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Vidas humildes, muertes millonarias

Imagen: EFE

La vida es el camino hacia la muerte. Superando la evidencia y ahondando en lo abstracto, el concepto de ese final, de esa muerte, difiere mucho según a quién se pregunte.

Para muchos, el camino acaba ahí, en la muerte, no hay más. Sin embargo, para otros ese camino es una travesía hasta la tan ansiada vida eterna o el rencuentro con los más queridos.

Los acérrimos al segundo grupo, preparan con dedicación el momento del final para comenzar con fuerza la nueva etapa celestial. Culturas tan antiguas como la egipcia enterraban a sus faraones entre alhajas, oro y delicatessen.

En la actualidad y según las posibilidades, los familiares del fallecido se gastan una importante cantidad de dinero -según posibilidades- para el último adiós terrenal del muerto.

Unas buenas flores, un buen ataúd o una buena comida familiar suelen ser eventos que generan un importante gasto pero que están dentro de la normalidad. Sin embargo hay determinadas culturas, determinadas familias o determinadas personas que se toman lo de la muerte muy en serio y es el lujo quien abre las puertas de su más allá.

Desde Evasión ya se había recogido como los más importantes narcos de la droga se gastaban importantes cantidades de dinero para construir lujosos mausoleos donde restar el resto de los tiempos. Esta cuantiosa inversión funeraria respondía a que los narcos querían seguir manteniendo la imagen y el poder del clan desde el más allá.

Resulta hasta lógico que los narcos quieran mantener su estatus, una vez muertos, por el bien de los familiares que quedan. De hecho, lo de querer mantener un determinado estatus económico una vez muerto es más normal de lo que pudiera parecer.

En al región de An Bang, en Vietnam, los muertos de las familias más humildes son enterrados en lujosos mausoleos, más grandes incluso que las casas en las que vivieron.

An Bang, una humilde aldea de pescadores del centro de Vietnam, alberga el cementerio más lujoso del país, un inverosímil conjunto de decenas de mausoleos familiares cuyos precios llegan a superar los 200.000 euros.

El camposanto, edificado sobre un suelo arenoso frente al mar, ocupa más espacio que el resto de este pueblo de 4.000 habitantes, situado a unos 40 kilómetros de Hue, la antigua capital del imperio anamita.

Escalinatas, patios interiores, tejados abovedados, intrincados diseños de cerámica y azulejo, pilares en forma de dragón, esculturas de unicornios y aves fénix, estatuas doradas, altares... nada falta en estos templos familiares, que llegan a medir 800 metros cuadrados.

La razón de tales dimensiones, tales precios y tales lujos responde a la intención de los emigrantes del pequeño pueblo de pescadores de Vietnam de disfrutar en muerte, en su localidad de origen, lo que no pudieron disfrutar en vida por culpa de su exilio económico.

Dan Le Thanh Long, vecino de An Bang, explica que "este era un pueblo muy pobre, fundado hace cien años por pescadores, y muchas familias tuvieron que emigrar en los años 70 y 80. Muchos ganaron dinero, pero prefirieron llevar una vida humilde y enviar sus ahorros para asegurarse de que sus parientes tuvieran panteones dignos".

Además, Thanh Long, comerciante de 46 años añade que "Ahora tenemos dinero y preferimos gastarlo en eso que en lujos para nosotros. Cuando nuestros parientes del extranjero fallecen, trasladamos sus cuerpos o sus cenizas aquí para que reposen con sus ancestros".

En definitiva, redimirse en la vida eterna de lo que no pudieron disfrutar en vida.

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