Opinión

Subir los tipos, ¿remedio o eutanasia?


    José María Triper

    Es un axioma comúnmente aceptado en la teoría económica que el mejor remedio contra la enfermedad de la inflación es el jarabe de la política monetaria y más en concreto subir los tipos de interés. Y a ello se están aplicando los principales bancos centrales, desde la Reserva Federal de EE UU hasta el Banco Central Europeo (BCE) pasando por el Banco de Inglaterra.

    Pero como ocurre con frecuencia en medicina, también en la economía los remedios dependen en muchas ocasiones de las causas y las derivaciones del padecimiento y en la cuestión de la subida continuada de los precios es sabido que existen dos tipos de dolencias: la inflación de demanda y la inflación de oferta. Y en el caso que nos ocupa y nos preocupa hoy, aquí y ahora parece evidente que tras la fuerte desaceleración de las economías derivadas del COVID 19 y de la invasión de Ucrania, con caídas relevantes en la actividad y en el consumo, aderezadas por los graves problemas de suministro de materias primas y productos intermedios, estamos ante un caso claro de inflación de oferta por inflación de costes.

    Un caso singular en el que aplicar medidas indiscriminadas de alzas en los tipos de interés para restringir el dinero en circulación de las empresas y particulares, elevando también el precio de las hipotecas y los créditos induce a provocar caídas del consumo y la inversión con las consiguientes repercusiones negativas sobre la producción y el empleo que conducen ineludiblemente hacia la recesión, que ya se aproxima implacable a las puertas de España y de la UE.

    No en vano, el gobernador del Banco de España alertaba hace sólo unos días del elevado empobrecimiento de los ciudadanos españoles y denunciaba que ya hay más de un millón de hogares ahogados por sus hipotecas y los créditos, mientras desde la CEOE, en su último informe sobre el panorama económico, advierten que la intensidad del cambio en la política monetaria "con certeza afectará negativamente a la renta disponible de las familias y a la financiación e inversión de las empresas, restando demanda interna".

    Cierto es también que la subida de tipos sirve también para dificultar la financiación pública de los Estados acudiendo al recurso de la deuda, que el disponer de menos margen de endeudamiento debería obligarles a recorte el gasto en pensiones y salarios de funcionarios, además del dispendio improductivo en bonos o subvenciones electoralistas lo que enfría la demanda.

    Y es aquí donde se produce la controversia y el dilema para evitar que sea peor el remedio que la enfermedad. Cuestión que, en el caso de la UE, y a diferencia de Estados Unidos que es exportador neto de energía, algunos analistas estiman que debería servir para que desde el BCE empezaran a abandonar el seguidismo de norteamericano y no haber subido los tipos, o subirlos menos para dejar que el euro se devaluara más respecto al dólar. Porque si en Europa importamos materias primas somos exportadores de manufacturas y productos industriales. Y si es verdad que esto encarecería la energía importada, también lo es que ayudaría a aumentar las exportaciones y se generaría actividad. Todo ello acompañado de políticas de estímulos como bajar impuestos y reducir cotizaciones para fomentar la productividad y la competitividad.

    Como dice sabiamente el refranero, en el justo medio está la virtud, y no estaría más que nuestras autoridades monetarias empezaran a dejar un poco de lado la rigidez de la ortodoxia para valorar con rigor y sin prejuicios hasta qué punto se puede tirar de los tipos de interés sin romper la cuerda de la economía. That is the question.