Opinión

Persiste la severidad económica

    Una senda de recuperación económica cada vez más complicada

    José María Gay de Liébana

    Probablemente ya se intuía. Así que la decepción, que llega en esta ocasión a través de la objetividad e independencia de las proyecciones económicas para el período 2021 - 2023 formuladas por el Banco de España, más o menos se consuma. Que 2020 no acabó bien en términos económicos y de que el último trimestre no fue la alegría de la huerta, éramos conscientes. Y el Banco de España confirma que la economía española se desaceleró en el cuarto trimestre de 2020 y, además, reconoce que 2021 no ha empezado de la mejor manera. Así que el primer semestre de este año está en jaque y veremos para cuándo llega la ansiada recuperación que, si todo fuera de cara, sería para el segundo semestre.

    Hay algo evidente: sin vacunación no hay normalidad y sin ésta la economía no tira. Aquellas expectativas más bien optimistas que en el otoño de 2020 presentaban fuentes gubernamentales, se van al traste. Hoy, cuando marzo de 2021 se encuentra a una semana de despedirse, persiste la incertidumbre. Y de cómo evolucione la pandemia y de cómo funcione la inmunización de la población, depende nuestra marcha económica, diezmada en el tramo final de 2020 y que no acaba de arrancar en este primer trimestre de 2021.

    Los servicios, en una economía como la española, no lo son todo, pero sí tienen un peso del 67,7% sobre el PIB y representan el 78% del empleo. Por consiguiente, el sector servicios es la clave del asunto al tener nuestra economía una excesiva exposición a lo que damos en llamar "industrias sociales" y depender de que la situación se normalice. Los eventuales rebrotes de la pandemia son mortales de necesidad para que la tan deseada recuperación cristalice. Y el turismo internacional marca la senda para que remontemos.

    Esa alta concentración de nuestra economía en el sector servicios, que durante años ha reportado jugosos réditos, se ha convertido, a la postre y en el peliagudo marco actual, en una fragilidad para España. Podría decirse que todo empezó en los años 60 del siglo pasado, cuando descubrimos que el turismo era un gran invento y, efectivamente, nos ha dado muchas glorias. Sin ir más lejos, el turismo se erigió en el eje fundamental de la recuperación económica de España tras la gran crisis financiera de 2008. Pero como apuntábamos el otro día, nos desentendimos del sector industrial que, en las décadas de los años 60, 70 y parte de los 80 de la centuria precedente, llegó a significar más del 30% de nuestro PIB. En 2020, la industria, incluyendo la energía, contribuyó al PIB con el 14,9% y, como indicábamos ayer, la industria manufacturera aporta únicamente el 11,1%. Su peso en el PIB ha ido descendiendo de forma notable a partir de 1991, cuando suponía el 23,4% del PIB, y fue recortándose desde el boom inmobiliario de 1999 (16,3% del PIB), para ir rebajando su contribución al 13,3% en 2008, el año de la crisis financiera, constituir el 11,2% del PIB en 2018 y actualmente el mencionado 11,1%.

    De ese modo, el empleo en el sector industrial ha ido cediendo posiciones y si en 1980 su peso sobre el empleo total era del 27%, en 1990 se contrajo al 24%, en 2000 al 18%, en 2019 al 14% y en 2020 al 11%. En paralelo, el peso del empleo en los servicios fue creciendo desde el 45% de 1980 al 78% de 2020. En parte, los menoscabos de nuestro mercado laboral se explican por el reducido papel del empleo industrial y la elevada concentración del trabajo en el sector servicios, con el problema añadido de la temporalidad debido a la estacionalidad turística y a la estructura salarial que, por ejemplo, en hostelería es sustancialmente inferior a la de la industria.

    Las expectativas positivas que el Gobierno presentó en otoño se han ido al traste

    Eso explica que ante la crisis económica desatada por la pandemia y dada nuestra enorme sensibilidad al sector servicios, la caída del PIB sea tan catastrófica y que nuestra fuerte dependencia del turismo internacional impida, a causa de las restricciones en la movilidad, una pronta recuperación.

