Opinión

Europa, entre la fábrica perdida y la billetera cerrada

    Fuente: iStock

    Pablo Arce
    Madrid,

    En los años dorados del consenso globalizador, Europa desmanteló fábricas, abrazó la eficiencia asiática y se volvió adicta al gas ruso. Polonia fabricaba coches, Alemania vendía máquinas al mundo y Bruselas legislaba con más impacto climático que productivo. Hoy, la resaca geopolítica le devuelve un espejo incómodo: ¿puede una potencia reguladora sobrevivir en un mundo de potencias industriales?

    Desde Lisboa hasta los Urales, la palabra "soberanía" ha resucitado con entusiasmo. Europa quiere microchips, baterías y paneles solares... pero hechos en casa. El problema es que la industria no se decreta, se construye, y la competencia es feroz. Estados Unidos lanza subsidios con la soltura de quien imprime su moneda. China subvenciona sin pestañear. Europa, mientras tanto, debate si el fondo común debe llamarse SURE 2.0, NextGen+ o, directamente, "mejor no molestar al norte".

    El Net-Zero Industry Act promete una reindustrialización verde, pero los permisos se demoran, la inversión privada duda y la dependencia de materias primas críticas sigue pasando por Pekín. Mientras tanto, las fábricas huyen y los minerales europeos duermen bajo parques naturales que nadie se atreve a excavar. En el otro extremo del tablero, el BCE ha hecho su parte: subir tipos hasta rozar la estratosfera. La inflación se contiene, pero el crecimiento también. Y ahora que toca bajar, aparece el dilema fiscal. Las normas europeas que limitan cuánto pueden gastar los países han vuelto tras suspenderse en la postpandemia, como ese profesor estricto que llega después de un largo recreo. Francia, Alemania o España tratan de ajustar sus cuentas como pueden, sobre la marcha. Pero el problema es que el mundo no se detiene: la transición ecológica avanza, la inteligencia artificial también, y el electorado… se mueve.

    La tragedia europea no es falta de visión, sino déficit de ejecución. Hay universidades de élite, talento científico, pymes innovadoras y una democracia envidiada. Pero convertir esa base en músculo industrial requiere más que estrategias de cientos de páginas y fondos que tardan años en llegar. En los próximos cinco años, Europa no decidirá solo su competitividad, sino si quiere seguir escribiendo reglas… o, por fin, empezar a jugar el partido. Porque la reindustrialización no es una moda. Es la nueva geopolítica.