"Lo cortés no quita lo valiente" es ese conocido refrán que significa que no se debe presuponer que un acto cortés implica cobardía. El duque de Alba es además del jefe de la casa nobiliaria el hermano mayor de Cayetano Martínez de Irujo. Le saca 14 años y conoce sus veleidades y sus virtudes (que las tiene) estupendamente. Por eso, no es de extrañar que Carlos Fitz-James Stuart se alegre de que por fin el benjamín de los varones que tuvo Cayetana siente la cabeza, y se case. Es predecible, que a sus casi 62 años, y después de diez de estabilidad con Bárbara Mirjan, de 29, la cosa dure mucho más que con Genoveva Casanova, la madre de los mellizos, que tienen seis años menos que la prometida de su padre. La cuestión es que además de alegrarse, el duque de alba ha dicho que a l mejor, esta boda le sirve al ex de la mexicana para que siente la cabeza. "Ojalá le enderece", ha comentado.
Ya sabemos que los grandes linajes, esos que llevan en los apellidos el eco de la historia, suelen tener un talento innato para hacer que lo excepcional parezca ordinario. Desde los tiempos de los Reyes Católicos hasta las últimas crónicas de sociedad, la casa de Alba ha sabido navegar con una mezcla de altanería y resignación las mareas del tiempo. Pero incluso en las familias más curtidas en la exposición pública, hay momentos en los que la sangre azul no logra disimular del todo las sombras que se proyectan en los retratos familiares. Este martes, en una Sevilla donde la primavera parece haberse adelantado a los almanaques, Carlos Fitz-James Stuart acudía a recoger un premio en nombre de su ilustre casa. Un acto de etiqueta, de esos que exigen traje oscuro y una paciencia infinita para las preguntas de los periodistas. Y, como era de esperar, la más incisiva no tuvo que ver con la historia ni con la tauromaquia, sino con un asunto mucho más mundano y jugoso: la inminente boda de su hermano Cayetano con Bárbara Mirjan. El duque, hombre de pocas concesiones sentimentales ante los micrófonos, confirmó que ya conocía la noticia, aunque sin dejar claro si la recibió de boca del propio Cayetano o a través de la prensa. Con una diplomacia heredada de generaciones, salió del paso con un correcto: "Le deseo lo mejor". Pero la verdadera música de la noche llegó después, cuando se permitió un comentario que, aunque pronunciado con media sonrisa, dejó en el aire un eco de ironía fraternal: "A ver si le endereza un poco".

La elegancia y sus fisuras
En el manual de estilo de la aristocracia, las felicitaciones suelen ser breves y las críticas se dejan para los salones privados, envueltas en metáforas discretas. Sin embargo, la relación entre los hermanos Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo nunca ha sido exactamente un ejemplo de armonía cortesana. Cayetano, jinete incansable en las praderas del exceso y la controversia, siempre ha sido el verso suelto de la familia, mientras que Carlos, más contenido y fiel al protocolo, ha preferido llevar la casa con la misma sobriedad con la que viste sus trajes de sastrería inglesa. Por eso sorprendió el matiz de su comentario. No es habitual que el duque de Alba se exprese con tanta naturalidad sobre los suyos, ni siquiera cuando las tensiones han sido evidentes, como en el caso de Cayetano, quien ha protagonizado no pocos desencuentros con sus hermanos desde la muerte de su madre, la inolvidable Cayetana de Alba. Pero, con una frase aparentemente inofensiva, el mayor de los Fitz-James Stuart dejó entrever que la boda, más que un motivo de entusiasmo, es una suerte de experimento con final incierto.
En esta historia, el personaje adorado es Bárbara Mirjan, la joven de origen marroquí que, tras una década de discreta relación con Cayetano, se dispone a ingresar en la aristocracia por la puerta grande. A pesar de su corta edad, su papel en la vida de su futuro marido ha sido el de un bálsamo en medio de su tempestuoso carácter. Y, al parecer, ha sido ella quien ha logrado la reconciliación de Cayetano con su hermana Eugenia, un hito que pocos habrían imaginado hace apenas unos meses. El duque de Alba no escatimó elogios hacia su futura cuñada. La describió como "una chica estupenda, con muchas virtudes", lo cual en el lenguaje de su linaje equivale a una bendición papal. Pero lo que no dijo, o lo que dejó entre líneas, es que en las altas esferas la verdadera prueba no es el amor, sino la resistencia a los códigos no escritos que rigen la aristocracia. Bárbara, que hasta ahora ha sabido moverse con una elegancia discreta, tendrá que demostrar que no solo encaja en la familia más célebre de España, sino que es capaz de templar el carácter de un hombre que ha vivido más tiempo galopando a campo abierto que sentado en un salón palaciego.
Es inevitable preguntarse qué habría pensado Cayetana de Alba de esta boda. Mujer de pasiones firmes y gestos imprevisibles, su legado sigue pesando sobre sus hijos, que han tenido que aprender a convivir con la sombra de su personalidad arrolladora. Quizás, con su espíritu libre y su desprecio por las normas rígidas, habría encontrado en Bárbara Mirjan un reflejo de sí misma. O tal vez habría mirado la escena con la misma media sonrisa con la que su hijo mayor despachó el asunto ante la prensa. De momento, lo único seguro es que el enlace se celebrará en los últimos meses del año y que, pese a la bendición institucional del duque de Alba, la lista de invitados sigue siendo un misterio. La aristocracia, como las novelas de Jane Austen, está llena de silencios elocuentes. Y en el de Carlos Fitz-James Stuart, entre las felicitaciones de rigor y la ironía fraternal, hay algo más que palabras: una certeza de que, en su familia, las historias nunca terminan de escribirse del todo.