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Trump frente a León XIV: de la burla del disfraz a la cauta celebración del primer Papa estadounidense (¿y 'marxista'?)

¿Puede un Papa norteamericano transformar el modo en que Estados Unidos se relaciona con la fe, la política y el mundo? Esa es la gran pregunta que apenas comienza a esbozarse.

La elección del cardenal Robert Francis Prevost como el Papa León XIV ha desatado una ola de reacciones intensas y contradictorias en los Estados Unidos. Mientras una parte del país celebra con orgullo que, por primera vez en la historia, un estadounidense asuma el máximo cargo de la Iglesia Católica, otra parte –especialmente los sectores más conservadores vinculados al universo ideológico de Donald Trump– se debate entre el desconcierto, la crítica y el escepticismo. El impacto de esta elección trasciende lo religioso y penetra de lleno en el terreno político y cultural de una sociedad polarizada.

Estados Unidos, país de tradición mayoritariamente protestante, ha experimentado en las últimas décadas un notable crecimiento del catolicismo. La elección de un Papa norteamericano parecía impensable hasta hace poco. Sin embargo, la figura del cardenal Prevost, nacido en Chicago hace 69 años (nueve más joven que Trump) y de raíces agustinas, ha terminado imponiéndose. En un país donde el catolicismo ha ido ganando presencia, especialmente tras la presidencia de Joe Biden –el segundo presidente católico desde John F. Kennedy–, la llegada de León XIV ha sido interpretada por muchos como un momento histórico. Las reacciones en templos, canales religiosos y comunidades católicas lo evidencian: emoción, orgullo y esperanza.

Pero como todo en Estados Unidos, este hecho también ha sido rápidamente arrastrado a la arena política. La relación entre la Iglesia y la política ha sido históricamente compleja, pero el ascenso de León XIV ha desatado un debate especialmente virulento por las posiciones que ha mantenido el nuevo Papa en temas sensibles: la inmigración, la pena de muerte, el control de armas y el cambio climático. En todos estos frentes, el nuevo Pontífice ha mantenido posturas que chocan frontalmente con el ideario del trumpismo.

Y es que Donald Trump no ha tardado en intentar apropiarse del momento. A través de su red 'Truth Social', celebra con entusiasmo –aunque sin demasiada convicción– la elección del Papa estadounidense, subrayando lo "honroso" que resulta para el país tener a uno de los suyos liderando la Iglesia. Una declaración que muchos interpretan más como una jugada política que como un respaldo real, sobre todo teniendo en cuenta que, días antes, el presidente había desatado la indignación de la comunidad católica tras difundirse una imagen suya manipulada, un fake, una burla, vestido con los ropajes papales, insinuando que él haría un "gran Papa".

Sin embargo, el entusiasmo inicial ha dado paso a la incomodidad cuando han comenzado a circular en redes sociales las posturas ideológicas de León XIV. En el pasado, Prevost criticó abiertamente las políticas migratorias de Trump, mostró empatía con movimientos por los derechos civiles como 'Black Lives Matter' y se ha opuesto, por supuesto, a la pena de muerte, las armas y el aislamiento internacional promovido por la administración republicana. Para muchos dentro del movimiento MAGA, esas credenciales son suficientes como para pasar de la celebración a la sospecha.

Algunas figuras influyentes del trumpismo no han tardado en reaccionar. Charlie Kirk, líder del grupo conservador Turning Point USA, ha intentado en un primer momento resaltar que Prevost había sido votante republicano y se había posicionado en contra del aborto y de la enseñanza de teorías de género en Perú. Pero incluso él, poco después, ha expresado dudas sobre si su elección responde a "una estrategia del Vaticano para minar la influencia de Trump". Otras voces no han sido tan diplomáticas. La activista Laura Loomer, conocida por su cercanía con Trump y por sus discursos conspirativos, ha lanzado una serie de ataques directos contra el nuevo Papa, al que tilda directamente de "marxista", "anti-Trump" y "pro-inmigración ilegal". En sus mensajes, Loomer lo acusa de ser parte de una estrategia globalista para erosionar los valores tradicionales del catolicismo estadounidense. Para ella y otros radicales, León XIV es simplemente una continuación del legado reformista y progresista de Francisco.

Este tipo de reacciones muestran hasta qué punto la elección papal se ha convertido en un reflejo del clima de polarización estadounidense. Mientras millones de católicos se sienten representados por un líder que encarna valores como la inclusión, la justicia social y el diálogo, una parte significativa de la derecha lo percibe como una amenaza a su proyecto político y cultural.

Más allá de las redes sociales y los titulares, quienes conocen a León XIV destacan su vocación pastoral, su humildad y su compromiso con los más vulnerables. Antiguos compañeros de misión, como el padre Art Purcaro o el padre Robert Hagan, han relatado que su elección fue una sorpresa incluso para quienes compartieron años con él. Lo describen como un hombre de fe, de diálogo y de profunda espiritualidad. "Un constructor de puentes", como lo definió Hagan. Sin embargo, su designación también reabre heridas dentro de la Iglesia. Algunos sectores conservadores han comenzado a reactivar acusaciones que rodearon a Prevost en el pasado, vinculadas a su gestión en casos de abusos sexuales dentro de la Iglesia. Aunque hasta ahora no ha sido acusado directamente, las insinuaciones buscan debilitar su autoridad moral desde el primer momento.

León XIV asume el Papado en un contexto global complejo, y lo hace llevando consigo el peso simbólico de representar, por primera vez, al catolicismo estadounidense. Pero también hereda las tensiones de una Iglesia que se debate entre el reformismo y la tradición, entre la apertura y el repliegue, entre el diálogo con el mundo moderno y la preservación de su identidad más conservadora. Su Pontificado será observado con lupa desde ambos lados del espectro ideológico. Para unos, puede ser una esperanza de renovación. Para otros, una señal de alarma. Lo que es indudable es que, con su elección, el Vaticano ha puesto de nuevo a la política estadounidense frente a sus contradicciones más profundas. Y en ese espejo, ni Trump ni su movimiento pueden evitar verse reflejados.

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