Sin aumentos de la productividad no es posible la reducción de la jornada laboral
Sebastián Molinero
Estos días asistimos a un nuevo mantra que, si fuera malpensado, sospecharía que busca endulzar los oídos de la sociedad, actuar como cortina de humo sobre otros problemas y todo ello sin preocuparse realmente por las consecuencias a largo plazo. Pero como no lo soy, lo trataré como una iniciativa motivada con un único interés, que es mejorar el bien común.
Dante ya habló en su día de la relación entre la buena voluntad y el dolor, y cómo por sí sola la buena voluntad asfaltaba el camino hacia el infierno.
El lunes despertamos con los datos de una encuesta según la cual 2 de cada 3 trabajadores estarían de acuerdo con rebajar su jornada laboral a 37,5 horas manteniendo el salario actual. No sé en qué estaría pensando el tercio restante, o cómo debe molar su espacio laboral, o quizá simplemente no creen en los Reyes Magos. Al día siguiente, justo cuando se lanzaba un estudio según el cual la productividad de las pequeñas y medianas empresas cayó en el tercer trimestre de 2023 un 0,9%, la ministra del ramo impulsaba de nuevo la campaña sobre la necesidad de reducir la jornada laboral manteniendo el nivel salarial porque "hay que ganar tiempo para la vida".
No está de más recordar que el tiempo es dinero, y que su relación depende de un factor obviado: la productividad. La productividad es a la competencia empresarial lo que la cimentación a un edificio.
Cuando era pequeño creía que el dinero salía del bolsillo de los papás; mis hijos hoy de la tarjeta de los abuelos o del teléfono de los papás. Y siguiendo esta lógica, el salario sale de la nómina. Magia.
Ojalá pudiéramos hacer eso y mucho más. Pero en España tenemos un enorme problema de productividad, que es como se genera más riqueza con un consumo menor de recursos como, por ejemplo, el tiempo. Pueden ser múltiples las razones de este problema, y de hecho lo son y muy profundas. Pero una de ellas está anclada en el tamaño medio de nuestras empresas. Mientras no se incentive el crecimiento del tamaño medio de las compañías españolas, el tamaño lastra el factor de productividad. Lo vemos claramente en nuestro sector, el comercio profesional de productos para construcción, rehabilitación y la reforma, conformado en su mayoría por pequeñas y medianas empresas. Pero, en general, en casi todos los sectores de la economía española conviven grandes compañías en un ecosistema de pequeñas y microempresas. Y nuestro mayor problema es cómo apoyar el desarrollo competitivo cuando la productividad por empleado frente a grandes compañías es un -38,5% inferior. Y cuando estas grandes compañías multinacionales de distribución hacen uso de su poder de mercado incumpliendo de un modo sangrante por ejemplo los plazos de pago a proveedores. Así, las necesidades operativas de fondos se sitúan en -76,15 días mientras que la pyme española en 235. Es decir, unos se financian de los proveedores y conquistan mercado con buena gestión y malas artes, y otros están obligados a sobrevivir sin poder competir en condiciones únicamente de buena gestión. Todo ello, ajustado en el tiempo, deriva en procesos de concentración de mercado que perjudican a todos, empresarios, trabajadores y consumidores.
Más datos: al existir leyes comerciales que permiten la apertura de los establecimientos hasta 90 horas durante el conjunto de días laborables de la semana, una reducción de la jornada a 37,5 horas supondría en la práctica una subida salarial encubierta equivalente al 6,25%.
En un contexto de pérdida de productividad, tensiones inflacionarias, subida de costes financieros y un muy enrarecido entorno económico, una medida así parece inasumible si no queremos pagar un alto precio social.
Por cierto, también la productividad tiene que ver -y muy especialmente en el segmento pyme-, con el creciente coste que las cargas administrativas y regulatorias imponen sobre las empresas. Recomiendo el trabajo reciente de Mora-Sanguinetti sobre el efecto pernicioso de los excesos regulatorios sobre las empresas. Desde 1995 y hasta 2020 se han aprobado más de 200.000 regulaciones en España. Cualquier persona necesitaría vivir 550 años para aprender cada día este inmenso laberinto normativo. Algo falla en nuestra construcción administrativa, y es cierto que a mayor complejidad del mundo que nos rodea mayor es la tentación a dejarnos guiar por el pensamiento mágico. Y este es el germen del populismo. Y este debate se basa en magia: no hay estudios rigurosos en España que lo refuercen o tracen una senda creíble sobre cómo alcanzar el objetivo.
En este contexto, en el que la falta de productividad de las pymes marca nuestra debilidad como economía competitiva, hablar sin análisis, sin evidencia, sin estudios objetivos comparados… en los términos en los que se está lanzando el debate es un insulto a empresarios y trabajadores. Y es, además, un golpe de gracia para muchas pequeñas empresas cuyo espacio en el mercado será absorbido por compañías muy grandes, generando crecientes tensiones de concentración. La gran debilidad de España es que el peso de las empresas medianas es apenas representativo. O muy grandes o muy pequeñas.
Lo primero que se requiere es generar un marco de incentivos que estimulen al emprendedor para apostar por vías que conduzcan a un crecimiento del tamaño medio empresarial. El contexto generacional en el que nos encontramos podría ser una ventana de oportunidad para ello, por cierto. La consolidación de empresas de tamaño medio es la palanca que permitirá generar incrementos del factor de productividad vía inversión en tecnología y procesos. Y esto además no va de hacer tabla rasa, hay un componente sectorial que requeriría definir el marco mínimo de productividad por empleado según sectores. Estamos sin duda en una fase de transformación, y la misión de las administraciones debe ser apoyar la adaptación. Esta medida así a las bravas está mucho más cerca del concepto de destrucción creativa. Sobre todo, destructiva para la pyme.
Un plan que incentive al empresario para ello, y también al trabajador. Ya que este objetivo requerirá la adaptación de todas las partes. A partir de ahí podría tener sentido valorar iniciativas como la planteada. Pero mientras la política vaya de lanzarnos flores, difícilmente avanzaremos. Y las flores al cabo de unos días marchitan.