Durante años, una pregunta se repetía entre la prensa italiana y los vecinos de la Costa Esmeralda: ¿qué sería de Villa Certosa, la espectacular residencia de verano de Silvio Berlusconi en Cerdeña, tras la muerte del político y empresario? Poco más de dos años después de su fallecimiento a los 86 años, la incógnita parece llegar a su fin. Según adelantó el Corriere della Sera y confirmó La Nuova Sardegna, la emblemática propiedad de Porto Rotondo se ha vendido a un magnate árabe por una cifra cercana a los 500 millones de euros.
La familia Berlusconi, a través de la sociedad Fininvest, ha negado que ni siquiera haya negociaciones avanzadas y se limita a admitir "varias manifestaciones de interés". Pero el movimiento tiene sabor a final de ciclo. Hablamos de la compraventa inmobiliaria más importante de la historia reciente de Italia, tanto por el montante económico —se estima entre 300 y 500 millones— como por la potente carga simbólica que encierra.
Villa Certosa nunca fue una simple residencia de vacaciones. Desde finales de los años ochenta, cuando Berlusconi la adquirió, la finca fue objeto de sucesivas ampliaciones y transformaciones que la convirtieron en un complejo casi mítico: 4.500 metros cuadrados construidos, 126 habitaciones, 174 plazas de garaje, varios bungalows, un puerto privado, un anfiteatro al estilo grecorromano, piscinas de talasoterapia y hasta un volcán artificial capaz de simular erupciones nocturnas. Todo ello dentro de un parque de 120 hectáreas con jardines exóticos, cactus y rincones extravagantes.
Quienes la conocieron de cerca solían definirla como "una pequeña Las Vegas en el Mediterráneo". Y no exageraban. El propio Berlusconi presumía, con humor, de una supuesta "hierba viagra" que crecía en sus jardines.
Más allá del lujo, la villa fue escenario político de primer nivel. Allí se celebraron encuentros diplomáticos y cenas de Estado durante los años en los que el Cavaliere dirigió el Gobierno italiano. Entre sus huéspedes ilustres figuran George W. Bush, Tony Blair, José María Aznar, Hosni Mubarak o Vladimir Putin. En el verano de 2002, por ejemplo, Blair y su esposa Cherie compartieron una velada en la que se sirvió langosta, hubo música al piano y Berlusconi acabó cantando clásicos napolitanos vestido de blanco. Era la teatralidad política elevada a espectáculo privado.
Pero Villa Certosa también quedó asociada a los excesos y los escándalos. En 2007, unas fotografías del reportero Antonello Zappadu retrataron al entonces primer ministro rodeado de jóvenes en bikini y a líderes extranjeros, como el checo Mirek Topolánek, en actitudes comprometidas. La residencia pasó a simbolizar, para muchos, la cara más polémica del berlusconismo: una mezcla de poder, opulencia y frivolidad.
Tras la muerte de Berlusconi en 2023, la venta de la mansión se intuía inevitable, aunque no sencilla. Pocas fortunas en el mundo pueden afrontar un desembolso de semejante magnitud. Durante años se especuló con jeques árabes, cadenas hoteleras de lujo e incluso fondos internacionales. Ninguna operación cristalizó.
Ahora, con Sotheby's International Realty y la agencia dubaití Knight Castle como intermediarias, la operación parece más realista que nunca. Si se confirma la cifra cercana a 500 millones de euros, el traspaso es un hito económico, además del cierre simbólico de una época marcada por el protagonismo absoluto de Berlusconi en la política y la vida social italiana.
Villa Certosa representa el ascenso y declive del berlusconismo, un proyecto político en el que se entremezclaron poder, espectáculo y excesos.
Italia observa este movimiento con una mezcla de nostalgia y curiosidad. Para algunos, se trata del cierre definitivo de un capítulo incómodo de su historia reciente; para otros, de un simple traspaso inmobiliario. Pero lo cierto es que, si la venta se concreta, Villa Certosa pasará a manos de un nuevo magnate y dejará de ser el santuario personal del hombre que moldeó durante décadas la política y la sociedad italiana.
"El final de una época", titulaba con acierto La Nuova Sardegna. La frase resume el sentir de muchos italianos: la venta de la residencia más famosa de Berlusconi no es solo una operación financiera, sino el entierro definitivo de un símbolo de poder que marcó a toda una generación. A más de una.
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