Opinión

Déficit y deuda: el papel lo aguanta todo


    Juan Carlos Higueras

    Seguro que todos recordamos, de nuestra infancia, el cuento de Pedro y el lobo, que nos enseñó que no debemos contar mentiras ni burlarnos de los demás porque dejarán de creer en nosotros y saldremos mal parados. Y es que todos tenemos ese conocido mentiroso que es un almacén de promesas y excusas. Pero en las relaciones económicas y sociales no hay nada peor que la pérdida de confianza en una de las partes sobre todo si está asociada a la pérdida de credibilidad, pues ello determinará la relación futura. Por ejemplo, si un banco no confía en una persona, difícilmente le concederá un crédito, mucho menos si ha tenido varios impagos en su historial, pues al final termina siendo el pastor del cuento.

    Al igual que ocurre con las empresas, entre las buenas prácticas de gobierno corporativo, los accionistas y los prestamistas exigen transparencia y la máxima rentabilidad a los directivos, de modo que, si malgastan el dinero que ponen en sus manos y diseñan un modelo de negocio ruinoso que continuamente está en pérdidas y que sólo sobrevive con más deuda, es evidente, que sacarán la tarjeta roja a esos gestores e impulsarán una renovación del equipo directivo.

    El comportamiento de la economía española en el primer trimestre del año ha sido más que decepcionante, no sólo por el resultado, sino porque no se han cumplido las previsiones del Gobierno, una vez más. Y mucho me temo que, de seguir así la cosa, Europa nos va a sacar la segunda tarjeta amarilla con expulsión del terreno de juego, antes de que podamos acabar el partido. Lo peor no es que echen a un jugador, sino que los espectadores nos quedemos sin ver el espectáculo habiendo pagado la entrada. Como siempre, los ciudadanos terminamos siendo los pagafantas en estos casos.

    En Bruselas, estaban esperando el Plan de Estabilidad de nuestro Gobierno y no quiero imaginar la sonrisa irónica de los halcones del norte anticipando lo que iban a recibir esta vez de España, algo así como "a ver que nos cuentan ahora". Porque el papel lo aguanta todo, pero cuando se ha perdido la confianza en un gobierno por aquello de "donde dije digo, digo Diego", ya da igual lo que pongas, no te cree nadie. Porque lo que esperan en Europa es que hagamos de una vez los deberes que nos pusieron y que dejemos de poner excusas que no hacen más que alargar la agonía hasta que alguien tire del freno de emergencia y entonces vengan los hombres de negro con las tijeras de podar el gasto y, si procede, nuestros ahorros.

    Bruselas acaba de recibir una nueva versión del Plan de Estabilidad en la que, una vez más, el Gobierno se desdice de todo aquello que afirmaba vehementemente hace un par de meses con los Presupuestos Generales del Estado en la mano, aquellos que iban a propulsar a nuestra economía hacia la constelación de los resilientes donde nadie se iba a quedar atrás y nuestra economía iba a salir más reforzada que nunca. Es posible que estén confundiendo el verbo reforzar con maniatar.

    Lo que aparece en ese documento, no deja de sorprendernos, porque se pueden endulzar los números con una hoja de cálculo, pero el movimiento se demuestra andando y nuestra economía cada vez camina menos, lo que significa que, una vez que el BCE corte la barra libre de deuda, nos vamos a encontrar con la triste y dura realidad. Y lo peor es que estamos poniendo en riesgo la llegada de los fondos europeos.

    Y si nuestra economía se tiene que financiar en los mercados, mucho me temo que la prima de riesgo va a aumentar bastante, lo que redundará en un incremento del déficit estructural por los intereses de la deuda. Pero ese aumento se verá amplificado precisamente por la falta de confianza de los inversores en nuestra capacidad para salir adelante, porque en la economía, como en la vida, puedes tener resultados o excusas, pero nunca ambas cosas.

    Mientras que la Comisión Europea ha pedido al Gobierno, en innumerables ocasiones, que reduzca su déficit y deuda para aproximarlo a los objetivos de convergencia y que acometa cambios estructurales en la economía para reforzarla, mejorando los elevados niveles de desempleo, lo que tenemos son unos presupuestos anunciados como los del mayor gasto social de la historia, a pesar del empeoramiento de las previsiones y las que están por llegar o el paulatino empobrecimiento de los ciudadanos.

    La realidad muestra que se sigue gastando a diestro y siniestro sin el más mínimo escrúpulo en dilapidar lo que se recauda y lo que no, perpetuando una situación de desequilibrio económico que endeuda cada vez más a los ciudadanos y todo ello en un momento donde el deterioro de la actividad económica y el empleo es evidente y preocupante.

    El nuevo plan sólo convence a incrédulos pues nadie da credibilidad a esos números, que presentan el mejor de los escenarios donde el PIB crecerá el 4,3% este año mientras que los expertos vaticinan algo más del 3%, la tasa de paro el 12,8% con los recientes datos de la EPA y el déficit no alcanzará los niveles de convergencia hasta 2025.

    Mientras se hundía el Titanic y muchos saltaban al agua, la orquesta seguía tocando para aparentar que no ocurría nada grave y el final ya lo conocemos. Y con estos mimbres tenemos que hacer los cestos de nuestra economía, aunque lo peor es la imagen que damos frente al resto de Europa que seguro estarán leyendo escépticos todo el plan mientras recuerdan cuando, de niños, leían el cuento de la lechera porque lo que no son cuentas son cuentos.