Gente

Maribel Verdú hace historia como presentadora de los Goya: el arte de ser eterna

No hace mucho, al doblar una esquina de la calle Alfonso XIII en Madrid, me encontré con Maribel Verdú. Estaba a tres metros de la casa de Víctor Manuel y Ana Belén, otra diosa. Avanzaba ligera, como quien lleva el tiempo en los bolsillos, con la risa colgada de los labios y el aire chispeante que deja la felicidad cuando se siente de verdad. Su figura, familiar y etérea al mismo tiempo, tenía ese algo de irreal que poseen las divinidades cuando caminan entre los mortales. La acompañaba una brisa amable, como si hasta el clima conspirara para recordarnos que no todos los días se encuentra uno cara a cara con una leyenda.

Al verla andando por la calle observé que sonreía como solo puede hacerlo una persona feliz. Tiene motivos. La presentadora de los Goya, junto a Leonor Watling, es en este momento la mejor actriz que tenemos y una de las mejores del planeta. Es evidente y sobran argumentos pero si alguien quiere hacer la prueba del nueve que vea por ejemplo Y tú mamá también (Cuarón, 2001), o tantas y tantas maravillas desde aquellas 27 horas de Armendáriz (1986), pasando por La buenas Estrella, Blancanieves o El Laberinto del Fauno…

A sus 54 años, Maribel Verdú es mucho más que una actriz

Cada movimiento suyo en pantalla tiene la delicadeza de un trazo renacentista y la contundencia de un golpe certero al corazón. Es el tipo de actriz que puede sostener una película entera con una sola mirada o destruirnos con un silencio.

Pero hay algo más. Algo en ella trasciende el oficio. Maribel Verdú es una mujer que se ha construido como un mito, y lo ha hecho no solo a base de éxitos, sino también de coherencia. Desde aquella adolescente de ojos grandes de 27 horas (Montxo Armendáriz 1986) la mujer que este sábado hará historia en los Premios Goya, no ha sido otra cosa que una historia de fidelidad a sí misma, una historia de resistencia en un mundo que siempre está al borde del naufragio.

La actriz Maribel Verdú.

Maribel Verdú parece haber hecho un pacto secreto con el tiempo. Su sonrisa conserva la chispa de la juventud, pero también la serenidad que da haber vivido intensamente. No hay en ella rastro de las concesiones que el espectáculo exige a veces a sus ídolos. Su rostro no es un lienzo retocado, sino un mapa de vida, de risas compartidas, de lágrimas vertidas, de batallas ganadas y perdidas.

Ese pacto no es casual. En sus elecciones como actriz, Verdú siempre ha demostrado una sensibilidad especial por los personajes que desbordan humanidad, por las mujeres que no temen mostrar sus cicatrices. Así ha dejado huella en cada uno de los directores que han trabajado con ella: desde Alfonso Cuarón, quien la convirtió en la sensual y enigmática Luisa de Y tu mamá también, hasta Guillermo del Toro, que en El laberinto del fauno encontró en su Carmen una mezcla única de fuerza y fragilidad.

"Cuando miro a Maribel, veo cine", dijo el Fernando Trueba que la llevó a El año de las luces o a Hollywood con Belle Epoque. Y es que Maribel no solo interpreta; encarna. En cada papel, parece disolverse para dar paso a una mujer distinta, aunque siempre con algo inconfundiblemente suyo: una chispa de vida que transforma cada historia en algo memorable. Coppola lo supo al conocerla y la dio Tetro.

Este sábado, Maribel Verdú volverá a ocupar el escenario de los Premios Goya, y lo hará como pionera. Por primera vez en la historia, dos mujeres, ella y Leonor Watling, conducen la gala. Será un momento significativo, cargado de simbolismo, y también una suerte de coronación para una actriz que lo ha dado todo al cine español.

Maribel Verdú y Leonor Watling posan en la presentación de la 39.º edición de los Premios Goya.

Los Goya y Maribel tienen una relación especial. Con once nominaciones, es la intérprete más reconocida de la historia de los premios, y se ha llevado a casa dos cabezones por méritos que pocos discutirían: su papel en Siete mesas de billar francés y su arrebatadora interpretación en Blancanieves. Pero su historia con estos galardones no se limita a las estatuillas. Los Goya son el lugar donde Maribel Verdú se reencuentra cada año con su público, con sus colegas, con un oficio que para ella es algo más que un trabajo: es una forma de estar en el mundo.

Un amor que resiste al tiempo

En su vida personal, Maribel Verdú también ha sabido construir una historia digna de los guiones que interpreta. Desde hace 25 años comparte su vida con Pedro Larrañaga, hijo de los míticos Carlos Larrañaga y María Luisa Merlo. Su historia de amor, discreta y sólida, es un raro ejemplo de estabilidad en un mundo donde los flashes suelen devorar la intimidad.

Se conocieron a mediados de los 90, mientras ella rodaba la serie Canguros (sí, con Paula Vázquez y Mar Flores, hace 30 años) y desde entonces han formado un equipo que no necesita de titulares ni de grandes gestos para brillar. En septiembre pasado celebraron sus bodas de plata rodeados de amigos y familiares. Fue un fin de semana que, en palabras de Maribel, "celebró la vida" y dejó claro que, para ellos, la felicidad se construye día a día, lejos del ruido mediático.

Maribel y Pedro tomaron una decisión que, en el contexto de su mundo, puede parecer revolucionaria: no tener hijos. Para ellos, el amor no necesita de descendencia para justificarse. Su relación se basa en el respeto, la complicidad y una admiración mutua que se adivina en cada palabra que Maribel dedica a su marido: "Es la generosidad y nobleza hecha persona", ha dicho de él.

Maribel Verdú en la película '27 horas' (1986), de Montxo Armendáriz.

En el perfil de Maribel Verdú hay algo profundamente clásico, casi mitológico. No tiene la aura lejana de las estrellas inalcanzables, pero sí el magnetismo de las divinidades cercanas, aquellas que saben mirar a los ojos sin perder un ápice de su misterio. Quizás por eso su amistad con Aitana Sánchez-Gijón, otra mujer que parece haber sido esculpida por los dioses, resulta tan fascinante.

Este sábado, Maribel entregará el Goya de Honor a su amiga de más de tres décadas, y será, sin duda, uno de los momentos más emotivos de la noche. Ambas actrices representan lo mejor del cine español, y su complicidad, visible incluso en las redes sociales, es un recordatorio de que la grandeza también puede ser generosa.

Al observar su carrera, su vida y su presencia, resulta inevitable pensar en Maribel Verdú como en un personaje salido de un poema clásico. Es, al mismo tiempo, humana y divina; terrenal y celestial. Su risa, su mirada, su forma de estar en el mundo parecen contener una lección que todos deberíamos aprender: la de vivir con intensidad, con pasión, pero también con serenidad.

En un mundo que se mueve demasiado rápido, Maribel Verdú es un recordatorio de que la verdadera grandeza no está en los flashes ni en los titulares, sino en la capacidad de dejar huella, de transformar lo cotidiano en algo extraordinario.

Cuando este sábado suba al escenario de los Goya, no será solo una actriz presentando una gala. Será la encarnación de todo lo que el cine puede ser: arte, emoción, belleza. Será, como siempre, Maribel. Y eso, para quienes la admiramos, ya es suficiente para sentirnos un poco más cerca del cielo.

WhatsAppFacebookTwitterLinkedinBeloudBluesky