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China exporta sus problemas


    Juan Fernando Robles

    La devaluación del renminbi o yuan pone de manifiesto que la economía china precisa un relanzamiento desde su comercio exterior, que no ha hecho sino perder posiciones en los últimos años en favor no sólo de otros países emergentes, sino también por el retorno de ciertas producciones al primer mundo.

    Porque la marca China sigue anclada a los productos a buen precio, y tanto es así que los chinos con dinero rechazan artículos made in China cuando se trata de lujo o calidad, pues bien conocen las deficiencias que presenta aún su sistema productivo. Con un mercado interior que todavía no ha conseguido crear la suficiente clase media como para garantizar un crecimiento constante, la dependencia de los ingresos por exportaciones es la clave.

    En estos momentos de tribulación tras el pinchazo de la burbuja bursátil, las autoridades se han tomado muy en serio que aún la demanda interna contribuirá en menor medida al PIB, porque las pérdidas se han repartido sobre decenas de millones de chinos que han visto erosionado su poder adquisitivo y esfumarse gran parte, sino todos, sus ahorros. Ningún país hubiera aguantado tal desplome bursátil sin que las entidades bancarias se vieran afectadas por graves problemas de solvencia, pues la bolsa estaba recalentada en base a compras apalancadas. Pero ya sabemos que hoy en día vivimos el tiempo de la solvencia por decreto y se crea tanto dinero como sea necesario para aguantar cualquier situación.

    Es obvio que toda expansión monetaria lleva aparejada la caída del tipo de cambio, pero éste es fijado por el Banco Popular de China discrecionalmente y es obvio que ya no va a dudar en acercarlo al mercado, para disgusto de otros emergentes. De hecho, el ajuste de la divisa china no ha sido aún completo y se estima que tiene un recorrido a la baja que podría rondar un 10% adicional.

    El efecto no se ha hecho esperar y la deuda en euros y dólares se ha encarecido, recortando sus tipos de interés. Pero ni Europa ni EEUU, están realmente preocupados por los efectos monetarios de la devaluación del yuan, pues temen más el estancamiento de la economía china, que desestabilizaría tanto el comercio como el sistema financiero internacional.

    Perjudicial para los emergentes

    A quienes sí perjudica de inmediato la devaluación es a los países emergentes por varias vías. Por una parte pierden competitividad si no devalúan sus monedas paralelamente y tanto el fortalecimiento del dólar como la debilidad de la demanda están comprometiendo el precio de las materias primas y el petróleo.

    Los daños colaterales sobre el mercado de la energía suponen más problemas para Rusia, Venezuela y resto de países dependientes del precio del petróleo, que pueden verse abocados a problemas para hacer frente a sus obligaciones internacionales por falta de divisas, al tiempo que padecerán los efectos de una creciente inflación que distan mucho de poder controlar.

    Desde hace años una de las peticiones de los países industrializados a las autoridades chinas es que fomentaran el crecimiento de la demanda interna y propiciaran el aumento de poder adquisitivo del chino medio, tanto para dar estabilidad a su crecimiento como para que las relaciones comerciales fueran más equilibradas, dado que a mayor poder adquisitivo las exportaciones de occidente se potencian.

    Sin embargo, este proceso dista aún mucho de sus objetivos más modestos y China aún depende de sus exportaciones para mantener su máquina a todo gas. Además, la pérdida de riqueza por el crash bursátil y la amenaza del pinchazo de la burbuja inmobiliaria, de la que se viene hablando hace años pero que no termina de estallar, amenazan la estabilidad financiera de un país tan opaco y tan complejo que incluso sus propias autoridades tienen una idea aproximada de la magnitud de sus problemas.

    Sin duda hay tormenta en el mercado de divisas porque el renminbi aún tiene recorrido a la baja y otras monedas se van a tener que alinear en la devaluación si no quieren perder el paso. China está exportando pobreza y, al igual que ellos, muchos otros van a tener que trabajar más por menos, en un proceso de abaratamiento que va desde las materias primas a los productos manufacturados.

    Las economías más desarrolladas sólo pueden temer que una tormenta en oriente vuelva a desestabilizar su sistema financiero mientras se benefician de un período de baja inflación y facilidades financieras al que China, sin querer, ahora viene a contribuir. El riesgo es que el agujero financiero en China, que de momento no se ha puesto en evidencia y quizás nunca lo haga, emerja como un dragón y devore al sistema financiero mundial.