Casas Reales

La reina Sofía ya está en su país con su hija Cristina para asistir a la segunda boda de su sobrino Nicolás de Grecia

Grecia, con su cielo enrarecido de azul mediterráneo y sus columnas de mármol desgastadas por el tiempo, vuelve a ser escenario de un cuento real. La reina Sofía, acompañada de su hermana Irene y de la infanta Cristina, ha llegado a Atenas para asistir a la segunda boda de su sobrino Nicolás de Grecia, un evento que bien podría llamarse la conjunción perfecta entre el linaje y la fortuna. La historia no es nueva: el sobrino de la reina emérita se une en matrimonio con la heredera y multimillonaria Chrysi Vardinogianni, un apellido que en Grecia resuena con el peso del petróleo y los astilleros. Un enlace que, además de amor, contiene una metáfora de las alianzas estratégicas que han sostenido a las monarquías durante siglos.

La llegada de Sofía de Grecia a su país natal tuvo algo de reencuentro con una memoria que siempre permanece viva en el mármol de Atenas y en las olas del Egeo. En el hotel Grande Bretagne, el lugar que se ha convertido en el refugio de las figuras reales y aristocráticas que han llegado para el evento, la reina emérita apareció junto a su hermana Irene y la infanta Cristina, ambas sonrientes y perfectamente alineadas con el protocolo de la realeza y el brillo discreto de las viejas casas reales.

Sofía, fiel a su estilo, vuelve a dejar claro que la elegancia no es una cuestión de alardes, sino de detalles. Su abrigo azul, impecable y sobrio, va coronado por un broche en forma de libélula, ese insecto que parece un puente entre dos mundos, tan frágil y tan poderoso. El estampado de pata de gallo que asoma bajo el abrigo es un guiño a su habilidad para entremezclar tradición y modernidad, como quien lleva consigo la historia sin dejar que pese demasiado.

Junto a ella, Irene de Grecia luce un estilo más práctico, casi un reflejo de su papel como la hermana pequeña discreta y esencial. Con un abrigo negro acolchado, pañuelo rosado y pantalones oscuros, su atuendo era un recordatorio de que el porte no siempre necesita adornos. En cambio, la infanta Cristina parece caminar sobre una cuerda floja entre su discreción habitual y la elegancia requerida para la ocasión. Su abrigo beige claro, combinado con una bufanda oscura, es una imagen que habla de sobriedad, aunque con el peso de la carga de un pasado reciente aún rondando su figura.

La boda de Nicolás de Grecia no es solo un enlace matrimonial; es un acto de equilibrio entre la monarquía residual y el poder económico contemporáneo. La iglesia de San Nicolás de Rangava, pequeña pero cargada de simbolismo, será el escenario donde este viernes, entre cúpulas bizantinas y frescos desgastados, Nicolás y Chrysi se unirán ante unos cien invitados cuidadosamente seleccionados.

La semana previa al enlace ha estado cargada de ensayos y reuniones familiares, momentos que sirven tanto para ajustar los últimos detalles como para reforzar esos lazos invisibles que mantienen unidas a las casas reales en el limbo de su existencia moderna. El miércoles, los novios visitaron el templo en un ensayo cargado de nervios y sonrisas contenidas. A su lado estaban la reina Ana María y algunos de los hermanos del novio, quienes han sido parte esencial de esta mezcla de romanticismo y estrategia dinástica.

Entre ellos destaca el príncipe Pablo, quien será uno de los padrinos del enlace, un rol que no solo subraya su peso dentro de la familia, sino que también lo sitúa como una figura clave en la continuidad simbólica de los antiguos monarcas griegos. Su presencia, junto a la de otros miembros de la familia, se convierte en un recordatorio de cómo estas bodas son también escenificaciones de un legado que, aunque oficialmente extinto, sigue teniendo un eco poderoso en ciertos círculos de poder.

Una preboda íntima pero cargada de gestos

La preboda, que se celebra este jueves en un entorno más privado, es el primer momento de encuentro entre los invitados selectos, un espacio donde los gestos y los atuendos cuentan historias tanto como las palabras. Este tipo de eventos, previos al gran día, son a veces tan divertidos como la ceremonia misma, porque es aquí donde se establecen las conexiones, se reafirman las alianzas y se muestran los pequeños detalles que quedan fuera del foco oficial.

El matrimonio de Nicolás y Chrysi, más allá del romance, tiene un aire de inevitabilidad. Él, como miembro de una familia real que se mueve entre la nostalgia del pasado y la búsqueda de un lugar en el presente. Ella, como heredera de una fortuna que simboliza el poder moderno, un tipo de influencia que no depende de coronas, sino de números y propiedades. La unión de ambos, entre los muros de la pequeña iglesia de San Nicolás, es el reflejo de cómo las viejas monarquías se reinventan a través de conexiones estratégicas con el mundo del dinero. No olvidemos (como síntoma de modernidad) que ella (como él) es divorciada y madre.

Un futuro tallado en oro y mármol

Este viernes, cuando Nicolás de Grecia y Chrysi Vardinogianni digan "sí, quiero", no solo estarán marcando el inicio de una vida en común. También estarán confirmando una tendencia que ha definido a la aristocracia desde tiempos inmemoriales: la capacidad de adaptarse a los nuevos tiempos sin perder de vista el brillo del pasado.

La reina Sofía, en primera fila, será testigo de un evento que mezcla la tradición de su familia con el pulso de una Grecia que ahora se mueve al ritmo de otros poderes. En su sonrisa, y en la de Irene y Cristina, se podrá leer el peso de la historia, el eco de una infancia entre palacios y exilios, y el orgullo de ver cómo, en medio de todo, las viejas casas reales aún saben cómo ocupar su lugar bajo el sol.

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