Internacional

La burla del electorado evidencia las vulnerabilidades de Johnson y Corbyn ante las generales del Brexit

  • Ambos candidatos despertaron carcajadas entre el público del debate
  • La poca credibilidad de Johnson y la indecisión de Corbyn juegan en su contra
Boris Johnson y Jeremy Corbyn. Foto: Reuters

Eva M. Millán
Londres,

Boris Johnson y Jeremy Corbyn se llevaron del primer debate a dos en la historia electoral británica una lección difícil de digerir para quienes aspiran a liderar la segunda economía continental: la mofa de una ciudadanía que ha perdido la confianza en su clase dirigente evidencia la profunda desafección de los votantes ante los que comicios más relevantes para el Reino Unido desde el fin de la II Guerra Mundial.

El empate técnico con el que se saldó el cara a cara del martes en televisión apenas se ha dejado notar en la temperatura de la campaña, pero las risas de una audiencia que no se molestó en disimular su desafecto por los contendientes revela el grado de aprensión que sus más reconocibles vulnerabilidades generan a pie de calle y constituyen una amarga metáfora del escepticismo inoculado por el referéndum de 2016 en el imaginario colectivo británico.

A tres semanas de la cita con las urnas, los estrategas de ambos bandos harían bien en reflexionar sobre el mensaje subyacente en la burla sufrida por los candidatos justo donde más flaquezas presentan, las mismas que, irónicamente, están obligados a pulir si quieren rehabilitar el cada vez más desacreditado panorama político británico. Resulta complicado imaginar que la hilaridad causada por Johnson al declarar que la verdad era importante no haya afectado dramáticamente a un primer ministro con una relación con la veracidad tan complicada como la que mantiene con la necesidad del reconocimiento ajeno.

El Partido Conservador era plenamente consciente de a quién elegía como líder el pasado verano. La reputación del ex alcalde de Londres era ampliamente conocida, desde sus dos despidos por haber falseado la realidad (uno del diario The Times, por haber fabricado citas, y otro en el propio organigrama 'tory', por haber mentido sobre una relación extramarital), a sus devaneos amorosos, o las incontables polémicas creadas por él mismo desde las páginas del diario conservador Daily Telegraph, con el que colaboró durante años.

Pero la evidencia de que este controvertido perfil ha calado intensamente en la ciudadanía, como quedó de manifiesto en el debate, debería preocupar a los responsables de su campaña, puesto que el pilar de la misma se basa en su promesa de "materializar el Brexit". El mantra que el premier pretende cristalizar en el electorado es sencillo: dadme una mayoría suficiente y la actual parálisis, "el retraso y la vacilación", serán un mero recuerdo, pero si los votantes no recogen el guante más fundamental, el de creer en su palabra, su estrategia queda resquebrajada desde los mismos cimientos.

Para agravar el diagnóstico, su mudanza a Downing Street ha añadido un arriesgado precedente, con la ruptura de la promesa, reiterada ad náuseam, de que Reino Unido estaría fuera de la Unión Europea el 31 de octubre. El fracaso en lo que constituía su apuesta más ambiciosa proyecta una sombra alargada sobre su endeble credibilidad, pero, a su favor, Johnson tiene la ventaja de que su rival tampoco goza de mayor popularidad en la escala de fiabilidad de la ciudadanía.

Contentar a todos o a nadie

Por si fuera poco, el talón de Aquiles de Jeremy Corbyn se centra peligrosamente en la cuestión que el primer ministro pretende que decida los comicios: el Brexit. El líder laborista ha decidido jugársela el 12 de diciembre a la carta de la ambigüedad, pero si hay una máxima en política que ha sido reiteradamente demostrada es la de que intentar contentar a todos tan solo tiende a recabar insatisfacción generalizada.

Por eso cuando en el careo en televisión declaró que su posición en materia de salida era "simple", las risotadas que recibió como respuesta indudablemente confirmaron todas las alertas que albergaba la oposición. El Laborismo concurre a las generales sin aclarar qué apuesta defendería en el referéndum que ha prometido convocar el próximo año, si la permanencia en la Unión Europea o el divorcio con el acuerdo que prevé renegociar, una indeterminación impuesta por el propio Corbyn, para frustración de la mayoría de su equipo.

La lógica semeja innegable: tender la mano tanto a los simpatizantes del Brexit y a quienes aspiran a continuar en la UE, haciéndoles creer que se está de su lado, debería aumentar exponencialmente su potencial electoral. La realidad, sin embargo, arroja el retrato injustificable de un partido incapaz de resolver en qué bando quiere militar ante el factor fundamental que decantará los comicios. El martes, Corbyn sufrió en hasta nueve ocasiones para evitar posicionarse, pero su indecisión se ha convertido en un lastre demasiado pesado para una formación que necesita una remontada histórica para poner fin a casi diez años fuera del poder.