A veces, la historia se viste de gala y se planta frente a un fotógrafo como si el pasado estuviera dispuesto a detenerse, solo por un instante, en una habitación llena de reflejos. Los retratos de Felipe VI y Letizia fotografiados por Leibovitz no son solo imágenes de dos rostros: son ventanas abiertas al anacronismo de una institución que sobrevive a fuerza de inercias, conveniencias, rituales y símbolos.
Felipe, con la banda azul cruzándole el pecho, parece haber salido de un cuadro de Goya revisitado por un ojo moderno. Su expresión es seria, casi marmórea, como si llevara no solo el peso de la Corona, sino también la carga de la eternidad. Ahí está el Capitán General, un hombre atrapado entre los deberes invisibles de la tradición y el aire asfixiante del presente. Quizá, en el fondo, sepa que una mirada demasiado humana podría quebrar el cristal donde su figura permanece suspendida.
Letizia, en cambio, juega a ser otra cosa. En su retrato no hay joyas, no hay pompa, solo una sencillez medida al milímetro, como si quisiera recordarnos que el poder puede ser discreto y aun así brillar. Su rostro proyecta una calma que parece esculpida en piedra. Pero hay algo más: una cierta melancolía en los ojos, un eco del pasado que ella nunca vivió pero que ahora lleva consigo, como quien se prueba un vestido que no fue diseñado para su cuerpo, pero que termina ajustándose con gracia.
El teatro de los símbolos
El retrato monárquico siempre ha sido un artefacto peculiar, un juego de espejos donde cada detalle importa. Las bandas, los fondos, la luz cuidadosamente calculada: todo habla. Felipe y Letizia no están ahí como personas, sino como actores en una obra que se viene representando desde hace siglos.
El retrato de Felipe, con sus medallas y sus gestos solemnes, evoca un tiempo que ya no existe, pero que la monarquía insiste en invocar para legitimar su razón de ser. Es el símbolo del padre protector, del rey como garante de una continuidad que no depende de su humanidad, sino de su posición. Letizia, por su parte, encarna un contrapunto moderno: la reina como figura de equilibrio, de cambio contenido. Ella no porta una corona, sino una idea: la de una monarquía que aspira a parecer más cercana sin perder el aura de estrella de cine por la lejanía que la define.
Un eco del pasado
Hay algo profundamente teatral en estas imágenes, un aire de representación que nos recuerda que, en última instancia, la monarquía es un espectáculo. Pero no uno cualquiera, sino uno que necesita de sus espectadores para existir. Al contemplar los retratos de Felipe y Letizia, no solo vemos a los reyes, sino también el reflejo de un mundo que sigue preguntándose qué lugar tienen estas instituciones en su presente.
Sin embargo, hay que admitir que el resultado es bello. Como en las grandes pinturas de siglos atrás, la composición, la luz y el simbolismo de estos retratos logran detener el tiempo, aunque sea por un momento. En sus rostros se mezclan la solemnidad y la vulnerabilidad de quienes, al final del día, saben que están siendo observados no solo por los ojos del presente, sino por los del futuro.
Es curioso cómo algo tan estático como un retrato puede desencadenar tantas preguntas. Felipe y Letizia son, en estas fotografías de la fotógrafa premiada con el Príncipe de Asturias, más que ellos mismos. Son la prueba de que la monarquía no puede escapar de su papel como símbolo, pero también de que, a veces, esos símbolos pueden ser hermosos. Y así, frente a estas imágenes, uno no puede evitar sentirse atrapado entre el deslumbramiento y la duda. ¿Qué vemos realmente en estos retratos? ¿A un rey y una reina, o a dos personas interpretando un papel que nadie sabe cuánto tiempo más seguirá escribiéndose?
En cualquier caso, hay que reconocer que la fotógrafa ha logrado su cometido. Ha convertido a Felipe y Letizia en algo más que rostros: en una página viva de la historia que se resiste a cerrarse. Como decía alguien al contemplar estas imágenes, no hay institución que no sea pasado. Pero a veces, el pasado se presenta con tanta elegancia que uno no puede evitar mirarlo con admiración.
Relacionados
- Felipe VI y Letizia, ante el objetivo de Annie Leibovitz: ¿Por qué los Reyes no posan juntos? ¿y la enigmática continuidad de la sala?
- La intrahistoria de los retratos de Annie Leibovitz que inmortalizan a Letizia y Felipe VI que nadie te ha explicado
- Así son los retratos de Felipe y Letizia firmados por Annie Leibovitz: un vestido de Balenciaga, un marco dorado y unas joyas de pasar