En el vasto y enrevesado mundo de la política española, donde las lealtades se venden al peso y la honradez es un bien más escaso que el sentido común, hay figuras que sobresalen por su talento innato para moverse entre las sombras. Uno de esos virtuosos del poder es José Luis Ábalos, exministro de Transportes, antiguo número tres del PSOE y ahora, para no perder la costumbre de los grandes de su oficio, investigado por la justicia por presunta corrupción.

Si el exministro dedicaba tanto esfuerzo a colocar a sus amigas en organismos públicos, ¿cuánto tiempo le quedaba para hacer su trabajo? Quizá ahí resida el verdadero misterio. Pero reducir la trayectoria de Ábalos a un simple caso de tráfico de influencias sería una injusticia. No, el exministro ha sido, ante todo, un hombre generoso, un mecenas del amor y el empleo público. Donde otros ven nepotismo y enchufismo descarado, él solo ha querido ejercer su noble labor de benefactor de sus allegados. Porque, ¿qué es el poder si no se puede utilizar para garantizar la felicidad de los seres queridos?

La biografía de José Luis Ábalos da para un culebrón latinoamericano: tres matrimonios, cinco hijos, una prolífica carrera política que va desde el comunismo juvenil hasta el socialismo pragmático, y un envidiable don para rodearse de mujeres afortunadas que, por esos caprichos del destino, terminan recalando en cómodos puestos de empresas públicas. Qué bonito es el amor (o lo que sea) cuando viene con nómina asegurada y sin exigencias laborales.

El caso paradigmático de su peculiar forma de entender la meritocracia es el de Jessica, una joven estudiante de Odontología que, en un giro propio de los cuentos de hadas, pasó de las aulas universitarias a cobrar un sueldo en Ineco, una empresa pública dependiente del ministerio de su entonces amante. Pero Jessica no era de esas plebeyas que se rebajan a trabajar: su contribución al progreso de la nación consistió en recoger un portátil y hacer un curso de riesgos laborales. ¿Para qué más, si el verdadero riesgo lo corría el contribuyente? Pero la generosidad de Ábalos no se limitó a concederle un salario sin obligaciones. No, ella tenía que vivir con dignidad, y para ello nada mejor que un apartamento en la Torre Madrid, con un alquiler de 2.700 euros al mes. ¿Que quién pagaba? Pues, según se dice, el entorno de Víctor de Aldama, porque la filantropía, en los círculos de poder, es un deporte de equipo.

Enchufes con historia

Si alguien pensaba que esta afición por el enchufismo sentimental era algo reciente, se equivoca. La historia de Ábalos y su habilidad para repartir cargos como si fueran caramelos en una cabalgata de Reyes viene de lejos. En 1996, cuando todavía no había alcanzado la cumbre de su carrera, tuvo el detalle de colocar a una tal Martínez, auxiliar de enfermería, como técnico de proyectos de desarrollo en la ONG Fiadelso. Desde entonces, la mujer se especializó en tareas tan versátiles como la contabilidad, la organización de eventos y el seguimiento económico de proyectos. Tal era su destreza en la multitarea que, años después, el propio Ábalos acabaría casándose con Carolina Perles, quien, cosas de la vida, también terminaría desempeñando funciones clave en la misma organización.

Pero el altruismo de Ábalos no se limitaba a las parejas. Su entonces suegro, Mario Perles, encontró en Fiadelso un hogar laboral como secretario del patronato. Qué hermoso es ver cómo la familia se mantiene unida en torno a los valores del servicio público… y del sueldo público, por supuesto. Con los años, y a medida que Ábalos escalaba posiciones en el PSOE, los puestos mejoraban. Cuando llegó a ser ministro de Transportes y secretario de Organización del partido, su esposa Carolina Perles se convirtió en asesora en la Delegación del Gobierno en Madrid. Asesora de no se sabe exactamente qué, pero, en estos casos, la especialización es un detalle menor.

El club de las mujeres afortunadas

Pero la historia de Jessica no termina en Ineco. Tras dos años sin dar un palo al agua —una experiencia que, para qué engañarnos, le estaba cogiendo el gusto—, pasó a Tragsatec, otra empresa pública dependiente de la SEPI. De nuevo, sin necesidad de trabajar, porque en el universo Ábalos, el empleo es un concepto flexible. Ahora bien, sería injusto que el amor solo beneficiara a una persona. Así que, cuando Jessica salió del mapa, su lugar fue ocupado por Andrea de la Torre, la actual pareja de Ábalos, quien, por esos misterios de la vida, terminó fichada en LogiRAIL, una filial de Renfe, donde pasó dos años como auxiliar administrativa. No importa que su experiencia en logística ferroviaria fuera nula: el amor mueve montañas, y también mueve expedientes. Y si de misterios hablamos, no podemos olvidar a Claudia Montes, Miss Asturias 2017, que también pasó por la misma empresa. Aunque ella jura y perjura que no tuvo nada que ver con Ábalos, el caso es que su contratación sigue generando dudas. Parece que el exministro no solo tenía buen ojo para los cargos públicos, sino también para las portadas de certámenes de belleza.

El ocaso del benefactor

Todo este despliegue de generosidad no podía pasar desapercibido eternamente. Finalmente, el Tribunal Supremo ha puesto la lupa sobre José Luis Ábalos, investigándolo por los delitos de organización criminal, cohecho, tráfico de influencias y malversación. Alguien podría pensar que se trata de un castigo injusto para un hombre que solo quiso garantizar el bienestar de su círculo más cercano. La Fiscalía Anticorrupción ya ha lanzado un aviso: si el exministro intenta entorpecer la acción de la justicia, podría acabar en prisión. Lo que en su día fue una carrera política ascendente se ha convertido en una telenovela judicial donde los protagonistas no son precisamente héroes. Mientras tanto, Ábalos insiste en su inocencia, en que todo esto no es más que una conspiración, una vendetta política, una confusión burocrática. Y tal vez tenga razón. Tal vez su único delito haya sido amar demasiado… y tener a mano una estructura de poder con la que convertir el amor en un sueldo público.

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