Garbo turístico y más fuelle económico
José María Gay de Liébana
Este verano será el de la gran guerra turística a orillas del Mediterráneo. Después de un insípido estío del 2020 y rememorando aquellos fabulosos veranos de hasta 2019, el respetable, tanto nacional como europeo, espera con fruición la canícula de 2021. Y los destinos turísticos tradicionales serán los elegidos, junto con otros en los que se viva intensamente la naturaleza, con ganas de vendetta por los meses de confinamiento, si bien las nuevas experiencias estarán a flor de piel siempre y cuando se trate de lugares seguros a efectos de la pandemia.
Si en nuestro país el turismo nacional parece asegurado, ahora el objetivo es ir a la búsqueda de visitantes foráneos, sobre todo europeos, que durante tantos años han sido nuestra fiel clientela. Británicos, franceses, italianos, alemanes, nórdicos y quién sabe si estadounidenses y chinos, formando un rico mosaico turístico multinacional. Pero ese empeño no es exclusivamente nuestro. Otros países europeos de la cuenca mediterránea están por la misma labor y algunos de ellos llevan meses preparándose para recibir a sus huéspedes. Competencia de precios, garantía viajera y hotelera, facilidades operativas en los trámites, nuevas tecnologías aplicables al turismo y, por encima de todo, en el verano de 2021, la premisa primordial: vacunación e inmunización y seguridad para quienes viajen y aterricen en los puntos de destino. Éste es precisamente un aspecto que aquí, a contrarreloj y a toda velocidad, tendríamos que esforzarnos en cumplir las próximas semanas: vacunación masiva. Ésta se antoja una de las mejores garantías para conseguir que España efectivamente venda la etiqueta de país seguro ante el virus y merezca semáforos verdes internacionales. Así, que, bienvenidos sean los turistas que elijan destino español.
Con todo, las alas que el turismo puede proporcionar a nuestra economía son solo una parte de los retos que hemos de afrontar para remontar. Y es ahí donde no sé hasta qué punto se están manejando nuestros propios ejes para impulsar la economía española.
La experiencia del virus marca la ineludible reindustrialización de Europa y de España en clave del siglo XXI, es decir, sin chimeneas contaminantes ni industrias agresivas, con respeto al entorno climático. Para nosotros es fundamental reducir la dependencia de China y otros países asiáticos, convertidos en las fábricas del mundo. Eso significa replantearse las deslocalizaciones por reducciones de costes que han predominado durante tantos años a fin de asegurar suministros y abastecimientos. Ese proceso de reindustrialización conlleva asimismo favorecer un empleo de calidad, con la digitalización, robotización, automatización e inteligencia artificial. España corre riesgos de sufrir desinversiones industriales dado que buena parte de nuestra manufactura está en manos de capitales extranjeros. Ejemplos al respecto ya los tenemos. Por consiguiente, debemos poner en marcha un proceso de reindustrialización con capitales nacionales que puede estar apoyados por inversores foráneos. Esto es, la españolización de nuestra reindustrialización.
La oportunidad para encajar con una transformación productiva y digital es única y más al son de las nuevas tecnologías. Para ello es preciso contar con las empresas españolas como motores económicos. Al fin y al cabo, una economía es lo que son sus empresas. Y es en este juego donde tanto la formación, en todos sus niveles y facetas, junto con el esfuerzo en investigación y desarrollo, en tecnología, en innovación, son susceptibles de acelerarse. Porque un nuevo modelo de sociedad en muchos aspectos de resultas de la pandemia requiere nuevas necesidades formativas.
Esas propuestas de reindustrialización añaden otra consideración: la posible descongestión de las conurbaciones y la repoblación de la España vaciada, aprovechando las buenas redes de infraestructuras que ya tenemos y construyendo, como obra pública, otras que se precisen. La acelerada transformación digital, con el teletrabajo, las oficinas virtuales, la conectividad e internet, constituyen activos en juego de los que obtener rendimientos. Y la formación profesional tiene que ser un factor decisivo.
A su vez, el frente sanitario se convierte en un bastión primordial para asegurar la normalidad y, en consecuencia, el desarrollo de la actividad económica. Eso exige dimensionarlo a sus necesidades reales, prescindiendo de determinadas ínfulas políticas y recortes por razones de la aplicación de los recursos públicos hacia otros fines.