La fotografía familiar es el testamento de los días que pasan y no vuelven, un instante suspendido entre los ecos del pasado y las promesas del porvenir. La escalinata de la mansión londinense de los príncipes Pablo y Marie-Chantal fue este año el escenario de ese milagro navideño en el que, contra todo pronóstico, los lazos se estrechan y los ausentes regresan, aunque solo sea en la memoria. Allí, bajo la luz dorada de una lámpara decimonónica y entre paredes que respiran un lujo apaciguado, la familia real griega posó al completo, como si intentara detener, aunque fuera por un segundo, el tiempo.
La escena tenía un aire teatral, casi pictórico. En el centro, la reina Ana María, satisfecha como una matriarca que ha visto cerrar filas a su prole tras años de dispersión. A su alrededor, el príncipe Pablo y Marie-Chantal, impecables como siempre, flanqueaban a sus cinco hijos, con nombres tan épicos como los cantos homéricos: Tino, Achileas, Odysseas, Olympia y Aristides. Más allá, las ramas extendidas del árbol genealógico acogían a Alexia de Grecia junto a su esposo, el arquitecto canario Carlos Morales, y sus cuatro hijos. El cuadro se completaba con Felipe y su esposa Nina Flohr, Nicolás, y la última incorporación al álbum familiar, Matthew Kumar, el flamante marido de Teodora de Grecia.

Griegos por decisión, republicanos por obligación
Más que un retrato de Nochebuena, esta fotografía era una declaración de principios. La familia real griega, que había sido despojada de su nacionalidad en 1994, había alcanzado este año lo que parecía imposible: volver a ser oficialmente griegos. El precio de este regreso, sin embargo, había sido alto. La monarquía que representaron había quedado disuelta en el pasado, como un eco lejano de palacios y protocolos. Para recuperar su ciudadanía, tuvieron que adoptar un apellido, Miguel de Grèce, como quien acepta un nombre nuevo para entrar en casa propia. Y, paradójicamente, en esta transición, la familia que un día fue el emblema del viejo reino se había convertido en un modelo de republicanismo práctico.
"Aquel decreto nos convirtió en apátridas", recordaron los príncipes con un deje de melancolía. "Recuperar nuestra nacionalidad no es solo un triunfo personal, sino un acto de justicia histórica". Quizás por eso, más allá de las sonrisas y los elegantes atuendos, el retrato llevaba consigo un aire de reconciliación, de retorno al hogar perdido, aunque este sea ahora solo un espacio simbólico en la memoria colectiva griega.
El vacío del rey y la plenitud de la reina
La imagen también era un tributo al ausente. Este 2023 comenzó con la muerte del rey Constantino, el último monarca de Grecia y hermano de la reina emérita Sofía. Su partida marcó el fin de una era, pero también el comienzo de otra en la que la familia, sin un trono que sustentar, se ha convertido en una institución más emocional que política. En el centro de este cambio, Ana María ha sabido ejercer su papel de unificación, una figura que reúne a su linaje en torno a las viejas tradiciones mientras el mundo avanza.
Un lugar en la historia
Hoy, en su mansión londinense de los Cotswolds, los exiliados voluntarios de una monarquía abolida han encontrado su equilibrio entre dos mundos. Con raíces firmes en la helenidad y ramas extendidas por toda Europa, la familia real griega no busca recuperar el esplendor perdido, sino construir una nueva narrativa en la que sus hijos y nietos puedan sentirse orgullosos.
La fotografía es mucho más que un retrato navideño; es una oda a la familia como refugio, como memoria compartida y como proyección hacia el futuro. Una imagen que, como tantas otras, será guardada en álbumes de cuero y en las páginas de la historia, para recordarnos que, al final, el hogar no es más que el lugar al que siempre volvemos, aunque para ello debamos inventarlo.