Señoras, señores, almas cándidas y contribuyentes de buena fe, he aquí un prodigio de la gestión pública en su más excelsa manifestación: la vida íntima, doméstica y sentimental del exministro José Luis Ábalos, un hombre que, en el nombre del progreso, supo convertir los fondos reservados de la decencia en un sistema de compensaciones afectivas digno de estudio. Que nadie diga que el poder no acarrea sacrificios: qué agotador debe de ser organizar la contabilidad emocional con más eficacia que la propia Agencia Tributaria.
Porque no nos engañemos: un exministro con aspiraciones de grandeza no puede permitirse el lujo de tener una intimidad modesta, una biografía austera, una existencia discreta. El servidor público que se precie ha de vivir acorde a la dignidad de su cargo, que para algo existe el ecosistema de asesores, comisionistas y empresas proveedoras siempre dispuestas a garantizar que el amor, como las mascarillas en tiempos de pandemia, fluya sin restricciones. Y para ello, se requiere una ingeniería financiera del cariño que ya la querrían para sí los suizos.
En la política, como en el amor, lo que importa no es la ética, sino la logística. Sin más dilación, pasemos a desgranar las diez maravillas de este prodigio de la administración de los afectos y los presupuestos ajenos.
1. El amor en los tiempos del comisionista
Cualquier romántico de saldo sabe que no hay mejor manera de consolidar una relación sentimental que con un alquiler pagado por un intermediario de dudosa reputación. Jessica Rodríguez, la afortunada, tuvo la inmensa suerte de recibir la bendición de Víctor de Aldama, que con la generosidad de un mecenas renacentista costeó su lujoso nido de amor en el centro de Madrid. Dicen que el amor no tiene precio, pero si lo tiene, conviene que lo pague otro.
2. Un asesor como cajero automático
Para que el engranaje funcione, es imprescindible contar con una mano derecha fiel y diligente. Y ahí estaba Koldo García, el hombre para todo, el mayordomo del dinero en la sombra. No hay mayor muestra de lealtad que hacer transferencias a los hijos de tu jefe sin preguntar demasiado. Padres así quedan pocos.
3. El arte de la diversificación afectiva y patrimonial
Ábalos no se conformó con una única estructura familiar. La Guardia Civil ha identificado a sus dos exmujeres, su pareja actual y sus hijos como piezas clave en el ecosistema patrimonial del exministro. Tener varias familias es complicado, pero tenerlas y que los gastos se diluyan entre contratos públicos y favores privados es un arte.
4. La Fundación del Amor y el Desarrollo Local
Fiadelso, esa noble entidad supuestamente dedicada al desarrollo social, terminó siendo una suerte de agencia de colocación sentimental y un ente con más ramificaciones que el propio ministerio. Allí confluían viajes, negocios y, de paso, algún que otro pago sospechoso que convertía la solidaridad en una actividad altamente lucrativa.
5. Colombia, Perú y la globalización del afecto
En un mundo interconectado, no hay razón para que el patrimonio del exministro se limite a un país tan pequeño como España. De ahí su inquietud por expandir horizontes y dejar su huella inmobiliaria en Iberoamérica, como si fuera un conquistador de la era moderna. El error de la UCO al confundir pesos con dólares elevó el precio de su terreno en Colombia a cifras estratosféricas, pero al final resultó ser una modesta inversión de 751 euros. Qué desilusión.
6. Range Rover: el vehículo oficial de los amantes del poder
A nadie debe sorprender que un político de su talla se desplace en un Range Rover Sport. Lo que sí resulta más llamativo es que lo adquiriera por 15.000 euros a través de una empresa de calzado, lo que abre un nuevo paradigma en el mundo de la automoción. Quizá el próximo Tesla venga con un par de zapatos de regalo.
7. Ineco y la noble tradición de los contratos fantasma
No hay historia de amor sin un empleo bien remunerado para la pareja. Y en este caso, la empresa pública Ineco tuvo la gentileza de contratar a Jessica Rodríguez con un sueldo digno sin que mediara molestia alguna como asistir al puesto de trabajo. La eficiencia en su máxima expresión: cobrar sin trabajar, un modelo de negocio que debería incluirse en los programas de emprendimiento del Estado.
8. Alquileres, chalets y otros obsequios del destino
De Aldama, siempre atento a las necesidades del ministro, le facilitó una casa en La Alcaidesa (Cádiz) y hasta redactó un contrato de compra para un inmueble en el Paseo de la Castellana a precio de ganga. No llegó a cerrarse la operación, pero el gesto ahí quedó. Qué menos que intentar proporcionar a un hombre de Estado un alojamiento acorde a su sacrificio por la patria.
9. Una familia con espíritu emprendedor
En casa de los Ábalos, el dinero fluye con naturalidad. Su hijo Víctor, por ejemplo, no solo organizaba reuniones entre empresarios y su padre, sino que también tenía la visión empresarial suficiente como para hacer transferencias a una consultora que, según los investigadores, funcionaba como una tapadera. Emprendimiento y creatividad, valores que deberían ser premiados con algún incentivo fiscal.
10. República Dominicana: el último paraíso
Todo gran relato de corrupción necesita un destino exótico donde se refugie el dinero. Y, cómo no, en este caso se apunta a República Dominicana como posible canal de distribución de los fondos opacos. Un enclave caribeño siempre aporta un toque literario a la historia, como si fuera un capítulo perdido de una novela de espionaje.
La melancolía del poder caído
José Luis Ábalos, aquel hombre de confianza de Pedro Sánchez, el que movía los hilos en la sombra con la destreza de un titiritero experimentado, ahora se enfrenta al escrutinio judicial y a la fría indiferencia de sus antiguos compañeros de partido. Ya no hay asesores dispuestos a adelantarle dinero, ni amigos generosos que le paguen las facturas.
El final de estos cuentos es siempre el mismo: los protagonistas juran que todo es un malentendido, que no hay pruebas concluyentes, que los pagos eran préstamos y las transferencias, gestos de amistad. Mientras tanto, la maquinaria judicial sigue su curso y el contribuyente, ese espectador involuntario de la farsa, asiste resignado al enésimo episodio de la saga del poder y sus excesos.
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