Televisión

José Pablo López se estrella contra el famoseo con datos demoledores: por qué tanto cotilleo en TVE

RTVE se enfrenta una encrucijada que no parece resolverse: ser un espacio de calidad, información y cultura que dé sentido a su condición de servicio público, y justifique así los 1.300 millones anuales que cuesta a los contribuyentes o convertirse en un mero espejo de las cadenas privadas para ofrecer contenidos idénticos con el fin de obtener audiencia.

José Pablo López y sus partidarios sostienen que la Corporación Pública debe ser más popular y buscar audiencia con el argumento de que TVE no debe ser una cadena que no vea nadie. Por eso, impulsan en La 1 una parrilla plagada de cotilleo, famoseo, y entretenimiento superficial. Desde el corazón de Mañaneros hasta las tardes que llegan con Belén Esteban o María Patiño, desde los fines de semana con Alba Carrillo comentando los amores de los famosos a las noches de frikis cosiendo vestidos, cocinando bollos o bailando, La 1 es cada vez más un sucedáneo de Telecinco.

La diferencia es que RTVE es pública y que además este famoseo que supuestamente se justifica para atraer audiencia es rechazado por el espectador de TVE.

La dirección actual de RTVE parece haberse decantado por la opción frívola, apostando por contenidos de corte rosa y chismorreo con la esperanza de aumentar la audiencia. Sin embargo, los datos demuestran que este camino no solo es erróneo, sino que traiciona la propia esencia de un medio que se financia con dinero público.

Los últimos índices de audiencia son reveladores. Mientras que los realities de Telecinco como Supervivientes siguen siendo un fenómeno de masas con cifras que superan el 20%, en Televisión Española los contenidos sensacionalistas no logran despegar. Mañaneros, con su apuesta por el cotilleo, apenas roza un 8%. Peor aún es peor el caso de su extensión, el Extra de Mañaneros, que ni siquiera alcanza el 6%. Todo esto, mientras la cadena pública se aferra a fórmulas como la inminente llegada de un programa en la franja de sobremesa que parece una imitación de Sálvame, con la reincorporación de figuras como María Patiño o Belén Esteban.

La justificación de este viraje es siempre la misma: atraer más público a RTVE. Sin embargo, la paradoja es evidente. No solo estos programas (el magacín de tarde no se ha estrenado) no consiguen los índices de audiencia esperados, sino que, además, desnaturalizan la función de la televisión pública. Si el objetivo es ofrecer lo mismo que las cadenas privadas, ¿qué sentido tiene seguir financiando este tipo de contenidos con dinero del contribuyente? ¿No debería RTVE aspirar a algo más?

Los datos también apuntan en otra dirección. Mientras los programas de crónica rosa fracasan estrepitosamente en la parrilla pública, otras propuestas, mucho más alejadas del entretenimiento chabacano, como el espacio de Marc Giró, logran cifras sorprendentes. El documental 7291, que aborda la tragedia de las residencias de ancianos en Madrid durante la pandemia, alcanzó casi un 9% de audiencia en La 2, y sumando los datos del Canal 24 Horas, llegó a un impresionante 15%. En Madrid, una de cada cuatro personas que estaba viendo la televisión en ese momento sintonizó el reportaje. Un programa de servicio público, duro e incómodo, logró conectar con una audiencia que supuestamente prefiere el escapismo.

Otro ejemplo es La Revuelta, un espacio que incluso en horas bajas mantiene un sólido 12,5% de cuota. Frente a ello, Maestros de la costura celebrity, un intento de convertir la cultura en espectáculo ligero repleto de celebrities, se desplomó hasta el 7,6%, demostrando que no basta con añadir famosos a un formato para garantizar su éxito.

Estos datos deberían hacer reflexionar a los directivos de RTVE. No se trata de abogar por una televisión elitista o aburrida, sino de comprender qué demanda realmente la audiencia de la televisión pública. La gente quiere contenido de calidad. Quiere información relevante, documentales bien producidos, concursos culturales que incentiven el conocimiento. Quiere ficción española que impulse la industria audiovisual del país y que sirva de escaparate para actores, guionistas y creadores. Dar contenidos que un servicio público ofrezca porque no están en las privadas.

En cambio, lo que se está haciendo es un intento torpe de copiar lo peor de la televisión comercial, pero sin la espontaneidad y el descaro que hace funcionar a programas como Supervivientes o los reality shows de Mediaset. Es una imitación a medias, descafeinada, que ni atrae a los espectadores del entretenimiento frívolo ni respeta a aquellos que esperan que RTVE ofrezca algo distinto.

Necesitamos una televisión pública que informe, eduque y entretenga con dignidad

Las preguntas son evidentes: ¿por qué la dirección de RTVE insiste en esta estrategia, a pesar de la evidencia de su fracaso? ¿Por qué se eliminan formatos que sí funcionan para dar paso a un folclore rosa que no interesa? ¿Por qué se sigue apostando por un modelo que solo consigue vaciar de sentido a la televisión pública?

Es hora de replantear el rumbo de RTVE. No necesitamos más tertulianos de escándalos amorosos ni más debates artificiales sobre la última polémica del famoseo. Necesitamos una televisión pública que informe, que eduque y que entretenga con dignidad. Qué dé trabajo a actrices y actores, que fomente el teatro, los valores universales y que informe con independencia. Que recuerde que su función no es competir con las privadas en el fango del morbo, sino ofrecer un contenido diferente, útil y valioso.

La audiencia ya ha hablado con claridad. Ahora, falta que quienes dirigen la corporación empiecen a escuchar.

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