El triunfo de la dignidad ante un fracaso necesario
- Feijóo se consolida como líder del centro-derecha a través de este triunfo personal y político
José María Triper
"Soy un presidente de fiar". Probablemente esta fue la frase más repetida por Alberto Núñez Feijóo durante el discurso de su fallida investidura. Un presidente de fiar al que avala su trayectoria al frente de la Xunta de Galicia, y antes en Correos y el Insalud, y que confirmó durante el debate en el Congreso que, aun siendo la crónica de un fracaso anunciado, el supo reconducir hasta convertirlo en un triunfo personal y político. El triunfo de la dignidad al consolidarse como líder indiscutible del centro-derecha y el que necesita España.
Un líder de fiar, en contraste con los cambios de opinión -el eufemismo con el que trata de disfrazar Pedro Sánchez sus engaños y contradicciones- y el nulo valor de la palabra del presidente en funciones del Gobierno. Y un candidato que aprovechó su oportunidad para intentar convencer a la nación presentando un proyecto de país en el que se podían reconocer y compartir la mayoría de los españoles.
Un proyecto constitucionalista –"fuera de la Constitución no hay democracia", recordó- sustentado sobre un discurso de estadista, riguroso en el fondo con propuestas concretas y con el que el líder popular se erigió en valedor y referencia del constitucionalismo, la igualdad de todos los españoles, la normalidad institucional, el Estado de Derecho, del espíritu de la Transición y aportando soluciones de futuro.
Soluciones con pactos de Estado, además de recetas para enderezar el titubeante rumbo de la economía, que apenas esbozó, pero que incluyen la rebaja del IRPF a las rentas medias y bajas con ingresos de hasta 40.000 euros, extender la rebaja temporal del IVA de los alimentos a la carne, el pescado y las conservas, subir el salario mínimo para alcanzar un crecimiento real medio del 2,5% anual en los próximos diez años y la revalorización de las pensiones. Un plan económico, a imagen y semejanza del realizado por Juanma Moreno en Andalucía, que costaría 14.000 millones que posibilitarían una reactivación económica con crecimientos sostenidos del 2,5%, suficiente para financiar esa batería de estímulos y rebajas fiscales y cumplir con el retorno a las reglas de déficit y deuda de Bruselas.
Un discurso con el que Núñez Feijóo consiguió otro de sus grandes objetivos, consolidarse como el líder indiscutible e indiscutido no sólo de su partido, sino de todo el espacio político del centro-derecha y como el hombre de Estado y la alternativa necesaria en la percepción de una gran mayoría de ciudadanos. Hacía mucho tiempo que en el grupo parlamentario popular no se veía tanta satisfacción y tanto orgullo, comentaba un veterano compañero de la información parlamentaria, para apostillar que "se han quitado el duelo de las elecciones del 23.J".
Y frente a ello, Pedro Sánchez respondió con un hecho insólito en la democracia, desde el inicio de la Transición, negándose a responder al candidato en un gesto de desprecio al Parlamento, a la democracia y a los españoles. Y una actitud propia de un autócrata que en opinión de la mayoría de quienes seguíamos el Pleno desde la Tribuna dejaba traslucir descortesía, soberbia y cobardía.
Un presidente en funciones que, sin argumentos para responder al candidato ni para defender sus pactos contra natura con los independentistas y filoterroristas, una amnistía humillante, ni el precio a pagar por los votos que precisa para conseguir una investidura que no ganó en las urnas, soltó en su lugar al lacayo Oscar Puente. Un segundón mediocre para realizar una intervención neanderthaliana – no sólo por el físico- y barriobajera, fiel reflejo de la pobreza intelectual y la bajeza moral de la bancada sanchista y de algunos de sus socios.
Núñez Feijóo se presentó sin los apoyos necesarios para vencer, pero con razones suficientes para convencer como un candidato libre, uno que antepone el interés general a la ambición y que va a esperar su oportunidad, más pronto que tarde -Sánchez podrá conseguir el gobierno pero tendrá casi imposible gobernar- y que ahora sí, está dispuesto y sabe cómo utilizar su mayoría de escaños en el Congreso, su mayoría absoluta en el Senado y su inmenso poder territorial para defender los fundamentos del sistema democrático, del Estado de Derecho, de nuestra Carta Magna y de la igualdad territorial y de las libertades.