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La madre que parió a Oasis: por qué Peggy, la señora que trajo al mundo a Liam y Noel Gallagher, es la culpable del regreso

Cardiff, viernes por la noche. Llovizna galesa, cerveza caliente, bengalas y una multitud que grita como si Dios estuviera a punto de subir al escenario. Y en cierta forma, eso es exactamente lo que pasó. Liam y Noel Gallagher, enemigos íntimos, hermanos de sangre y espinas, se reencontraron en el mismo escenario tras quince años de escupirse desde la distancia. El milagro no lo obró un productor con chequera ni un ejecutivo nostálgico. Fue cosa de una madre. Concretamente, la suya: Peggy Gallagher, la mujer que parió a Oasis y, por tanto, la única con autoridad moral suficiente para obligarlos a dejar las trincheras y volver a abrazar la música como si nada hubiera pasado.

La historia no empieza en Cardiff, sino en el condado de Mayo, al oeste de Irlanda, donde nació una mujer tan irlandesa como Maureen O'Hara: Margaret Gallagher —Peggy para el mundo— entre campos de lluvia y misa dominical. Como tantos irlandeses, emigró a Inglaterra en busca de pan y futuro. Lo encontró, a medias, en Burnage, un barrio obrero de Manchester donde el frío muerde más que la pobreza. Allí se casó con Thomas Gallagher, un hombre con más puños que ternura, más whisky que promesas. La violencia doméstica fue el pan de cada día. Peggy aguantó lo justo. Cuando vio que los golpes no sólo le llovían a ella, sino que empezaban a dejar sombra en los ojos de sus hijos, lo echó de casa sin más armas que su voz firme y una dignidad sin huecos. Crió sola a Paul, Noel y Liam. Limpiaba oficinas a las cinco de la mañana, cocinaba con lo justo y, sobre todo, enseñó a resistir.

Margaret Gallagher y sus hijos Noel y Liam

La prensa británica la llama "la feroz madre irlandesa". Pero sus hijos la conocen como una mujer que nunca necesitó levantar la voz para hacerse entender. A Noel le compró su primera guitarra cuando parecía que iba directo al callejón sin salida del barrio. A Liam le ponía discos de los Beatles mientras le enseñaba que cantar era también una forma de no rendirse. No tuvo estudios, pero intuyó lo que muchos padres de talento niegan: que los sueños, incluso los más ruidosos, también necesitan ser alimentados.

Oasis no nació en un estudio ni en un pub. Nació en esa casa de Burnage, con alfombra raída y olor a sopa, donde Peggy, sin querer, fundó el britpop con cada plato que servía. Cuando Noel se unió a la banda de su hermano pequeño, Peggy fue la primera en anunciar lo obvio: "Esto va en serio". No se equivocó. Vinieron los himnos: Live Forever, Supersonic, Wonderwall. Y con ellos, las broncas. La química entre los Gallagher era magia con espoleta. Cada gira era una cuenta atrás. Cada entrevista, una pelea en diferido. Pero cuando la cosa se salía de madre, ¿a quién llamaban los managers? A Peggy, claro. Ella calmaba la tormenta desde su cocina, con un té en la mano, hablando con cada hijo por separado como si aún tuvieran doce años. Y funcionaba.

Hasta que dejó de funcionar

En 2009, en un camerino de París, se rompió todo. Guitarras volando, insultos, portazos. Noel abandonó la banda, y Liam se quedó a ladrar solo en la oscuridad. Desde entonces, el odio fue institucional. Se insultaban por redes, se reían de los hijos del otro, se ignoraban en público. Peggy, ya sin fuerza para poner orden, se retiró del campo de batalla. Pero nunca dejó de sufrir. Sabía que, pese a todo, se seguían queriendo. Porque el odio más profundo sólo lo sienten los que alguna vez se amaron como hermanos.

Hace unos meses, cuando los inviernos empezaron a dolerle más que de costumbre, Peggy decidió hablar de nuevo. "No me voy a morir sin veros juntos otra vez", les dijo, según contó un primo cercano al diario Manchester Evening News. Reunió a cada uno en su casa, por separado, como en los viejos tiempos. Les puso té. Les habló con la verdad sencilla de quien ya no quiere nada para sí. Sólo ese último deseo: verlos reconciliados, aunque fuera durante una canción.

El viernes por la noche, en el Principality Stadium de Cardiff, la profecía se cumplió. No hubo abrazos sobreactuados ni discursos de paz mundial. Solo música. Las guitarras sonaron como antes, y la voz de Liam —rota, desafiante— encontró en las melodías de su hermano el viejo abrigo de juventud. Tocaron Morning Glory, Slide Away, Don't Look Back in Anger. El estadio vibró. Lloró. Saltó. En la última canción, Champagne Supernova, se alejaron caminando juntos hacia el backstage. Un gesto breve, pero suficiente. En ese instante, Peggy Gallagher, desde algún lugar de Manchester, seguramente apagó la tele, suspiró y se sirvió otra taza de té.

Noel y Liam en el Estadio de Cardiff

El tour continuará por el mundo. Cuarenta y una fechas, tres continentes, estadios repletos de gente que nunca dejó de esperar este milagro. Pero nada de esto habría sido posible sin ella. La mujer que frotaba suelos y cambiaba vendas emocionales. La madre que parió a Oasis. La principal culpable de que, esta vez, todo vuelva a empezar.

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