En el Salón Gasparini del Palacio Real, bajo el fulgor dorado de su rococó, Annie Leibovitz ha congelado el tiempo. En ese rincón majestuoso del Palacio Real, donde cada detalle cuenta una historia de poder y linaje, la artista ha hecho lo que mejor sabe: convertir un instante en eternidad. Con sus retratos de Felipe VI y Letizia, presentados al mundo por el Banco de España, la fotógrafa no solo ha capturado a dos figuras de la realeza, sino también la esencia misma del tiempo que representan. Los retratos de los reyes no son solo fotografías; son manifiestos visuales, un diálogo entre la historia y la modernidad, entre la realeza y el arte. La espera de nueve meses, casi como un parto, ha dado lugar a imágenes que contienen una vida entera de simbolismo y detalle. Este lunes, el Banco de España estrena estas obras que, por ahora, solo pueden contemplarse como adelanto de la exposición La tiranía de Cronos, antes de hallar su lugar definitivo en el Salón del Consejo de Gobierno del Banco.
Bajo la luz cuidadosamente calculada del Salón Gasparini, esos dos retratos son mucho más que imágenes: son el diálogo entre lo efímero y lo eterno, entre la tradición y la modernidad.
El arte de congelar la historia
Leibovitz ha ofrecido un díptico en el que Felipe VI y Letizia, aunque fotografiados por separado, comparten el mismo espacio simbólico. En uno de los retratos, el rey aparece de pie, con el uniforme de Capitán General del Ejército Español. Su postura es imponente pero no rígida; su mano, apoyada sobre una mesa, transmite una calma llena de autoridad. Frente a él, en el otro cuadro, Letizia luce un vestido negro de Cristóbal Balenciaga, vintage y de una colección privada, que brilla con una fuerza silenciosa. La reina no necesita adornos excesivos: lleva un par de joyas del lote de pasar, herencia de Victoria Eugenia, que parecen subrayar la línea inquebrantable de las monarquías.
Ambos retratos respiran la misma atmósfera del Salón Gasparini, un lugar diseñado durante el reinado de Carlos III para glorificar el poder y la magnificencia. Con sus sedas bordadas, espejos relucientes y mobiliario fastuoso, el salón no es un simple escenario: es el tercer protagonista de estas fotografías, una especie de testigo mudo que ha visto pasar siglos y que, ahora, da cobijo a esta nueva representación del poder contemporáneo.
Una sesión milimétrica
Nada en las fotografías de Leibovitz sucede por casualidad. Antes de pulsar el obturador, la fotógrafa recorrió el Palacio Real durante días. Analizó la luz, probó ángulos, midió cada rincón hasta encontrar el equilibrio perfecto entre los elementos arquitectónicos y los personajes que los habitarían. Con un equipo de decenas de personas, la sesión del 7 de febrero fue todo menos improvisada. La agenda de los reyes se vació por completo para que Leibovitz pudiera trabajar sin prisas, porque su proceso creativo no admite la presión del tiempo.
Annie Leibovitz no es solo una fotógrafa, es una narradora visual. Desde que irrumpió en la escena del fotoperiodismo en los años 70, su lente ha capturado mucho más que rostros: ha desnudado almas, expuesto conflictos internos, contado historias completas en un solo clic. Por eso, la elección de Leibovitz para inmortalizar a Felipe VI y Letizia no fue un gesto aleatorio. Fue una declaración de intenciones, un puente entre la herencia de los antiguos retratos al óleo y la mirada fresca del arte contemporáneo.
La Reina y el simbolismo del negro
El vestido negro de Letizia es mucho más que una elección estética. En él resuena un eco de luto elegante, una memoria de viudas reales que convirtieron el negro en un símbolo de poder silencioso. Pero en el contexto de este retrato, el negro también sugiere modernidad, sobriedad y una conexión con lo atemporal. La Reina, en esta imagen, no es solo una consorte: es una figura de autoridad en sí misma, con una presencia que desafía cualquier intento de simplificación.
Letizia, con su porte casi pictórico, recuerda a los retratos clásicos de Goya o Velázquez, donde la figura del retratado dialogaba con el espacio y con el espectador en un juego de miradas y gestos que trascendía el lienzo. Aquí, sin embargo, el pincel ha sido sustituido por la cámara, y el resultado es igual de majestuoso.
Una deuda de años
Leibovitz y los Reyes compartían una historia pendiente. En 2013, durante la entrega del Premio Príncipe de Asturias a la fotógrafa en Oviedo, surgió la posibilidad de un retrato. Ella, agradecida por el reconocimiento, confesó que le encantaría fotografiar a Felipe y Letizia. En ese momento, aún Príncipes de Asturias, ellos ya mostraban esa mezcla de cercanía y solemnidad que fascinó a la artista. Diez años después, esa promesa se materializó.
Estas imágenes no son solo una pieza de arte contemporáneo; son un capítulo más en la narrativa visual de la monarquía española. El Banco de España, que encargó los retratos, ha albergado durante siglos retratos históricos como los de Carlos III y Carlos IV, realizados por grandes maestros como Mariano Salvador Maella. Incluir a Leibovitz en esta tradición es un paso audaz, una forma de actualizar ese legado sin traicionar su esencia.
Cuando estos retratos encuentren su lugar definitivo en el Salón del Consejo de Gobierno del Banco de España, compartirán espacio con siglos de historia. Pero no serán un simple añadido: serán un espejo del presente, un testimonio de cómo se construye el poder en el siglo XXI. Ambos retratos forman un díptico; no pueden entenderse uno sin el otro. Divididos físicamente, pero unidos por un hilo invisible, ambos se enmarcan en la misma atmósfera del Salón Gasparini, un lugar cuya intrahistoria nos transporta al reinado de Carlos III. Este salón, intacto desde entonces, conserva su esencia original, como si esperase el momento en que una fotógrafa como Leibovitz viniera a capturarlo junto a los Reyes.
Anécdotas de una maestra
Leibovitz sabe manejar el peso de la realeza con la ligereza de su talento. En 2007, cuando retrató a la reina Isabel II, protagonizó un intercambio que definió su estilo. Le pidió a la monarca que se quitara la corona para "verse menos elegante". La respuesta fue un destello de autoridad británica: "¿Menos elegante? ¿Qué crees que es esto?". Esa mezcla de audacia y respeto define también los retratos de Felipe y Letizia.
Aquí, en cada gesto, en cada pliegue del vestido, en la luz que acaricia sus figuras, Annie Leibovitz ha capturado algo más que dos soberanos. Ha capturado una era, un espíritu y una promesa. Porque el poder, cuando se traduce en arte, se convierte en historia.
No se trata de un trabajo improvisado. Annie Leibovitz no deja nada al azar. Antes de la sesión, paseó por el Palacio Real durante días, explorando cada ángulo, midiendo cada rayo de luz. Su equipo, como un pequeño ejército, estuvo encargado de cada detalle técnico para que la magia pudiera ocurrir. La fotógrafa, famosa por su exigencia, no se conforma con lo obvio. Trabaja hasta que logra una imagen que respire por sí misma.