Siempre se dijo que fue la reina doña Sofía quien no vio con buenos ojos el primer amor de juventud de su primogénita, la infanta Elena, cuando cayó rendida ante el jinete Luis Astolfi. El sevillano tenía todas las de ganar: guapo, simpático, deportista y un hombre tranquilo y familiar. Elena se encandiló en esos años 80 de un Astolfi que, además, era un cañón. La pareja compartía además su gran pasión por los caballos y de ahí que coincidieran en circuitos, y aunque nunca se confirmó de manera oficial esa relación, lo cierto es que era un secreto a voces. Astolfi fue un jinete afamado y glorioso y la infanta una aristócrata que se dejaba la piel en cada circuito y a la que tantas veces vimos caerse sobre la tierra, sin que esas caídas disminuyeran su intención de seguir compitiendo.
La ingenua creencia de que las hijas de un rey debían casarse con otros miembros de Casas Reales malograron una relación que duró mientras estuvo viva y que terminó a pesar de los pesares. El sevillano pasaba largas temporadas fuera de España por las competiciones y la infanta tenía que seguir con sus obligaciones. Astolfi medio vivía en Holanda, cerca de sus caballos, y fue precisamente ahí donde se casó con la sevillana Isabel Florez, hasta esa fecha una perfecta desconocida. De esa boda nacieron sus dos hijos (Luis Jr. se casa en los próximos días), dejando a Elena en una historia del pasado.

Por su parte, la infanta se casó con Jaime Marichalar, un empleado de un banco en París y que siempre tendrá en su haber el hecho de cambiar la imagen de Elena. El matrimonio tuvo dos hijos, pero no pudo soportar el paso de los años, ni mucho menos la convivencia, hasta el punto de que, sin previo aviso, Elena decidió salir del domicilio familiar con sus dos niños e instalarse al cobijo del palacio de la Zarzuela con sus padres hasta el día en que Juan Carlos decidió regalarle una casita en el madrileño barrio del Niño Jesús. Por su parte, Astolfi también cumplió su deseo de fundar su propia familia y fue también toda una sorpresa el anuncio de su divorcio cuando parecía que todo era idílico.

Han pasado los años, décadas, de aquel amor de juventud, pero hoy Luis y Elena siguen manteniendo lo que podría denominarse una amistad más que entrañable. Los viajes de la infanta a Sevilla son constantes. Muchas veces se la ve en los vagones del Ave, sin más compañía que sus agujas de punto, y es que es una apasionada del tricotar desde que su íntima amiga Rita Allende Salazar montó una tienda de labores donde se imparten clases de punto. La infanta es asidua de esos cursos y ha encontrado en esas labores una afición que, además de entretener, es muy satisfactoria y calma la ansiedad.

En esos desplazamientos a la ciudad donde contrajo matrimonio con Marichalar, doña Elena suele frecuentar a su ex, Luis Astolfi, quien recientemente ha pasado por un bache de salud. Este fin de semana han podido verse de nuevo, solo que esta vez en Madrid, concretamente en la plaza de toros de Las Ventas, donde pudieron presenciar la impresionante faena del diestro Morante de la Puebla, que por primera vez en su carrera salió por la puerta grande. Un día histórico para los amantes de la tauromaquia y en especial para Elena, que tuvo el honor de recibir la montera del propio Morante en su brindis. La más taurina de los Borbón ha conseguido contagiar esa pasión a sus dos hijos, Felipe Juan Froilán y Victoria Federica, y ha sido una incondicional de toda la feria de San Isidro. Junto a ella se encontraban también su nueva amiga, la escritora francesa Laurence Debray, que además de biógrafa del Rey ya forma parte del núcleo duro de la infanta. Quién sabe si también será la autora de la biografía de la mujer que pudo reinar si no fuera porque en la monarquía española el varón sigue teniendo prioridad frente a la mujer a la hora de heredar la Corona.
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