Íñigo Errejón fue alguna vez el niño prodigio de la izquierda española, una figura que parecía balancear intelecto y sensibilidad en un mundo político cada vez más áspero. Su aspecto casi ingenuo, combinado con una oratoria que desbordaba ideas progresistas, le granjeó un lugar especial entre sus seguidores y, por extraño que suene, un club de fans: las 'Errejoners'. Este grupo, compuesto principalmente por mujeres jóvenes, veía en él no solo un líder político, sino una especie de figura adorable y maternalmente vulnerable. Sin embargo, ese halo de simpatía y admiración se ha transformado en sombra, teñida por las acusaciones de violencia machista que pesan sobre el político, cuya imagen ahora enfrenta un deterioro difícil de reparar.

Los tiempos en que las 'Errejoners' llenaban las redes sociales con mensajes de apoyo y fotos editadas con corazones parecen una reliquia de otro siglo. En el cénit de su popularidad, incluso llegaron a aparecer en programas de televisión para explicar su devoción. Una de ellas, Camila, describía a Errejón como "un cachorrito" y afirmaba que "olía a polvo de talco". Para sus seguidoras, él encarnaba una especie de pureza ajena al barro de la política. Sin embargo, esa percepción comenzó a resquebrajarse con el paso de los años y, sobre todo, con la reciente cascada de denuncias que lo retratan como una figura muy distinta a la que adoraban.

El doble rostro del idealista

Las acusaciones contra Errejón comenzaron a emerger en octubre, cuando la actriz Elisa Mouliaá presentó una denuncia formal por violencia machista. Desde entonces, las revelaciones se han multiplicado, pintando un cuadro oscuro de un hombre incapaz, según sus denunciantes, de controlar sus impulsos. Testimonios de mujeres, algunos anónimos y otros respaldados por figuras públicas como Cristina Fallarás, describen a un Errejón que traicionaba su discurso feminista y sus ideales progresistas en la intimidad, adoptando comportamientos dominantes y agresivos hacia aquellas con las que mantenía o deseaba mantener relaciones.

En un intento de controlar los daños, Errejón publicó una carta en sus redes sociales en la que intentó justificar sus comportamientos. En ella, responsabilizaba a la "subjetividad tóxica" generada por el patriarcado y a los efectos de "una forma de vida neoliberal". Este argumento, una suerte de confesión a medias, fue recibido con escepticismo. Mientras algunos lo interpretaron como un reconocimiento de culpa, otros lo vieron como un intento de diluir su responsabilidad personal tras conceptos abstractos.

El peso de las contradicciones

La imagen pública de Errejón no solo se tambalea por las acusaciones, sino por la evidente contradicción entre su discurso y sus presuntas acciones. Durante años, el político se presentó como un defensor acérrimo de los derechos de las mujeres y un crítico implacable de la violencia machista. Declaraciones como "todas las formas de violencia que no respetan que el cuerpo de la mujer es territorio soberano deben ser erradicadas" formaban parte de su repertorio habitual. Estas palabras, pronunciadas en entrevistas y discursos, ahora resuenan con un eco amargo frente a las acusaciones en su contra.

El canal de YouTube de Errejón, que alguna vez sirvió como plataforma para compartir su visión del mundo, ahora se convierte en un archivo incómodo. Entre los vídeos, destaca uno en el que aborda la violencia machista con una claridad que contrasta brutalmente con las denuncias actuales. Comentarios recientes en sus publicaciones evidencian la incredulidad y el desconcierto de algunos de sus seguidores: "¿Y hoy qué piensas de la violencia machista?", pregunta uno, en un tono que refleja tanto ironía como desencanto.

La caída de un ideal

El declive de la imagen de Errejón no solo afecta a su reputación personal, sino también a las formaciones políticas que lo apoyaron. Más País, el partido que él mismo fundó tras su ruptura con Podemos, y Sumar, la coalición liderada por Yolanda Díaz, se encuentran ahora bajo escrutinio por haber respaldado al político a pesar de los rumores que ya circulaban en ciertos círculos. La designación de Errejón como portavoz de Sumar en el Congreso a principios de 2024 es particularmente polémica, dado que en redes sociales ya existían acusaciones en su contra.

Yolanda Díaz, en una comparecencia reciente, negó conocer las denuncias antes de nombrarlo portavoz. Sin embargo, figuras como Ione Belarra y una asesora de Ada Colau han señalado que hubo advertencias previas. Este aparente encubrimiento, o al menos negligencia, plantea preguntas incómodas sobre la gestión interna de las formaciones de izquierda y su compromiso real con el feminismo que proclaman.

Un futuro incierto

El caso de Íñigo Errejón todavía está lejos de resolverse. La primera denuncia formal en su contra fue archivada temporalmente debido a problemas legales, pero las investigaciones continúan. Mientras tanto, su círculo más cercano parece haberse reducido a un grupo de leales que, como Loreto Arenillas, han optado por el silencio o las bajas estratégicas para evitar el escrutinio público.

La transformación de Íñigo Errejón, de líder carismático con club de fans a político señalado por violencia machista, es un recordatorio de la fragilidad de las imágenes públicas construidas en torno a ideales. Lo que alguna vez fue admiración se ha convertido en duda y desconfianza. Las 'Errejoners', aquellas seguidoras que lo veían como un símbolo de ternura y justicia, ahora enfrentan la incómoda tarea de reconciliar su antigua devoción con las acusaciones que pesan sobre él.

Quizá lo más revelador sea el contraste entre el Íñigo Errejón que hablaba del amor como "la energía afectiva más comunista" y el hombre que hoy enfrenta acusaciones de haber traicionado todo aquello que decía defender. Una dicotomía que no solo define su caída, sino que también sirve como un espejo para la política española y sus contradicciones inherentes.

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