Juan Carlos I cumple 87 años este 5 de enero en Abu Dabi, rodeado de amigos, familia y un puñado de nombres propios que orbitan alrededor de su compleja biografía. Pero entre ellos no está, en conra de lo publicado, Marta Gayá, quien fuera su amante en los lejanos años 80. Sí es cierto que, a diferencia de otras figuras que compartieron su vida sentimental, ha sabido mantenerse en un discreto segundo plano. En los salones del mejor Hotel de Abu Dabi, donde el rey celebró un cumpleaños más cerca del ocaso que de la plenitud, no estuvo Marta Gayá. Pero eso no quita para que aquella historia de amor siga ardiendo entre las brasas del tiempo.
Pilar Eyre, cronista incansable del universo borbónico, ha desentrañado los motivos por los que Marta Gayá sigue siendo un pilar en la vida del rey emérito. Hay que retroceder al verano eterno de los años 80, cuando Juan Carlos, por entonces en plena efervescencia de su reinado, descubrió a Marta Gayá durante una de sus estancias en Mallorca. Ella tenía 34 años, y su elegancia discreta conquistó al monarca, quien no tardó en hacerla parte de su mundo, aunque siempre en la penumbra del protocolo y las exigencias de la corona. Según relata Eyre, "cada vez la quería más, y estaba tan exultante que les confesaba a sus amigos: '¡Nunca he sido tan feliz!'". Aquella felicidad, sin embargo, nunca fue completa. Marta era consciente de que Juan Carlos no le pertenecería del todo, que su rol sería siempre el de la amante tolerada en un reino de silencios.
La relación entre Juan Carlos y Marta atravesó una prueba definitiva tras el trágico accidente que segó la vida de Rudy Bay y su esposa, los amigos más cercanos de Gayá. Devastada, Marta cayó en una profunda depresión y fue internada en Suiza. Allí, el monarca dejó de lado sus compromisos y voló hasta ella, permaneciendo a su lado en los días más oscuros.
Eyre desvela un episodio íntimo que define esa conexión inquebrantable: "Se quedaba sentado al lado de su cama, cogiéndole la mano y susurrándole: 'Te quiero, siempre voy a cuidar de ti, siempre vamos a estar juntos'". Aquella promesa, nacida en la fragilidad de una habitación de hospital, se ha mantenido intacta durante décadas.
Con el tiempo, Marta Gayá logró reconstruirse. Su regreso a Baleares marcó el inicio de una etapa en la que, aunque sabía que nunca ocuparía un lugar oficial, se convirtió en una figura central en la vida de Juan Carlos. Eyre señala que, para el entorno más cercano del rey, "Marta era una más. La aceptaban como la otra reina de Mallorca". Ni los escándalos ni las figuras que llegaron después, como Corinna Larsen, lograron desplazarla. Marta siempre supo preservar su sitio, alejada del ruido y las filtraciones que han caracterizado otras relaciones del monarca.

A sus 77 años, Marta Gayá sigue siendo un refugio emocional para Juan Carlos. Aunque ella reside en Palma de Mallorca, sus viajes a Abu Dabi son frecuentes, pero nunca acudiría a fiestas familiares. De hecho, estaba en Suiza cuando se celebró el cumpleaños. Sí es cierto que hay llamadas telefónicas entre ambos. Marta ha conseguido lo que nadie más en la tumultuosa vida sentimental del emérito: mantenerse a su lado como amiga, confidente y apoyo incondicional. Eyre subraya que esta relación trasciende las etiquetas y se ha convertido en un lazo indestructible: "Desde hace cuarenta años, Marta es su fiel compañera, la que ha sido al fin aceptada por todos, incluso por sus propias hijas".
La fiesta de cumpleaños de Juan Carlos I es un reflejo del contraste que define su figura: una vida de excesos, rodeada de lujo, pero también marcada por el exilio y el aislamiento. La celebración tiene lugar en un hotel fabulosos, y no es su casa, con un cóctel y una cena pero es falso que estuvieran Los del Río. Entre los invitados figuran sus hijas, como ya avanzamos en primicia, y algunos nietos. Pero también se han citado nombres como Carlos Herrera, Pedro Campos y el empresario Vicente Boluda, además de las infantas, quienes han viajado para acompañar a su padre.
En el universo de Juan Carlos I, donde las relaciones han sido tantas veces fugaces y condicionadas por las circunstancias, la figura de Marta Gayá, por muy ausente que esté, se alza como un testimonio de lealtad. A diferencia de Corinna Larsen, que hizo públicas sus disputas con el rey, o de Bárbara Rey, cuya relación con él se convirtió en mito de la crónica rosa, Marta ha sabido mantenerse en la sombra, tejiendo una complicidad que desafía las reglas del poder y del tiempo.
Como escribe Pilar Eyre, "Juan Carlos ha encontrado en Marta esa mujer en la que confiar, ese verdadero amor que tanto le costó encontrar y que, a pesar de todo, permanece a su lado".