En Galicia, donde a veces los días grises se confunden con el pensamiento interior de sus hombres públicos, Alfonso Villares, conselleiro de Mar hasta anteayer, ha descendido del pedestal político como quien se retira del muelle cuando huele a tormenta. Lo hizo con una frase limpia y de tintes estoicos: "Renuncio al aforamiento para defenderme como cualquier ciudadano". La cita podría figurar en un manual de dignidad republicana, si no estuviera salpicada por la sombra de una acusación devastadora: agresión sexual con sumisión química. En Galicia, las cosas no se gritan. Se insinúan con el ceño. Y entre esos silencios, flota ahora una pregunta que nadie se atreve a pronunciar con todas sus letras: ¿qué pasó realmente entre el conselleiro y la musa? Las respuestas, si llegan, lo harán desde un juzgado, no desde la tribuna política. Por ahora, el mar guarda silencio, pero todos saben que, tarde o temprano, devuelve lo que se arroja a sus aguas.

Este hombre de apariencia serena, nacido en Cervo en 1970, ha vivido en menos de veinticuatro horas la caída libre desde los salones de San Caetano hasta el abismo de los telediarios. Hasta hace una semana, era solo un político gallego más, de los que visten discretos trajes grises y se confunden con la niebla de los puertos. Hoy, su nombre recorre las tertulias con la fuerza de un naufragio. La historia, si se resume, pierde matices. Pero fue así: el miércoles 4 de junio, a las seis de la tarde, Villares citó a la prensa. No para hablar de mariscos ni de cuotas pesqueras, sino para anunciar su dimisión. Nadie lo esperaba. Pocas horas después, se supo lo esencial: la mujer que lo denunciaba era Paloma Lago, una presencia de portada, de plató, de alfombra roja. La gravedad del caso, el nombre de la denunciante y el clima político convirtieron el escándalo en tormenta nacional.

Lo que sigue no es más que la danza habitual de la política cuando salta la alarma: el PP gallego anunció la baja temporal del acusado, y sus compañeros de gobierno se apresuraron a publicar tuits con la palabra "respeto", ese abrigo que sirve para todas las estaciones. El presidente Alfonso Rueda, sabedor del asunto desde febrero, lo había mantenido a flote hasta el último minuto. Le une a Villares, más que la política, una afinidad que pasa por el deporte, el carácter campechano y las confidencias entre partidos de pádel.

Nadie sabía que Villares mantenía una relación sentimental con Paloma Lago

Nadie sabía —y ahí reside el gran giro de esta tragedia gallega— que Villares mantenía una relación sentimental con Paloma Lago. Él, el hombre que apenas asomaba su vida privada a las redes, había logrado preservar durante meses el secreto de una historia afectiva con una de las mujeres más conocidas del país. Su perfil público era el de un funcionario de la política, sin estridencias, hecho en la escuela del esfuerzo rural, con vocación de servidor público y una vida repartida entre el despacho y el puerto. Veterinario de formación, entró en política a los 25 años como concejal de su pueblo. Luego fue alcalde de Cervo durante dieciséis años. Lo suyo era el contacto directo con la gente, la conversación larga en los bares, los saludos a pie de mercado. De trato afable, tenía fama de ser buen conversador. Hablaba con marineros, con alcaldes, con periodistas, con turistas. Siempre sonriendo, siempre como si nada fuera urgente. Cuando llegó la crisis de los pellets, en el invierno de 2023, fue su primer gran incendio mediático. Dijo entonces que era seguro comer pescado gallego "aunque hubieran comido bolitas de plástico", porque —y aquí la frase que se le volvió en contra— "entran por donde entran y salen por donde salen". Le llovieron críticas, pero Rueda no lo tocó. Tampoco cuando, delante de él, un patrón mayor afirmó que "el Prestige fue el mejor paro biológico de la historia". Villares no replicó. Tal vez pensó que el silencio es más prudente que la polémica.

Este escándalo no es marea negra ni plástico en los estómagos de los peces

Pero este último escándalo no era marea negra ni plástico en los estómagos de los peces. Esto era carne, deseo, química, consentimiento o ausencia de él. Paloma Lago presentó la denuncia en enero, por hechos ocurridos el 27 de diciembre. Villares fue llamado a declarar en febrero y, tras hacerlo, le contó a Rueda "un pequeño resumen", según sus propias palabras. Desde entonces, el presidente gallego caminó sobre la cuerda floja entre la lealtad y el escándalo. El miércoles todo se precipitó. Dimisión. Renuncia al aforamiento. Declaraciones medidas. Al día siguiente, en el acto de toma de posesión de su sucesora, Villares apareció sin cargo pero con traje. Fue recibido por sus excompañeros como un hermano caído en desgracia. Abrazos, palmadas, sonrisas contenidas. El exconselleiro, con gesto firme, lanzó su última línea de defensa: "Soy absolutamente inocente. Con la cabeza muy alta. Todo se va a esclarecer". La justicia, ese oleaje que a veces avanza manso y otras veces arrastra con violencia, dirá su palabra. Mientras tanto, el relato de Alfonso Villares queda suspendido entre dos aguas: la de su reputación construida durante décadas y la del proceso judicial que amenaza con hundirla. Lo cierto es que, hasta esta semana, pocos conocían su rostro más allá de los muelles gallegos. Hoy, su nombre ha saltado al imaginario colectivo como símbolo de una tragedia moderna, donde la política, la intimidad, la fama y el escándalo se mezclan como algas en la resaca.

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