: su modesto origen en la isla de Lewis, en Escocia, y su posterior vida en Nueva York como esposa de un magnate inmobiliario. Pese a su papel crucial en la familia Trump, ella permaneció fuera de los focos, rodeada de un aire de discreción que contrasta con la agitada vida pública de su hijo.

Nació en 1912 en el pequeño pueblo de Tong, en la agreste isla de Lewis, situada en las remotas Hébridas Exteriores de Escocia. Criada en una familia de pescadores y agricultores, Mary Anne vivió en un entorno humilde, en un hogar que carecía de muchas comodidades. Era la menor de diez hermanos y creció bajo el peso de una economía local frágil, moldeada por las duras condiciones de su tierra natal y el mar inclemente que rodeaba la isla.

A los 18 años, con un billete de barco y pocos dólares en el bolsillo, Mary Anne decidió emigrar a Estados Unidos en busca de nuevas oportunidades. Su historia es similar a la de muchos otros inmigrantes de la época, aunque quizás incluso más dramática por las dificultades de su lugar de origen. Desembarcó en Nueva York en 1930 y, en un principio, trabajó como empleada doméstica en hogares de la alta sociedad, una ironía del destino considerando la vida que más tarde llevaría.

Fue en esta ciudad, en el epicentro de la vida norteamericana, donde conoció a Fred Trump, un empresario en ascenso en el negocio de la construcción y el sector inmobiliario. Se casaron en 1936 y pronto construyeron una vida acomodada en Queens, Nueva York, donde criaron a cinco hijos, el cuarto de ellos, Donald. Como madre, Mary Anne era una figura cariñosa y firme, quien, según testimonios familiares, mantuvo un ambiente de valores conservadores y católicos en el hogar, promoviendo una ética de trabajo sólida y un sentido del deber en sus hijos.

Aunque evitaba la vida pública, Mary Anne participaba activamente en actos de caridad y en la iglesia presbiteriana local, en la que tanto ella como Fred eran miembros comprometidos. Este compromiso con la comunidad refleja un perfil que nunca buscó el protagonismo, incluso cuando su hijo menor comenzó a hacerse un nombre en el competitivo mundo de los negocios de Manhattan.

A lo largo de su vida, Mary Anne MacLeod encarnó la fortaleza silenciosa de una generación de inmigrantes que llegaron a Estados Unidos con poco más que sus esperanzas. Su historia, aunque en segundo plano, moldeó los valores y principios que su hijo, Donald Trump, proyectaría luego al mundo. Mary Anne falleció en 2000 a los 88 años, dejando tras de sí una familia que ha llegado a los más altos escalafones del poder en Estados Unidos, un legado forjado en el contraste entre una vida privada modesta y el éxito deslumbrante de su descendencia.

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