Gente

La fontanera Leire Díez: amistades, secretos, relaciones y otras historias espeluznantes de una "simple" militante del PSOE

Por algún rincón oscuro del PSOE, entre las grietas de la fontanería interna, aparece Leire Díez: no se le conoce ni alcantarilla que no haya levantado ni secreto que no haya olisqueado. Y todo, por supuesto, desde la humildad de una "simple militante".

La historia comienza como suelen empezar estas historias: con un chat de WhatsApp. Fue este viernes cuando Leire Díez decidió iluminar a sus compañeros de militancia cántabra con la revelación de que había solicitado a la dirección del partido explicaciones públicas —y a ser posible urgentes— sobre las "indagaciones" que ella misma ha venido realizando con entusiasmo detectivesco. Todo para que, según sus palabras, "se disipen las dudas y se compruebe la complejidad y la importancia" de su labor investigadora. No especificó si en su "investigación" utilizó micros ocultos en colgantes o solo la intuición de las grandes narradoras de thriller. Pero ya se sabe que los protagonistas no cuentan el final desde el principio.

Entre los capítulos más emocionantes de su dossier están nombres tan entrañables como el del juez Juan Carlos Peinado, encargado del molesto caso Begoña Gómez; el teniente coronel de la UCO, Antonio Balas, que no descansa en su cruzada contra la corrupción, especialmente la que roza el PSOE; o el fiscal anticorrupción José Grinda, azote del 3% que incomoda a los socios independentistas del Gobierno. Por lo tanto, no estamos ante una investigación menor. Estamos ante la Champions League del espionaje casero con fines patrióticos, o al menos partidarios.

Eso sí, en Ferraz dicen que ella es solo "una militante". Una más. Casi una sombra. Pero esta sombra, a la que nadie reconoce cuando brilla la luz, lleva seis años colaborando con Javier Pérez Dolset —ese empresario que asegura haber sido víctima de una mafia policial, lo cual siempre da un toque novelesco a cualquier relación—. Desde entonces, y sin apenas despeinarse, Leire Díez ha compaginado su vocación de "fontanera" con su nómina pública: primero en la empresa estatal Enusa (porque siempre es bueno tener un reactor nuclear de respaldo) y después como directora de Filatelia y Relaciones Institucionales en Correos, donde las estampillas podrían haber sellado más de un sobre comprometedor.

Durante este pluriempleo, cobraba tanto del erario como del grupo de investigación privada que animaba Pérez Dolset. No se sabe si firmaba con tinta invisible o si usaba papel reciclado de informes secretos, pero el PSOE ha decidido ahora —con la lentitud de quien busca una grapadora en un archivo en ruinas— abrirle expediente. El motivo: su presunta ayuda a Sandro Rosell (sí, el mismo) y a Junts en sus asuntos judiciales, además de un intento de chantaje a un funcionario público con la promesa de 90.000 euros. Por menos se han rodado series en Netflix.

Y, sin embargo, en el tercer piso del partido, donde reside el secretario de Organización Santos Cerdán, no se han registrado prisas. No hay urgencias ni alarmas. Tal vez porque Leire Díez no es tan ajena como parece. Fue sanchista antes que Sánchez. En 2014 jaleaba su nombre en las redes y en 2017 formaba parte de su ejército digital en la reconquista de la secretaría general. Desde entonces, ha afinado la puntería para disparar fuego amigo a cualquier dirigente que haya osado levantar la voz contra el presidente. Susana Díaz aún tiene marcas en el ego, y Emiliano García-Page no duerme tranquilo.

Ahora el PSOE insiste en que Leire Díez es solo "una militante". Pero audios publicados por la prensa muestran que esta militante con vocación de espía se ofrecía a otorgar favores judiciales y prometía mejores cargos a quien se alineara en su cruzada contra jueces, fiscales y guardias civiles poco simpáticos con Sánchez y sus aliados. Todo muy ético. Su colaboración con Pérez Dolset, según el propio empresario, dio lugar a once denuncias presentadas ante la Fiscalía en apenas un año. Ninguna prosperó, lo que parece confirmar que, aunque Leire conozca a medio Madrid, su influencia no va más allá del café en la máquina de la planta baja.

Pero no todo son papeles y grabaciones. Hay reuniones. Encuentros discretos, aunque no tanto como ella habría deseado: con Alejandro Hamlyn, empresario procesado, buscando pruebas para desautorizar a Balas y a Griñán; con el comandante Rubén Villalba, pieza del caso Koldo, a quien prometió el resurgir de su carrera a cambio de munición informativa contra la UCO; con Gonzalo Boye, el abogado de Puigdemont —ese Houdini de Bruselas—, para intercambiar secretos de la Operación Cataluña; y con Nervis Villalobos, exviceministro venezolano de Energía, requerido por la justicia española por una presunta trama de corrupción petrolera. Como diría un buen novelista, una cena con Leire Díez equivale a una reunión del Consejo de Seguridad de la ONU, pero con menos protocolo y más grabadoras.

Cuando se le pregunta, Leire dice que es periodista autónoma. Aclara que trabaja para diversas empresas, aunque por respeto a su privacidad —y tal vez para proteger a sus jefes de sí misma— no menciona ninguna. Tampoco explica por qué una periodista ofrece favores judiciales, ni cómo consigue prometer cargos públicos si, según ella misma y el PSOE, no tiene ninguna vinculación con Ferraz.

En definitiva, si esta historia no es la "máquina del fango", entonces tal vez sea una de esas fuentes rotas que, en lugar de agua, sueltan lodo en forma de audios, investigaciones privadas y amistades peligrosas. Lo espeluznante, al final, no es lo que hace Leire Díez, sino lo que revela: que en política siempre hay un sótano, y que a veces, la que lleva la llave no es una ministra, sino la fontanera.

WhatsAppFacebookTwitterLinkedinBeloudBeloudBluesky