Razones para el optimismo en bolsa
Ken Fisher
Más allá de que se prolongue o no el repunte de las bolsas iniciado en marzo, el próximo mercado alcista está hoy en ciernes. Los expertos le dirán que esto es un disparate. Inquietos ante unos desastrosos indicadores económicos, consideran que dicha recuperación está "desconectada de la realidad". Con todo, su incapacidad para adelantarse a las buenas noticias es, valga la redundancia, la mejor noticia posible. Son presa de lo que llamo pesimismo de la desconfianza, una actitud cíclica que alienta los nuevos mercados alcistas.
La negatividad y el miedo siempre reinan en los inicios de un ciclo alcista por la fatiga mental de las malas rachas previas. Normalmente los mercados bajistas empiezan despacio, se aceleran más tarde y terminan con una gran traca final inducida por el pánico. Si utilizamos, por su larga historia, el índice S&P 500 en dólares (USD), los 13 mercados bajistas previos a 2020 promediaron una duración de 21 meses y una caída del 39,9 %, y más de la mitad de esta (el 22,0 %) tuvo lugar en los últimos tres meses. Tal es la conmoción que provoca la debacle en la mayoría de inversores que deja poco espacio al optimismo.
El ciclo bajista actual comenzó con más ímpetu que nunca al anticipar casi de inmediato la recesión que se desataría a raíz de la declaración de las medidas de confinamiento y distanciamiento social como consecuencia de la pandemia. El Ibex 35 se desplomó un 39,4 % en apenas 18 sesiones. El telón de fondo (el pánico omnipresente) era el de siempre.
Los mercados alcistas siempre suceden a los bajistas, pero arrancan sin hacer ruido
El miedo lleva a olvidar una verdad incontestable: los mercados alcistas siempre suceden a los bajistas, pero arrancan sin hacer mucho ruido, cuando los maltrechos inversores son incapaces de verlos venir. Cuando las expectativas están bajo mínimos, prácticamente cualquier escenario espolea las acciones. La mayoría, por lo general, desdeña el repunte considerándolo una trampa para incautos; es el conocido como "rebote del gato muerto" o falsa recuperación. Se fijan demasiado en las malas noticias y tiñen de negro los eventuales factores positivos: es en este momento en el que aflora el pesimismo de la desconfianza.
Cuando en 2009 empezó el último mercado alcista mundial, pocos dieron crédito a los multibillonarios planes de estímulo aprobados en Europa, como los recortes de impuestos y la proliferación de obras públicas en España. Se generalizó la opinión de que fracasarían o de que desencadenarían una enorme inflación. No fue así, y en 2010 las economías mejoraron. El PIB de la eurozona, tras el batacazo del 4,5 % de 2009, creció un 2,1 %. España también se sumó a la expansión pese a la incertidumbre del aumento de la deuda. La economía mundial se expandió, pero pocos se alegraron. Les preocupaba, en cambio, que la mejora económica abocara a una política restrictiva de los bancos centrales que presionaría a la baja a la renta variable. Los expertos tacharon de iluso a cualquiera que se hiciera eco de datos halagüeños.
El pesimismo de la desconfianza aparece siempre en los inicios de los ciclos alcistas
El pesimismo de la desconfianza aparece en los inicios de los ciclos alcistas. En un preludio como el actual, los supuestos sabios interpretan las buenas noticias con el ceño fruncido. Por ejemplo, de entrada vaticinaron una contracción de varios ejercicios y ahora las previsiones apuntan a que en el próximo trimestre la economía mundial crecerá. ¿Cuál es la manera negativa de verlo? Que eso ocurre porque el tercer trimestre se compara con el nivel del segundo, profundamente deprimido. Es verdad, pero también es así en las remontadas. Los gurús auguran que tardaremos en ver el PIB en sus máximos anteriores a la crisis sanitaria. Por realista que parezca, esto es irrelevante para la renta variable.
La extendida obsesión con la información económica, como el desplome del 31,5 % interanual de las ventas minoristas en España de abril, hace que sean pocos los que se den cuenta de que las cotizaciones se aprecian pese a que los datos sean tan funestos. Muchos olvidan que la última tendencia alcista mundial surgió en marzo de 2009 mientras la producción industrial de la eurozona mermaba un 19,3 % interanual y el PIB registraba una caída del 12,0 % anualizado. En España, Europa o EE. UU., el crecimiento no se reactivó hasta el tercer trimestre, y lo hizo levemente. Para entonces, tanto el Ibex como los mercados mundiales ya se habían revalorizado un 46,6 % y un 27,5 %, respectivamente. En el grueso de las previsiones de los inversores, con las miras puestas en el presente, no cabían esas alzas. Igual que ahora.
No lo olvide: los mercados miran hacia el futuro, a menudo a uno muy lejano. Para ellos, la cuestión no es que las noticias sean buenas, malas o nefastas, sino peores de lo previsto, lo que no parece complicado dado el deterioro de las expectativas; el auge de los parqués, por lo tanto, es más plausible. Lo mismo se aplicaría a una segunda ola del coronavirus: podría ser espantoso, pero, ¿peor de lo que ya tememos? Difícil si el pesimismo de la desconfianza sigue minando el sentimiento inversor.
Los cegados por este sesgo le exigen certeza al mercado, que muestre sin ninguna duda el inicio de un nuevo mercado alcista para que ellos no parezcan tan ingenuos por comprar demasiado pronto. La certeza es un rasgo caro de ver. Los mercados no esperan a que haya certeza. Son demasiados los inversores que la esperan, perdiéndose así los primeros grandes repuntes del nuevo ciclo alcista, así que no cometa el mismo error.