Opinión

La fusión de la IA y la nueva economía espacial

  • Es necesaria la cooperación global para hacer sostenible esta revolución

Carlos Floriano Corrales

Hasta hace pocos años, los estados y las agencias gubernamentales eran los únicos agentes que participaban en la industria espacial. Sin embargo, a medida que los costes relacionados con el acceso al espacio se han ido reduciendo gracias a innovaciones como los cohetes reutilizables, han irrumpido en ese sector empresas privadas en busca de beneficios y poder.

Efectivamente, empresas como SpaceX, Blue Origin o Amazon tratan de ocupar ámbitos como la conectividad global, la construcción de estaciones espaciales, el lanzamiento de satélites o el turismo espacial, además de la minería de asteroides o la fabricación en órbita. En Europa está siendo la colaboración público-privada la que ha lanzado, por ejemplo, el programa IRIS2, con el propósito de garantizar la autonomía estratégica en las comunicaciones gubernamentales y de defensa en cualquier punto del planeta sin depender de terceros.

La comercialización de actividades relacionadas con la exploración y comercialización del espacio ha dado lugar a lo que se ha dado en llamar la Nueva Economía Espacial. Esta industria valorada, según el informe de Morgan Stanley The Space Economy's Next Giant Leap, en 350.000 millones de dólares en 2016, podría superar el billón de dólares en 2040 y según el Foro Económico Mundial, en un estudio realizado en colaboración con McKinsey & Company, alcanzaría 1,8 billones de dólares en 2035. En definitiva, el espacio, antes reservado a la ciencia y la geopolítica en manos de los estados, se perfila también ahora como un motor económico en el que participan las empresas.

A pesar de su relativa juventud, la IA está transformando esta industria, porque como ocurre en otros ámbitos donde se incorpora esta tecnología optimiza procesos y garantiza eficiencia. Sin ánimo de ser exhaustivo, podemos decir que en el ámbito de las comunicaciones, la proliferación de constelaciones destinadas a mejorar la conectividad global ha encontrado en la IA un elemento clave para evitar colisiones en órbita -por hacernos una idea de la importancia de esta cuestión en 2024 SpaceX ha lanzado más de 131 misiones con cohetes Falcón 9 y Falcón Super Heavy, frente a las 98 que puso en órbita en 2023-. Pero no es sólo en este sector donde la IA despliega su eficacia, también lo hace en la fabricación en órbita, que se utiliza para construir estructuras directamente en el espacio o en el uso de robots autónomos en la exploración de Marte como el rover Perseverance de la NASA, que utiliza inteligencia artificial para navegar terrenos irregulares, recolectar muestras y realizar experimentos científicos de manera independiente.

Pero la fusión de la IA y la nueva economía espacial plantea un conjunto de problemas que, como señaló Henry Kissinger, debemos resolver de forma global. Efectivamente, cuando en los últimos años de su vida se aproximó al impacto que ocasionaría la IA en la humanidad, reconoció su capacidad para mejorar la vida, pero también advirtió de los riesgos inherentes a su desarrollo y uso descontrolado, por lo que consideraba que era necesario guiarse por la cooperación internacional para abordar los conflictos que derivan de una revolución tecnológica que no conoce fronteras.

Siguiendo sus advertencias, cabe pensar que es preciso regular el uso del espacio, la propiedad y la explotación de sus recursos salvaguardando el interés general. Al mismo tiempo, es necesario garantizar el objetivo de reducir la brecha digital entre unas y otras zonas del mundo, lo que, de hecho, ya facilitan los satélites de comunicación gestionados por IA. De esta forma, los beneficios de esta expansión económica no quedarán concentrados en los gobiernos de un número reducido de países o en las grandes corporaciones, sino que alcanzarán también a los ciudadanos de los países emergentes.

Pero este desarrollo que requiere colaboración internacional y un enfoque ético desde el punto de vista de su regulación, no debe limitarse a ser inclusiva, también debe ser sostenible. Así, si la combinación de la IA con la nueva economía espacial hace posible un control más preciso de la evolución del medio ambiente y ofrece herramientas para combatir los efectos del cambio climático mediante predicciones más efectivas, permite también el ahorro de combustible al trazar las órbitas más eficientes. Sin embargo, todo esto, no debe llevarnos a olvidar que la regulación debe exigir la responsabilidad derivada de la emisión de desechos que representan una amenaza para la sostenibilidad de las actividades espaciales y uno de los principales problemas a los que nos enfrentamos en la baja órbita terrestre.

La fusión de la IA en la nueva economía espacial brinda a los países que sepan estar o incentivar la presencia de sus empresas en este sector unas posibilidades geopolíticas e influencia económica y científica indudables. Pero esto no debe hacernos olvidar que es necesaria la cooperación global para garantizar una regulación ética e inclusiva del espacio comprometida con la sostenibilidad, para que esta revolución tecnológica beneficie a toda la humanidad y preserve el espacio como un recurso común.