Empresas y finanzas

¡Alerta, empleado conflictivo! Un sambenito en el trabajo difícil de quitar

  • Justa o injustamente ganada, la etiqueta de problemático es difícil de quitar
  • Decir públicamente lo que se piensa puede ser deporte de riesgo...
  • ...cuando esas ideas van en contra de la opinión del jefe
Autor: Getty.

Ramón Oliver

Probablemente al tenista Nick Kyrgios o al político Gabriel Rufián no les vaya del todo mal yendo por la vida en plan enfant terrible. Sus habituales salidas de tono y su alergia a la corrección política forman parte de su marca personal, hasta el punto de que sus seguidores (y probablemente también sus detractores) se sentirían algo decepcionados si los vieran jugar un partido de tenis o realizar una intervención parlamentaria sin añadir una pizca de picante extra. Pero para el común de los mortales, ganarse fama de rebelde y contestatario en el plano profesional puede ser peligroso. Porque en la era de la transparencia y la sobreinformación salirse del tiesto, decir una palabra más alta que otra o ir dejando huellas de descontento con compañeros o jefes puede hacer que un profesional se gane una cierta fama de 'conflictivo'.

Eva Collado, consultora estratégica de capital humano, cree que hay numerosas razones que pueden hacer que a un profesional se le adjudique la etiqueta de problemático. "Entre otras, ¡serlo! Por criticar innecesariamente, por propalar rumores con el fin de desestabilizar, por malas praxis en el trabajo...". Guillem Recolons, socio de Soymimarca, avisa de que todo lo que se hace (o se deja de hacer) deja una marca, y que sobresalir, ya sea por exceso o por defecto, puede ser peligroso. "Una persona conflictiva es una que calla demasiado, habla demasiado, no delega nada, delega demasiado, se salta las jerarquías y, en resumen, va por libre en la organización".

"Una persona conflictiva es aquella que, en resumen, va por libre en la organización"

Montar un 'pollo' en público, sobre todo si hay reincidencia, es otro de los comportamientos que garantizan una reputación de pendenciero laboral. Es cuando crece la tensión, suben los decibelios y se dicen cosas de las que luego uno puede acabar arrepintiéndose. "Somos humanos, y nadie está exento, en un momento dado, de sufrir un secuestro amigdalar y perder el control sobre lo que se dice y cómo se dice", recuerda Luis Huete, profesor de IESE Business School. Es lo que popularmente se conoce como perder los estribos. Sin embargo, por muy legítimamente enfadado que se esté, "nunca hay que perder las formas ni faltar al respeto", advierte este docente. "Porque el corazón tiene memoria, y asistir como espectador a uno de estos episodios es algo que no se olvida fácilmente".

La responsabilidad de los mandos

Se mire como se mire, tener en nómina a un empleado conflictivo es un problema para la empresa. "Una organización funciona de forma parecida a un equipo de sonido de alta fidelidad: se escucha tan bien como el peor de sus componentes", ilustra Guillem Recolons. Y el elemento conflictivo, advierte, "resta eficacia a todo el equipo". Por eso, este experto insta a las empresas a tratar de identificar y actuar rápidamente contra la persona tóxica. Porque "dejar simplemente que las cosas sigan igual equivale a una metástasis peligrosa".

Y, sin embargo, eso es justamente lo que hacen muchos mandos: mirar hacia otro lado. Porque la persona tóxica genera ingresos, porque está bien relacionada, porque lleva mucho tiempo en la empresa, por evitarse problemas... Y también apunta, Isabel Iglesias, directora de Sirania, por salvar las apariencias. "A las empresas no les interesa airear que tienen empleados tóxicos porque piensan que eso puede trasladar el mensaje al exterior de que no han sabido gestionar la situación. Así que, aunque los tengan perfectamente identificados, muchas veces los toleran sin darse cuenta del daño que mantener a esa persona en su puesto hace a otros empleados", lamenta.

¿'Conflictivo' o 'inconformista'?

"Quiero entrenadores que ejecuten las instrucciones de Lim (propietario) como un funcionario", declaraba recientemente Anil Murthy, presidente del Valencia Club de Fútbol, en una entrevista a un medio norteamericano. Toda una declaración de intenciones que ayudaba a explicar el sorprendente despido de su anterior técnico, Marcelino García Toral, a pesar de haber cumplido sobradamente los objetivos deportivos marcados y hasta conducido al equipo a su primer título en once años.

Y es que la etiqueta de conflictivo no siempre es merecida. A veces, el gran pecado del supuesto agitador es, simplemente, tener ideas propias. Y, más concretamente, ideas distintas de las de su jefe. "En empresas muy jerárquicas esta etiqueta te la ponen en el mismo momento en el que te sales del camino trazado. Por decir no a algo, por cuestionar a tu jefe, por hacer valer tu opinión, por ser un líder informal con voz entre tus compañeros...", expone Eva Collado.

"Los modelos de relación empresarial no progresan sin el pensamiento crítico"

Para Guillem Recolons que se sancione la discrepancia es signo inequívoco de empresa desactualizada. "El pensamiento crítico es una de las competencias más valoradas hoy; sin él los modelos de relación empresarial no progresan", argumenta. Desactualizada y, añade Isabel Iglesias, también monolítica. "Porque cuanto más diversa sea la empresa, más posibilidades hay de que se tolere el pensamiento crítico y discrepante".

Pero es que, como en el clásico de Hans Christian Andersen El traje nuevo del Emperador, los poderosos necesitan que alguien tenga el valor de decirles que van desnudos... O incluso, que se equivocan. Eva Collado, reivindica el papel de los 'rebeldes' en la plantilla. "Las empresas necesitan talento que piense, que se cuestiona el statu quo, las normas, los procesos y las directrices no fundamentadas. Se necesita gente que aporte y luche por dar valor añadido".

No son comportamientos que, por desgracia, suelan fomentarse en las empresas. Collado puntualiza que muchas veces el problema no son las opiniones distintas sino la manera de expresarlas. "El mayor valor siempre es aportar, pero para que esta aportación no sea interpretada como un pulso ni se vuelva en tu contra como un bumerán, hay que hacerlo siempre desde el diálogo", señala. Una visión con la que coincide Guillem Recolons. "Si alguien no dice amén a todo lo que le dice el jefe, pero lo justifica, propone contrapropuestas positivas y, en definitiva, aporta una visión enriquecedora, no debería ganarse la etiqueta de conflictivo". 

¿Y cual sería esa manera de transmitir esa "visión enriquecedora" sin que salten las alarmas entre los ultras del pensamiento único? Según Isabel Iglesias, las habilidades de comunicación son ese salvoconducto que permite a un profesional decir lo que piensa sin que chirríe demasiado en las alturas. "Cuando te expresas con asertividad, le das a tus argumentos una base muy sólida y pones encima de la mesa todas las opciones posibles, ganas en credibilidad y, cómo mínimo, generas reflexión. Tal vez no compren tu idea, pero al menos se la van a plantear".

Justa o injustamente ganado, el sambenito de "conflictivo" es difícil de quitar y puede perseguir a un profesional durante toda su carrera. Por esa razón, apostilla Luis Huete, el mejor conflicto es el que se sustenta "en una buena relación personal y en la seguridad psicológica de poder expresar, con tacto, la manera en la cual vemos las cosas". Porque lo bueno, matiza el profesor de IESE, "no es ser conflictivo, sino inconformista".