    Cuando el Banco de España presenta sus proyecciones para el período 2021 - 2023 existe además una alta incertidumbre sobre los eventuales rebrotes del virus que siguen conllevando medidas de contención y restricciones que cercenan a las "industrias sociales", condicionándose la evolución económica a la efectividad de las soluciones sanitarias. Asimismo, la incerteza sobre el impacto de los fondos europeos, a la que ayer aludíamos, pende sobre la reacción de nuestra economía, y más se divisan sus efluvios benefactores para 2022 que no para 2021.

    Por añadidura, ese entorno severo en el que nos encontramos está exigiendo la adaptación de los agentes económicos a lo que podríamos llamar un nuevo orden, un mundo distinto, en el que el contacto social queda fuertemente limitado. Y entre los frentes tormentosos que podrían otearse en el horizonte, irrumpe uno que hasta ahora se descartaba: es factible que las vigentes condiciones financieras acomodaticias al sector privado se endurezcan y, entonces, la vía de la financiación ajena, del endeudamiento, será más rigurosa tanto para su obtención como en el precio a pagar. Dicho de otro modo; menos crédito y financiación más cara. Y de darse un encarecimiento en la deuda, los costes financieros repuntarán y aquellas cuentas de pérdidas y ganancias cuyo resultado de explotación apenas da para cubrir los costes financieros se precipitarán hacia el déficit, erosionando los recursos propios que, en muchos casos, constituyen un problema crónico en los pasivos empresariales. En este punto, recordemos que la financiación de las sociedades no financieras alcanzó en diciembre de 2020 un saldo de 942.045 millones de euros, cuando un año antes, en diciembre de 2019, sumaba 892.315 millones. Igualmente, la menor actividad económica se plasma en recortes en los ingresos que, en el plano empresarial, delatan sobredimensionamientos de estructuras productivas tanto de recursos económicos como de efectivos humanos, lo que repercute en el mercado laboral en forma de más desempleo y menos contratación, de desinversiones en determinados activos y en la necesidad de implementar cambios estructurales. En suma, hay visos de decaimiento empresarial.

    Es preciso una urgente reconversión de nuestro modelo productivo

    En resumidas cuentas, las proyecciones del Banco de España para el período 2021 - 2023 manejan un escenario central en el que el PIB crecería este año el 6%, disminuyendo en 2022 al 5,3% y, atención, contrayéndose en 2023 a un exiguo 1,7%. Por consiguiente, nuestra economía sigue adoleciendo de hándicaps estructurales y, tras un rebote en 2021 - esperemos que así sea -, iría debilitándose. Eso exige una inmediata reconversión de nuestro modelo productivo que debe ponerse en marcha sin pensar por ahora en las famosas ayudas europeas. La economía española necesita una transformación urgente porque de lo contrario, ahí están los augurios del Banco de España, las cosas se torcerán. Los vaticinios sobre la tasa de paro son malos. Para 2021 el Banco de España pronostica el 17%, disminuyendo en 2022 al 15,1% y en 2023 al 14,1%. En todo caso, seguimos estando ante un serio problema de paro estructural que sigue sin resolverse y que nos distancia enormemente de los promedios de desempleo que se dan en el resto de Europa. Nuestra estructura económica tiene que remodelarse.

    Y si el déficit público podría cerrar 2020 en el -10,5% del PIB - más de 117.000 millones de euros -, en 2021 lo hará en el -7,7%, en 2022 en el -4,8% y en 2023 en el -4,4%. Estamos hablando de unas cifras escalofriantes si contemplamos el período 2008 - 2023, que son billonarias en cuanto a déficit público y corroboran la vulnerabilidad de nuestras finanzas públicas, agravada por la senda de la deuda pública que, si en 2020 cerró equivaliendo al 117,1% del PIB y en enero pasado ascendía a 1.314.335 millones de euros, en 2021 lo hará en el 117,9%, en 2022 en el 116,4% y en 2023 en el 117,6%. Seguimos, pues, transitando por una sinuosa carretera de curvas marcada por las debilidades de la economía española y las vulnerabilidades de nuestras finanzas públicas.