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Will Smith y Jada Pinkett, con licencia para engañar: ¿bofetada al matrimonio tradicional?

La vida es un guion mal escrito en el que la realidad se empeña en ridiculizar a la ficción. De todas las tramas posibles, la de Will Smith y Jada Pinkett Smith bien podría haber salido de una mala película de sobremesa: un matrimonio que juega al escondite con la verdad mientras los focos los iluminan sin piedad. Lo que empezó como un cuento de hadas hollywoodiense ha terminado por convertirse en una tragicomedia de enredos sentimentales, confesiones a destiempo y un amor que, más que inquebrantable, parece irrompible por pura testarudez.

Un matrimonio en versión beta

Will y Jada han convertido su relación en un espectáculo de larga duración, una obra de teatro en la que la trama avanza a base de escándalos y reconciliaciones ambiguas.

El amor, como todo en Hollywood, no es tanto una cuestión de sentimientos como de narrativa. Y, de momento, la historia de Will y Jada sigue siendo rentable.

El problema con los matrimonios en Hollywood es que rara vez funcionan bajo las mismas reglas que los del resto de los mortales. En la industria del espectáculo, la fidelidad es un concepto laxo, la convivencia es un privilegio opcional y la honestidad con el público es solo una cuestión de relaciones públicas. Will y Jada han perfeccionado este modelo hasta el extremo: "vidas separadas, pero no del todo", como si el matrimonio fuera un contrato de leasing con opción a recompra.

Hace años que no comparten techo, pero siguen siendo un algo que no termina de definirse. No están juntos, pero tampoco separados. No son un matrimonio convencional, pero tampoco se han divorciado. Si hay una palabra que podría describirlos es ambiguos, aunque exasperantes también funcionaría.

Jada, que en los últimos tiempos parece haber encontrado en las confesiones televisadas su forma de expresión favorita, dejó caer en su libro Worthy que la relación con Will estaba en pausa desde 2016. Es decir, mientras él acumulaba Oscars y ella coleccionaba romances, seguían siendo, técnicamente, una pareja. Cuando se le preguntó si volverían a vivir juntos, Jada respondió con una ternura inquietante: "Cuando esté viejecito, para cuidarlo". Es decir, hasta que la próstata de Will decida lo contrario, seguirán cada uno en su casa.

La relación de Will y Jada se basa en su habilidad para esquivar cualquier definición convencional del matrimonio. Lo de la fidelidad, por ejemplo, ha sido un concepto flexible, adaptable, casi un reto filosófico. El caso más sonado fue el de August Alsina, un cantante con quien Jada mantuvo un romance mientras su matrimonio estaba en "modo avión".

Lo peculiar del asunto no fue la infidelidad en sí —algo casi rutinario en la farándula—, sino la manera en que se gestionó el escándalo. Primero, August soltó la bomba: había estado con Jada y, según él, con la bendición de Will. Luego, la pareja negó todo. Más tarde, Jada se vio obligada a admitirlo en su Red Table Talk, ese programa en el que la privacidad va a morir.

Allí, con Will como espectador resignado, Jada habló de su entanglement (enredo), un término tan difuso que más que una relación parecía un malentendido con demasiado contacto físico. Will, con una expresión que oscilaba entre la resignación y el agotamiento, asentía. Fue un momento glorioso de televisión: el actor que había construido su carrera sobre la imagen del tipo simpático y carismático quedaba reducido a un marido paciente que asistía impasible a su propio escarnio público.

La tragicomedia de Will Smith

Will Smith, que siempre había sido el prototipo del héroe americano, con su sonrisa impecable y su historial limpio de escándalos, se convirtió, casi de la noche a la mañana, en un personaje shakesperiano. Primero fue el episodio con August Alsina, luego vino la bofetada a Chris Rock en los Oscars, un gesto tan impulsivo como desastroso que convirtió su reputación en cenizas.

La violencia no tiene justificación, pero hay algo simbólico en aquel golpe: fue la reacción de un hombre que había soportado demasiado. Un hombre que había intentado mantener la fachada de un matrimonio perfecto mientras su esposa se encargaba de deconstruirlo en público. Un hombre que, en el fondo, parecía querer demostrar que todavía tenía un papel protagonista en una historia en la que hacía tiempo que lo habían relegado a secundario.

Un matrimonio que no se divorcia porque no quiere

Si hay algo admirable en esta historia es la tenacidad de la pareja para no firmar los papeles del divorcio. La mayoría de los matrimonios terminan cuando se agota el amor, la paciencia o el dinero. En el caso de Will y Jada, lo único que parece mantenerlos unidos es la pura inercia.

Según Jada, nunca se divorciaron porque ella le prometió a Will que "nunca le daría una razón suficiente para hacerlo". Lo dice alguien que ha relatado públicamente su romance con otro hombre, que ha confesado que su matrimonio la agotaba y que ha dicho que llevan años viviendo vidas separadas. Si eso no es una razón suficiente, solo queda pensar que la definición de matrimonio de Will Smith es una de las más generosas que existen.

Es difícil predecir el futuro de esta pareja. Puede que sigan así eternamente, protagonizando titulares con declaraciones contradictorias y desvelando capítulos inéditos de su relación en cada entrevista. Puede que algún día decidan que, después de todo, el matrimonio tradicional no es tan mala idea. O puede que, en un giro inesperado, terminen por divorciarse cuando ya a nadie le importe.

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