Evasión

Crítica de 'La viuda negra': Ivana Baquero seduce y Carmen Machi se sale en este true crime que vale la pena

Carmen Machi en 'La viuda negra'.

Lucas del Barco

En el zumbido sordo del televisor, donde a menudo se cuecen las siestas y se ahogan las esperanzas narrativas, aparece La viuda negra, anunciada con esa advertencia que ya no emociona: "Basada en hechos reales". Frase con aliento de oferta de mercadillo, que en lugar de prometer cine, promete morbo. Como si el espectador no fuera más que un turista sin pasaporte que necesita saber que lo que ve ocurrió alguna vez para justificar su viaje.

Pero a veces, entre los escombros de lo que parece otro thriller vespertino con aire de sobremesa, brota una flor peligrosa. La viuda negra, dirigida con solvencia por Carlos Sedes (Fariña) tiene el perfume de esas historias que no necesitan vértigo para enganchar, sino astucia narrativa, belleza torva y un elenco que sabe mirar a la cámara como si estuviera mirando al infierno.

Todo arranca en un aparcamiento anodino de Valencia —tan gris que parece sacado del cajón de una oficina de funcionarios—, donde aparece un hombre asesinado. De ahí emerge una viuda, joven, magnética, indescifrable. Una mujer a la que no sabes si abrazar o temer. Y a su alrededor, una comisaría con funcionarios de rostro afilado, persiguiendo pistas que parecen no llevar a ninguna parte. O mejor dicho: a ella.

Ivana Baquero, que un día fue niña en El laberinto del fauno y luego sombra de sí misma en películas que nadie quiso ver, aquí se transfigura. Se adueña del misterio. Su presencia no es solo magnética, es necesaria. En ella habita la mentira elegante, el deseo con filo, la femme fatale que el cine español se había empeñado en extirpar por corrección. Baquero interpreta a la viuda con la convicción de quien ha enterrado no sólo a su marido, sino también cualquier posibilidad de inocencia.

Frente a ella, Carmen Machi. Siempre solvente, aquí incómoda en su piel de inspectora tatuada y curtida, como si la hubieran sacado de un drama social y la hubieran soltado en un caso de crónica negra. Pero Carmen tiene ese don de los actores puros: puede hacer creíble lo improbable. A fuerza de miradas densas y silencios de plomo, su personaje termina por calar.

Tristán Ulloa, que comprende muy bien a este director, redondea el elenco con esa cara de hombre que ha dormido poco y ha amado mal. Y todo el conjunto avanza con ritmo preciso, sin aspavientos, apoyado en un guion que sabe dosificar las revelaciones, sembrar sospechas, y jugar con el espectador como se juega con una presa que aún no ha comprendido que está siendo devorada.

La viuda negra no es una obra maestra, pero tiene lo que muchas no se atreven a tener: personajes con pliegues, maldad femenina sin remordimientos, sexo sin justificación moral, y diálogos que no tiemblan ante lo incorrecto. Y aunque arrastra algunos tópicos del policial patrio —el juez escéptico, las escuchas imposibles de aprobar, el chiste mal colocado—, los supera con una puesta en escena ambiciosa. Entre tanto true crime inofensivo, esta historia huele a verdad podrida. Y por eso —y porque Carmen Machi se sale, sí, pero sobre todo porque Ivana Baquero envenena la pantalla con su presencia— vale la pena verla. Y dejarse morder.