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Un documento certifica que Bezos y Lauren Sánchez ya están casados y con un acuerdo prenupcial blindado

Como la canción de Ana Belén: Bezos, ternura, qué derroche de amor, cuánta locura

La boda del tercer hombre más ricos del mundo puede resumirse como en una versión de chiste malo de la canción de Ana Belén: "Bezos, ternura, qué derroche de amor, cuánta locura...". Pero todo es ya ornamento y diversión porque los aspectos formales de este matrimonio ya están redactados y sellados. Jeff Bezos y Lauren Sánchez, la presentadora que aprendió a mirar desde el cielo, ya son marido y mujer: lo certifica un registro civil.

En algún despacho notarial de los Estados Unidos silencioso, ajeno al tintineo de las copas y al eco hueco de los titulares, el dueño de Amazon y Lauren Sánchez han estampado sus firmas sobre el papel que da fe de su unión. No fue bajo los frescos del siglo XVI ni ante un alcalde veneciano con banda tricolor, sino en la intimidad legal de su propio país. Allí se casaron, según sostienen diversas fuentes y como recogen medios británicos y norteamericanos. Las mismas fuentes señalan también que hay un acuerdo prenupcial blindado con la solidez de muchos ceros.

Mientras las góndolas oscilan al paso de los paparazzi y las campanas de San Giorgio Maggiore tañen para los turistas más que para el amor, el fundador de Amazon, de 61 años, y la ex reportera aérea, de 55, celebrarán en unas horas lo que queda de su ceremonia nupcial, santificada por las actuaciones de Lady Gaga y Elton John. Pero es un ornamento: el emperador y su musa ya están casados. Ahora queda la fiesta, la ópera líquida, del puto amo y la presentadora de televisión, rodeados por estrellas que brillan más en Instagram que en el cielo. Sin embargo, la burocracia italiana, tan amante de la rúbrica como del rito, no figura en esta historia. Las autoridades venecianas nos confirman que ningún registro civil fue solicitado ni tramitado. "Puedo descartar completamente que se haya celebrado una ceremonia civil bajo la legislación italiana", nos dice sin temblores un portavoz del Ayuntamiento. Como aprendió George Clooney en 2014, cuando desposó a Amal Alamuddin entre los canales, y cuyos wedding planners han sido contratados por Bezos, casarse en Italia siendo estadounidense requiere más que rosas blancas y terciopelo en los bancos de iglesia. Exige, por ejemplo, una "dichiarazione giurata" ante un cónsul de EE.UU., una cita con el notario en la embajada, la firma de un "atto notorio" y la presencia de dos testigos autorizados. Nada de eso consta en los archivos del Estado. Bezos y Sánchez nunca cruzaron el umbral del matrimonio en este territorio de canales, arte e historia que han casi "alquilado", para indignación de una parte de los venecianos, gracias a su presupuesto ilimitado.

O sea, la verdad, la oficialidad, ya estaba firmada desde el otro lado del océano. Todos los expertos en divorcios (y más cuando hay grandes cuentas offshore) lo explican a menudo con frialdad geométrica y coinciden en que casarse (la parte legal, no la fiesta) fuera de EE.UU. a menudo complica las cosas, por eso lo hacen antes. Y el acuerdo prenupcial se redacta en EEUU pero para tener validez en cualquier parte. Lo que importa es el estado de residencia a la hora del divorcio.

El documento firmado incluye en acuerdo prenupcial

Y así es: si viven en Miami, como consta por sus propiedades en Indian Creek, esa isla que parece sacada de una novela de Gatsby escrita por desarrolladores inmobiliarios, allí deberá disolverse también lo que ahora se celebra si el amor deja algún día de bendecir su unión. El documento firmado ampara a ambos con una arquitectura legal digna de una gran multinacional. Millones pactados, límites precisos, cláusulas de protección financiera. El amor eterno, en letra pequeña (just in case).

Por otro lado, desde el Ayuntamiento de Venecia, una fuente cercana al comisario de Cultura añade con melancólica nitidez que ni una sola dependencia municipal ha tenido que ver ni ha sido parte de las ceremonias. Ningún salón noble, ningún claustro alquilado, ningún funcionario vestido de solemnidad. "Por ley, los matrimonios civiles deben celebrarse en el ayuntamiento", nos ratifica un funcionario. "Es posible designar otros lugares, sí, y en este caso no hay rastro de que tal trámite se haya solicitado". Mientras esos detalles administrativos duermen en silencio, la ciudad de los canales bulle con los ecos de una fiesta de tres días, valorada en varios millones de dólares. Una fuentes dan por buena la cifra de 10 millones mientras que otros elevan hasta 40 millones de dólares el presupuesto de estos fastos.

Cena de bienvenida, acompañados por un cortejo de celebridades

El jueves por la noche, como hemos ido contando, los recién casados (aunque sin acta italiana) fueron vistos rumbo a una cena de bienvenida, acompañados por un cortejo de celebridades que bien podría haber desfilado en Cannes o en los pasillos de un reality. Allí iban Kim Kardashian, con ese modo de mirar como si lo supiera todo y no quisiera decir nada; Kris Jenner, la matriarca infalible; Khloé, con su sonrisa tensa; Oprah y Gayle, eternas comadres del alma estadounidense; Barry Diller con su media sonrisa de magnate curtido, y Diane von Fürstenberg, envuelta como siempre en sí misma y en sus telas. También estaba Tom Brady, con el mismo porte con que salía al campo en enero, y Scooter Braun, el domador de popstars. Incluso apareció Orlando Bloom, como una estatua de sí mismo recién liberada del mármol de alguna separación reciente.

Mientras tanto, Ivanka Trump y Jared Kushner —vecinos en Indian Creek— recorrían los puentes venecianos con sus hijos, envueltos en lino blanco y sonrisas de postal. No hay constancia de que hayan participado en la boda, pero en celebraciones como esta, el acto social empieza antes del brindis y se prolonga mucho después de los postres. El espectáculo siguió en San Giorgio, donde se desplegaron fuegos artificiales como si el cielo mismo quisiera aplaudir. Lauren —dicen— cambió de vestido más veces que el calendario lunar: Oscar de la Renta, Galia Lahav, Dolce & Gabbana… una constelación de telas para una reina sin corona. Y como epílogo de cuento, Matteo Bocelli, hijo del tenor, entonó notas que viajaron por la laguna como una oración en verso. Más allá del champán y los tulipanes, lo que queda es un acto jurídico envuelto en seda. No habrá en Venecia altar de mármol ni bendición canónica, ni tampoco papeles firmados bajo las leyes del Véneto.

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