
El próximo domingo será Navidad, una de las festividades cristianas que más arraigo tiene en el mundo -especialmente en Occidente-, en la que los deseos de paz y amor lo impregnan todo, sobrepasando los confines de la religión.
Es un tiempo también en el que las familias y amigos se reencuentran; hay abrazos, besos, agasajos, alegría, lágrimas, intercambio de algún presente y en el que muchos suelen fijarse propósitos para el año que comienza. Lo más valioso de la festividad es compartir un tiempo con personas a las que se quiere y aprecia, generalmente alrededor de una cena o un almuerzo el día 25 de diciembre.
Tanto en el septentrión como en suelo austral el sentido de la fiesta es muy parecido; el mejor regalo es la imagen de una familia unida y alegre en la que adultos y niños recuerdan en torno a un ágape el nacimiento de un niño que trae un mensaje de paz "a todos los hombres de buena voluntad", sin distinción de credos. Esta aceptación en países plurales no es compartida por todos; así, el belén se reemplaza por un Papá Noel o Viejo Pascuero u otra motivación. Eso sí, la fiesta familiar es común a todos.
La importancia de la tradición
Cuando se abordan procesos de internacionalización, conocer el sentido de las fiestas locales, las costumbres, la cultura, las preocupaciones que existen allí a donde se acude ayuda a integrarse más rápido, acerca a los países que están distantes, caso de España y Chile, o Latinoamérica y Europa. La celebración de la Navidad es un buen ejemplo, lo más raro no es su significado -que es igual en las dos orillas-; quizás lo más extraño para el que viene del frío es el calor veraniego que acompaña la festividad, o el clima gélido y lluvioso que encuentra el que llega del estío.
En España, como en gran parte del hemisferio norte, los platos típicos suelen calientes: carnes o pescados, dulces y turrones que ayudan a protegerse del frío invierno. En Chile y las demás naciones del hemisferio sur, por el contrario, las ensaladas y carnes asadas al aire libre suelen tener un lugar preferente, coinciden con el comienzo del verano. Sean los ingredientes espléndidos o humildes, lo trascendente es la compañía de familiares y amistades.
Aprovechando esta ocasión tan especial y cercana quisiéramos referirnos a uno de los temas más recurrentes de esto últimos años: la crisis que todavía revolotea entre nosotros y que en los medios de comunicación suele analizarse la mayor de las veces vista desde sus consecuencias económicas, léase el desempleo producido, viviendas sin vender, rescate de bancos, emigración, etc. Hace unos días leímos la carta dominical del arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, quien abordó esta cuestión centrada en el hombre -en la persona-; indicaba algunas actitudes que pueden ayudar a soportar el trance y que en fechas como estas conviene tener presente y sirven en todas partes.
Dice Omella que "es cierto que la crisis es dura y penosa, especialmente para algunos. Pero no podemos perder la esperanza ni las ganas de luchar por salir de la crisis y de las dificultades. A veces se oye decir 'todo está muy mal y aquí no se puede hacer nada'. Los primeros cristianos, que nunca se dejaron llevar por el pesimismo, nos enseñaron a no dejarnos envolver por el desánimo". Continúa: "Sí, los verdaderos seguidores del Maestro, en todos los tiempos, circunstancias y lugares, han vivido con fuerza y con energía tres actitudes que el papa Juan Pablo II propuso en su exhortación pastoral Ecclesia in Europa. Yo las hago mías y os las propongo para que logremos estar a la altura de las circunstancias en estos tiempos difíciles".
Una mirada positiva
La primera actitud "hace referencia a la nueva perspectiva con la que hemos de mirar y contemplar el mundo y la sociedad. Una mirada positiva que no excusa de reconocer las sombras, los errores y los pecados de nuestro tiempo, pero que, a la par, ayuda a reconocer, valorar y potenciar lo positivo que hay en el corazón y en la cabeza de las personas, y también lo positivo de la historia que nos está tocando vivir".
Como segunda sostiene: "Si nos dotamos de esa mirada positiva -fruto del discernimiento evangélico-, crecerá nuestra conciencia de unidad. Hay que decir alto y claro que no hay nada peor y más destructor que la división, la desconfianza y el aislamiento. Sólo se puede construir desde la unidad y desde la comunión. Para los creyentes, es algo innegociable que donde está la caridad y el amor, ahí -y sólo ahí- está Dios".
Como tercera pauta se nos exige: "Hoy es una gran dosis de esperanza". Eso nos llevará "a cambiar nuestro mundo y hacerlo más fraterno y más habitable".
Acaba preguntándose: "Nuestra actitud, en lugar de la condena y denuncia permanente, ¿no debería ser la de reconocer, valorar y estimular los valores positivos que se dan en nuestro entorno? ¡Qué importante es la calidad de la mirada! Aunque sabemos que esa mirada positiva y agradecida no puede impedir que seamos realistas, es importante no perderla y hacerla crecer en nuestras vidas".
Nuestros más sinceros deseos de una Feliz Navidad.
Tomás Pablo Roa es presidente ejecutivo de Wolf y Pablo Consultores, S. L.