En la España de Pedro Sánchez el poder no muere por elecciones ni por una crisis económica que nos ahogue ni porque se nos apague el país entero sin que nos expliquen por qué.

Muere por las voces que creía haber enterrado. Y ese tipo siniestro, cuya estética a simple vista rezuma sordidez, es como fue el ex comisario Villarejo, el gran verdugo del sanchismo.

El Gobierno tiembla. Los nombres propios empiezan a gotear. Algunos ya están quemados, otros aún creen que se salvarán. Pero muchos, en algún momento, hablaron con Koldo. Y muchos pensaron que podían confiar. Y todos fueron grabados.

Koldo no será recordado por su discurso ni por su carrera política. Pasará a la historia como "la grabadora que destruyó a Pedro Sánchez". No fue una moción de censura. No fue la oposición. Fue un archivo. Un clic. Un "REC" encendido en la chaqueta de un hombre que no quería ser solo el tonto útil. Y acabó siendo el detonador.

El PSOE de Sánchez, obsesionado con el relato, no supo ver que la historia no la escriben los discursos, sino las grabaciones. Cada "off the record", cada llamada en voz baja, puede ser un cuchillo. Koldo lo sabía. Lo supo desde que dejó de ser escolta y empezó a ver cómo se forja el poder de verdad. En los márgenes, en los sobres, en las órdenes sin papel.

En la penumbra del sistema, el que graba, manda. Aunque no tenga más título que el de traidor. No es fácil descodificar la mente de Koldo García, un tipo que lleva años preparando su venganza por si acaso.

La mente de Koldo no puede ser tan grande como él pero sí es compleja. Un tipo callado y atento. No habla mucho. Observador. Lo aprendió cuando era escolta y lo perfeccionó cuando entendió que, en la política, la lealtad es una trampa. Sabía que el que escucha sobrevive más que el que habla. Por eso grababa. No por venganza, no por codicia. Por supervivencia.

Fue guardaespaldas. Luego asistente. Luego algo más, algo innombrable. Un hombre que entraba en los despachos sin hacer ruido y salía con más información que con la que había llegado. No tenía aspecto de espía, pero eso lo hacía más útil. No parecía peligroso, y eso lo volvía letal. Condujo el Peugeot desgastado de Pedro Sánchez en aquella campaña quijotesca de 2017. De noche, por carreteras vacías. El futuro presidente dormía a ratos; Koldo, no. Grababa con la mente.

Años después, ya con Sánchez en la Moncloa, Koldo siguió siendo invisible. El músculo que nadie miraba. Pero entendió que el poder corrompe, y también abandona. Que los hombres como Santos Cerdán no piden favores, dan órdenes. Que los errores se pagan, pero los secretos se salvan si están grabados. Y entonces grabó. Con voz grave y respiración lenta, dejó constancia de nombres, cifras, promesas, estrategias. Grabó porque intuía el final.

Lo hacía con técnica. Nada sofisticado. Una grabadora corriente, camuflada entre la cartera o la americana. Como Villarejo, a quien sin duda admira.

Koldo sabía que los hombres más peligrosos de este país no llevan pistolas: llevan grabaciones. La Guardia Civil solo ha encontrado parte del material, pero no todo: quedan archivos escondidos. En algún servidor, en algún trastero, bajo algún nombre falso. Y lo que contienen no es menor. Voces del poder. Voces de otros partidos. Voces que tiemblan.

En España ya no se cae por las urnas. Se cae por las cintas, por los Watergate. Desde Gürtel hasta Kitchen. Las grabaciones no duelen al oído, pero sangran en la imagen. En el PSOE lo saben. Lo aprendieron a golpes.

Santos Cerdán, el cerebro político detrás de Sánchez, aparece como el arquitecto de las sombras. Las grabaciones revelan órdenes, decisiones, repartos. No es nuevo. La política es barro. Pero estas cintas suenan con eco. Son pasado y presente. Son promesa de ruina. En ellas hay una España oscura, como una sala sin ventanas. Un país donde el poder se negocia en aparcamientos y los contratos se firman entre cafés fríos y amenazas veladas.

Koldo no tiene el verbo de un héroe ni la épica de un traidor. Tiene grabaciones y miedo. Si lo empujan, hablará. Si lo acorralan, soltará nombres. Ya ha empezado. Ya huele a pólvora en los pasillos del Congreso.

No es la primera vez

Koldo es de la escuela de los Villarejos y otros eminentes grabadores como los que destruyeron al PP de Rajoy. No lo hizo por justicia. Lo hizo porque sabía que, al final, nadie protege al hombre que no puede hacer daño. Así que se convirtió en un hombre peligroso. Pero, a la postre, una bendición para este país.

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