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Se incuba un tsunami monetario

  • La deuda y los productos financieros sin control son los grandes riesgos
<i>Foto: Archivo</i>

Eduardo Olier

Hablar de crisis económicas antes de que sucedan no es quizás apropiado. Lo normal en economía es explicar lo que pasó una vez sucedido. Estamos, según dicen, en un círculo virtuoso imparable. Nada que ver con los tiempos de la última crisis. En 2009 se explicó con detalle lo que había pasado. Todo tuvo que ver con las hipotecas que se dieron a los ninja (no income, no job, no assets): las hipotecas subprime causantes de la última crisis: la Gran Recesión de 2008. Esto fue para muchos la causa. Los expertos, sin embargo, encontraron similitudes con la crisis del 29, para llegar a la conclusión de que la recesión se debió a una crisis de confianza que se expandió como una pandemia por los mercados financieros. Para detener la hecatombe se aportaron enormes recursos. Casi un billón de dólares fueron a parar a Detroit para sostener la industria del automóvil. El sistema financiero se sostuvo mediante estímulos monetarios: el famoso QE (Quantitative Easing). En Estados Unidos, entre 2008 a 2015, la Reserva Federal incrementó su balance de 800.000 millones a más de 4 billones de dólares. Se le dio con ánimo a la máquina de fabricar dólares. En Europa, se puso en marcha un mecanismo similar para detener la caída del euro arrastrada por los PIIGS: Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España, con sus primas de riesgo en una escalada sin freno. La expansión cuantitativa en Europa vino de la mano de los ahorradores europeos; es decir, de los ciudadanos de la Europa central. Aparecieron los partidos populistas a derecha e izquierda con el empobrecimiento de las clases medias. En España, aparte de las ayudas europeas, la crisis se fue resolviendo por la vía de los salarios y de la política fiscal: más impuestos y contratos precarios; lo cual disparó las desigualdades. También ayudó, y mucho, un petróleo barato y la explosión del turismo: ¡más de 82 millones de visitantes en 2017! Ni que decir tiene que la productividad se ha mantenido prácticamente en los mismos niveles precrisis. De nuevo, todo cayó en las espaldas de la clase media sin que se hicieran importantes ajustes estructurales.

En 2009 nadie se acordó de hablar de otras crisis que, en ciertos casos, nos beneficiaron. Quizás, porque se atajaron a tiempo o porque fueron limitadas en sus efectos. Ahí estuvo la crisis de deuda de los países sudamericanos en los años noventa que tanto ayudaron al desarrollo empresarial español en la región. Luego vino la crisis de la moneda tailandesa, el thai baht; la crisis del rublo ruso; e incluso, la crisis de la libra esterlina. Lo más sonado fue la quiebra de la firma Long Term Capital Market (LCTM) después del pánico de agosto de 1998 que se unió a la devaluación del rublo y el impago de la deuda externa rusa. Fueron tiempos de pánico, aunque cortos. También tuvimos las puntocom. Sin embargo, hoy todo son buenas noticias, sin que nadie ponga sobre la mesa el posible tsunami que subyace en las profundidades del sistema financiero global.

Aunque no son los únicos, hay dos datos muy preocupantes: la deuda global y los productos financieros sin control. Dos caras de la misma moneda. La deuda mundial en 2017 alcanzó el 327% del PIB global: se ha multiplicado más de 2,5 veces desde 2002. Son unos 220 billones de dólares; la mayor parte en deudas empresariales que se han multiplicado vez y media desde aquella fecha. Sólo el fracking americano acumuló 5,5 billones de dólares de deuda entre 2009 y 2015. A esto se ha añadido la emisión de bonos en dólares de los países emergentes que ha crecido más de 7 veces desde 2016, hasta alcanzar los 18 billones y medio: ¡unas 13 veces el PIB de España! La deuda soberana, aunque sin ser la parte más abultada, no ha dejado de crecer, con la mayoría de los países avanzados superando el cien por cien del PIB. Los productos financieros opacos, los OTC (Over-the-Counter), basados en contratos sin control regulatorio, han multiplicado su volumen más del doble desde 2004, hasta superar los 550 billones de dólares en 2017. Como síntoma, los mecanismos financieros de aseguramiento, los CDS (Credit Default Swaps), crecen igualmente como prevención de lo que pueda pasar.

No existen dólares en el mundo para cubrir ni las deudas ni los productos OTC. El sistema se sostiene porque, como es natural, no todos los acreedores ni todos los tenedores de productos financieros irán el mismo día a retirar la ingente cantidad de casi 800 billones de dólares que existe entre la deuda global y los OTC. Sin embargo, las crisis financieras son como los tsunamis: una falla lejos de la costa puede producir un enorme maremoto. Así se comporta el mundo financiero: cualquier falla en el sistema se multiplica como un enorme terremoto que se expande por la globalización. La próxima crisis vendrá por la falta de liquidez del dólar. Quizás por eso China y el Fondo Monetario Internacional acumulan ahora oro en sus arcas. El dólar ya no sirve como patrón monetario global. Ahí se está gestando la nueva crisis.