En 2016, Woody Allen escribió una carta Jeffrey Epstein, entonces un multimillonario magnate, muy bien relacionado, y años después, condenado por tráfico sexual de menores, encarcelado y fallecido en prisión, supuestamente, tras quitarse la vida. Pero en 2016 era conocido por su lujoso estilo de vida. Aún no eran públicos los escándalos de abuso sexual de menores.
En la misiva, Allen describe con su característico humor negro las peculiares cenas que compartió con su esposa Soon-Yi (hija adoptada de Mia Farrow, ex del director), en la mansión neoyorquina del magnate. "Al ser vecinos", comienza Allen, "mi esposa Soon-Yi y yo hemos sido invitados a cenar muchas veces. Siempre aceptamos, siempre interesante". Desde el primer párrafo, Allen destaca la variedad de asistentes en las cenas de Epstein: políticos, científicos, periodistas, intelectuales, comediantes, incluso un entomólogo y un pianista de concierto. Aparentemente, las cenas eran una suerte de salón moderno, donde lo más granado de ciertos círculos sociales y académicos se encontraba para compartir mesa.
Sin embargo, Allen no tarda en pintar una imagen más surrealista —y escalofriante— del anfitrión y su entorno. Describe cómo el personal de servicio a veces consistía en "varias jóvenes que recuerdan a las vampiras de Drácula" y cómo Epstein, viviendo solo en una gran mansión, "podía imaginarse durmiendo en tierra húmeda". Es un retrato cargado de ironía, que hoy adquiere tintes inquietantes por el contexto posterior.
Pero más allá del ambiente decadente y las figuras célebres, Allen centra gran parte de su carta en lo que, para él, fue el verdadero misterio de Epstein: su incapacidad para ofrecer una cena decente. La primera vez que acudieron a su casa, según relata, no se sirvieron bebidas a menos que uno las pidiera explícitamente, y la comida fue escasa. "Mi esposa murmuraba: '¿Esto es todo? Después de irnos tal vez tengamos que pasar por un restaurante'", escribe Allen, relatando con humor la decepción.
Pronto, Soon-Yi se convirtió en una especie de asesora culinaria no oficial de Epstein. "Con su manera diplomática, le preguntó: 'Va a haber más comida, ¿verdad?'", recuerda Allen. Bajo su persistencia, las cenas evolucionaron: se comenzó a pedir comida china en abundancia y luego, eventualmente, a cocinar en casa. Soon-Yi incluso tuvo que explicarle el orden básico de los platos: primero el aperitivo, luego el plato principal. También le recomendó colocar flores en la mesa para que el ambiente resultara "ligeramente acogedor".
Allen concluye que, con el tiempo, las cenas en casa de Epstein se fueron 'tuneando' hacia una experiencia más civilizada. Aunque matiza que "el gran teléfono y ordenador a su derecha quitaban algo del ambiente de comida casera", rematando con un guiño lúgubre: "Pero no se puede tener todo… no en el castillo de Drácula".
La carta, en apariencia frívola, ofrece una ventana inquietante a la cotidianeidad de uno de los hombres más oscuros de la élite financiera global, a través de la mirada aguda de un narrador que mezcla lo doméstico con lo grotesco. Sin abordar directamente los crímenes de Epstein —que en 2016 aún no habían alcanzado su punto álgido en la prensa—, Allen logra captar lo disonante de su figura: un anfitrión millonario, rodeado de luminarias, que necesitaba ser instruido en cómo servir una cena.
Hoy, esa carta escrita como una anécdota trivial cobra un matiz siniestro por los horribles crímenes cometidos por el depredador que fue Epstein.
La carta completa traducida
Siendo vecinos, mi esposa Soon-Yi y yo fuimos invitados a cenar muchas veces. Siempre aceptábamos; siempre era interesante. Había una gran variedad de personas fascinantes en cada cena. Políticos, científicos, profesores, magos, humoristas, intelectuales, periodistas, un entomólogo, un pianista de concierto… En fin, siempre era interesante, y la comida era suntuosa y abundante. Muchos platos, gran variedad, numerosos postres, bien servidos.

Digo bien servidos: a veces por un mayordomo profesional, y con frecuencia por varias mujeres jóvenes que recordaban a ese ambiente del Castillo de Drácula, donde Lugosi tiene tres vampiresas que se encargan del lugar. Sumemos a eso que Jeffrey vivía solo en una casa enorme, y uno podía imaginárselo durmiendo bajo tierra húmeda. Pero volvamos a la comida. Normalmente era una cena excelente, pero no siempre fue así.
De hecho, la primera vez que fuimos, la historia fue muy distinta. Fuimos invitados junto a un grupo de personas destacadas, hombres y mujeres del periodismo, la televisión, e incluso de la realeza. Nos llevaron al salón, donde todos estaban sentados charlando antes de que se sirviera la cena. No se sirvieron bebidas. Uno podía pedir una, si quería, pero no se ofrecían. Ese debería haber sido el primer indicio.
Cuando bajamos y se sirvió la comida, fue escasa. Tan escasa que mi esposa, y las personas sentadas junto a ella, murmuraban: "¿Esto es todo? ¿Es esto lo único que nos van a dar? Cuando salgamos de aquí voy a tener que ir a un restaurante". No quisimos decir nada cuando volvimos la vez siguiente, pero mi esposa, con esa forma diplomática que tiene, comentó: "Habrá más comida esta vez, ¿verdad?".
Gracias a su insistencia, la situación fue mejorando poco a poco, y en cenas posteriores se ofrecían cubos de comida china encargada en un restaurante local, colocados en un bufé donde uno podía hacer cola y servirse. Todo aquello parecía extraño, viniendo de un hombre de posición que solía recibir a invitados ilustres.
Con la insistencia continuada de mi esposa, se hicieron arreglos para que la comida se cocinara en casa y se sirviera adecuadamente. Ella tuvo que explicarle el orden en que deben salir los platos. No el plato principal primero y luego el entrante, sino al revés. Con el tiempo, consiguió convencerle incluso para que pusiera algunas flores en el centro de la mesa, para que el ambiente pareciera mínimamente cálido y acogedor.
Esto llevó tiempo y varias correcciones, pero al final sus cenas fueron ajustadas hasta parecer, en cierto modo, normales y civilizadas. Eso sí, el gran teléfono y el ordenador que tenía siempre a mano en su derecha quitaban parte del ambiente relajado de una cena casera… Pero no se puede tener todo, no en el Castillo de Drácula.
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