Banca y finanzas

Las preguntas que BBVA aún tiene que responder por el 'caso Villarejo'

  • Torres tiene ahora la oportunidad de devolver la credibilidad perdida
Carlos Torres, presidente ejecutivo de BBVA. <i>Foto: Reuters</i>.

Fernando Tadeo, Eva Díaz

BBVA ha cerrado en falso la crisis de reputación que sufre por el 'caso Villarejo'. La marcha "temporal" de Francisco González (FG) de la presidencia de honor y el respaldo casi unánime de los accionistas a la nueva cúpula comandada por Carlos Torres -ambos hechos producidos la semana pasada- suponen dos hitos destacados, pero ni mucho menos el fin del escándalo y, por tanto, de la situación de imagen debilitada del banco, en un momento en que, como todo el sector financiero, necesita recuperar la confianza de clientes, inversores y la sociedad en general.

La entidad va a tener que lidiar en los próximos años con un proceso judicial largo y tormentoso, por las implicaciones que tienen las acusaciones de los presuntos delitos cometidos y porque todo apunta a que en breve van a salir a la luz nuevos casos de espionaje ilegal supuestamente encargados al excomisario de la Policía. También va a tener que dar las explicaciones pertinentes a las conclusiones de su investigación interna, que lleva ya en curso más de nueve meses y de la que nada se puede sacar en claro hasta la fecha. El banco lleva semanas señalando que no ha encontrado ninguna prueba.

Quedan por responder muchos interrogantes sobre los sucedido desde 2004 hasta 2017, periodo en el que se realizaron los pinchazos telefónicos y los seguimientos a personalidades relevantes del mundo de la empresa y de la política. ¿Quién daba las órdenes y quién conocía los trabajos encargados?; ¿cómo se pagaron?; ¿por qué no se denunciaron si se conocían?; y ¿cuántos contratos se firmaron?, son algunas de las cuestiones por esclarecer de una práctica irregular se convirtió, al parecer, en recurrente por una organización que presumía de ética y principios en su quehacer diario.

De la documentación incautada por la Audiencia Nacional a Villarejo se desprende que, al menos, la alta dirección del Departamento Jurídico del banco estaba al tanto de las interceptaciones de las comunicaciones durante los espionajes, además del jefe de Seguridad, Julio Corrochano, como poco en los realizados al constructor Fernando Martín en 2009 y a los implicados en la operación de asalto de Sacyr en 2004 y 2005.

Fuentes del sector no entienden la lentitud y falta de contundencia de los nuevos responsables de BBVA en la gestión de la crisis desde que se hizo público el escándalo, en enero de este año, siempre a remolque de los acontecimientos y sin llevar a cabo actuaciones rápidas, a pesar de las presiones ejercidas por reguladores, políticos y también banqueros. El daño ya está hecho y ahora será muy difícil curar unas heridas que afectan no soólo a la propia entidad. Con unas medidas más inmediatas, el golpe podría haber sido más leve.

La retirada de última hora de Francisco González, el pasado jueves, no fue más que un gesto de cara a la galería, con la intención de calmar los ánimos de unos accionistas de BBVA que prometían sangre en la junta general del viernes. El objetivo se consiguió, ya que, a pesar de las críticas de todos los socios que alzaron la voz, la asamblea fue un camino de rosas para el debutante Torres en el sillón de mando, a tenor de las previsiones. El presidente ejecutivo fue respaldado por el 98% de los asistentes, lo que demuestra al menos que los inversores han dado una oportunidad para que dé pasos enérgicos y el banco salga del atolladero en el menor tiempo posible.

Tomar la iniciativa

Un vez que Torres ha logrado poner tierra de por medio con el pasado que representa González, es el momento para que tome la iniciativa, indague hasta el rincón más perdido como ha prometido y luego explique con todo detalle lo que verdaderamente sucedió en el seno del banco durante los últimos catorce años. Solo logrará la credibilidad y el apoyo de todos los grupos de interés si cumple con las expectativas a esa confianza que le han depositado los accionistas.

Posiblemente, González ya no vuelva nunca más a sentarse en un despacho de BBVA, porque los tiempos en la Justicia son amplios y será ésta la que finalmente determine las responsabilidades de cada cual en los presuntos delitos, y porque este otoño el banquero cumplirá los 75 años. Será difícil, por tanto, que dentro de dos, tres o cuatro ejercicios, sino son más, el banco pueda encontrarle acomodo con unas funciones que habían sido poco definidas y que se habían concedido para agradecerle sus servicios. Lo que aún no se comprende -y ésta es otra de las cosas que Torres todavía debe explicar- es por qué el consejo de administración del banco decidió nombrarle presidente de honor de la institución si conocía ya por entonces que entre esos servicios podrían incluirse los encargos a Villarejo. La designación se produjo en diciembre, tres meses después de anunciar su marcha anticipada de la primera línea de ejecución del banco, y seis meses después de que la entidad diera comienzo a la investigación interna con la contratación de Garrigues. En enero, la entidad reforzó la tarea de este despacho con Uría & Menéndez y con la consultora PwC, a los que dio plenos poderes.

A partir de ahora, sin lazos ni limitaciones, Torres y todo el equipo de BBVA tienen la obligaciones de zanjar este asunto. La nueva etapa puede ser el comienzo de una era de transparencia, de rigor ético y de grandes éxitos para un BBVA que a lo largo de todo 2019 ha estado noqueado por la peor crisis de reputación de su historia. Pero todo dependerá de cómo actúen y reaccionen sus gestores a los hechos que sucedan en el futuro próximo. Y parten desde una posición relativamente buena, porque las consecuencias de esta crisis no han tenido un reflejo ni en la cotización ni en el negocio, al menos, como enfatizó el nuevo presidente, de manera relevante.