Opinión

Sus acciones suben, pero Rusia sigue débil


    Matthew Lynn

    Se hunden los precios de su exportación por antonomasia, mientras que sus principales socios le imponen sanciones. Un autócrata envejecido lidera un Gobierno dictatorial e imprevisible, decidido a preservar el status quo y sin ganas de reformas o modernización. No es precisamente el contexto más habitual para un repunte del mercado de capitales pero es que el país en cuestión es Rusia y aquí nunca nada es lo que parece.

    El lunes, el índice Micex moscovita alcanzó un máximo histórico de 1.977 y continúa subiendo. Ha crecido más de un 50% desde el 1.200 que obtuvo hace dos años tras la crisis de Crimea y las sanciones resultantes. Los inversores han acumulado índice. Fue el quinto mercado bursátil con mejor rendimiento en 2015 y frente a la amplia recuperación de los mercados emergentes podría rendir todavía mejor este año.

    El problema es que la economía no se está fortaleciendo realmente. Es verdad que se produjo un repunte de la crisis a principios de década. Las sanciones, como suele ocurrir, no han perjudicado el rendimiento de los negocios locales y hasta podrían haber ayudado. Aun así, depende peligrosamente del petróleo y los recursos naturales, como siempre. Los oligarcas siguen al mando de la industria. Brillan por su ausencia los sectores tecnológicos que un país con excelencia científica debería estar creando. El potencial de Rusia sigue siendo enorme pero las probabilidades de que se modernice con Vladimir Putin y sus compinches son nulas. No deje embaucarse por el repunte bursátil porque no va a durar.

    Medido en rublos, el índice de Moscú ha estado de racha. Subió de 1.600 en enero a casi 2.000 ahora, superando sus antiguos máximos de 1.900 de mayo de 2008, justo antes de la crisis financiera internacional. Está por ver si se repetirá el repunte épico de la década de 2000, donde el índice subió de menos de 200 a 1.900 en cuestión de ocho años. De lo que no cabe duda es que la recuperación ha sido impactante.

    Tomando como base cualquier otra divisa, el auge ha sido mucho más modesto. El índice RTS en dólares sigue muy por debajo de sus niveles de principios de década (menos de 1.000 frente a 1.600 en 2012). Ocurre en muchos mercados emergentes. Con un dólar tan fuerte, a menudo bajan si se miden con esa moneda.

    Para ser justos, se ha producido una recuperación económica modesta. Tras la repentina anexión de Crimea en marzo de 2014 y el crecimiento de las tensiones con Ucrania, Rusia fue objeto de sanciones de Europa y Estados Unidos. Al mismo tiempo, el precio mundial del petróleo entró en caída libre. Fue una combinación catastrófica. El rublo cayó en picado, perdió la mitad de su valor y obligó al banco central a subir los tipos de interés al 17%. Desde un punto tan bajo solo se podía subir.

    La moneda se ha estabilizado, los tipos de interés se han recortado a una cifra más normal del 10,5%, la inflación ha descendido al 7,2% del 16% de hace un año y el precio del petróleo se ha recuperado un poco (por lo menos, ha dejado de caer) y eso ayuda a sus empresas más grandes.

    Hasta las economías más quemadas pueden repuntar de una crisis, aunque eso no es lo mismo que una recuperación sostenida. De eso no hay ni rastro. La economía sigue técnicamente en recesión. En el segundo trimestre de 2016, la economía encogió un 0,6%. Era una mejora frente al 1,2% que menguó en el primer trimestre del año pero no precisamente un buen rendimiento. Todavía queda mucho para que la economía pueda siquiera estar plana. El déficit presupuestario es enorme y el Gobierno ha metido mano al fondo de reservas para financiarse. Acabará agotándose.

    Rusia debería ser uno de los mercados emergentes más atractivos del mundo. Tiene una gama formidable de recursos naturales (abundante oro, hierro, estaño y madera, además de petróleo) que debería ofrecerle a la vez el músculo financiero y las materias primas necesarias para un excelente motor industrial. Posee una de las manos de obra mejor cualificadas del mundo en desarrollo. Sus tasas de alfabetización superan a las de China o Brasil, y más del 50% de los trabajadores poseen estudios superiores, más que en la India. A la vez, el Estado, aunque dominante, es relativamente pequeño y representa el 35% del PIB. Dado que en gran parte procede del sector petrolero, los impuestos son relativamente bajos (el impuesto sobre la renta es un modesto 13%). Aparte del declive poblacional, tiene muchos puntos fuertes.

    Y, sin embargo, no hay signos de desarrollo industrial. ¿Su iPhone está hecho en Rusia?, ¿o su televisor?, ¿o algún producto de consumo que haya visto alguna vez en una tienda?, ¿conoce algún diseñador o inventor ruso, o empresas fuera del sector recursos? No. Un cuarto de siglo tras el colapso del comunismo, no hay indicios de una base corporativa vibrante, nada parecido a Corea del Sur, Taiwán y mucho menos otros países excomunistas como Polonia o la República Checa. Sigue siendo una economía autocrática, en su mayor parte cerrada, dependiente de las exportaciones de petróleo y minerales para mantener a flote una economía interna anémica y sobreprotegida.

    La economía rusa empezará a desarrollarse un día pero solo cuando aparezca una nueva generación de líderes políticos decididos a abrir y liberalizar la economía, y liberarla de las garras del clientelismo del Kremlin. Tras 16 años en el poder, Putin parece más seguro que nunca pero es un mandato largo hasta para los rusos y el final llegará algún día. Puede que la bolsa florezca pero no es más que un repunte de los precios absurdamente baratos de hace dos años. El momento real de comprar será cuando Putin por fin se marche.