Dos décadas han pasado desde que el Principado de Mónaco despidiera a uno de sus grandes emblemas: el príncipe Rainiero III, fallecido a los 81 años. Su muerte, el 6 de abril de 2005, cerró una era marcada por la modernización de un pequeño territorio que se convirtió en sinónimo de lujo, estabilidad y solidez financiera. Pero también dejó al descubierto una estela de dolor familiar que parecía repetirse generación tras generación. Fue entonces cuando su único hijo varón, el hasta entonces reservado y escurridizo príncipe Alberto, tuvo que dar un paso al frente. Veinte años después, aquel hombre de 47 años que muchos veían como eterno soltero y amante del deporte, se ha consolidado como uno de los jefes de Estado más estables de Europa.
Cuando Alberto II fue proclamado oficialmente soberano, el 12 de julio de 2005, pocos sabían qué esperar. Su vida anterior, entre campus estadounidenses, podios olímpicos y portadas con modelos, no parecía augurar una dedicación plena al trono. Pero el nuevo príncipe sorprendió desde el primer momento. En un emotivo acto en la catedral de San Nicolás, ante los restos de sus padres, Grace y Rainiero, prometió servir a su pueblo con "responsabilidad, respeto y entrega".

Aquel día, Mónaco se vistió de rojo y blanco. El ambiente era solemne pero optimista. Se cerraba una página de leyenda —la de la princesa de Hollywood y el príncipe que soñaba con transformar un peñasco rocoso en joya fiscal— y se abría una nueva etapa, más sobria, con menos titulares escandalosos y más política de Estado.

Ha reforzado las alianzas internacionales del Principado, impulsado políticas medioambientales —una de sus pasiones— y consolidado Mónaco como sede de eventos globales sin renunciar a su carácter exclusivo. Bajo su mandato, el país ha sorteado escándalos financieros, crisis económicas y turbulencias familiares, preservando siempre la imagen de neutralidad que exige la corona. En lo personal, el soberano monegasco reconoció públicamente a sus dos hijos mayores nacidos en la época más rebelde de su juventud, Jazmín Grace y Alexandre Coste. Y en 2011, cuando muchos pensaban que el príncipe jamás pasaría por el altar, se celebró la esperada boda con Charlène Wittstock, hoy una princesa que cautiva todo tipo de miradas por su elegantísima presencia.

En 2014 nacieron los mellizos Jacques y Gabriella, los primeros hijos nacidos del matrimonio principesco y actuales herederos al trono. Desde entonces, la imagen de la familia ha sido cuidadosamente medida al detalle.
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