España, aún con buena expectativa
elEconomista.es
En una economía globalizada, nada resultaría más temerario que minusvalorar el impacto que tendrá el enfriamiento de la que es ya la segunda potencia mundial: China.
Los riesgos de su desaceleración alertan a los principales bancos centrales, hasta el punto de que la Fed de EEUU baraja no acometer este mes su primera alza de tipos en nueve años, mientras el BCE asegura que está dispuesto a ampliar el programa extraordinario de compra masiva de activos ya iniciado.
La cautela de esta institución es adecuada, dado que Europa sobresale como el principal socio comercial de China, a través sobre todo de Alemania y Francia.
España, por el contrario, se encuentra más protegida, en la medida en que sus ventas a China sólo suponen el 1,7 por ciento de sus exportaciones.
El impacto de los vaivenes chinos sería, por tanto, indirecto, fruto de los ecos que tuvieran en las dos locomotoras europeas y en nuestro socios latinoamericanos.
Sin embargo, este efecto también se verá mitigado por el impulso que para el PIB español suponen los mínimos históricos del petróleo. Estos perdurarán en el tiempo, no sólo por la propia debilidad china, sino por la necesidad de que se normalice un mercado en el que la oferta aún supera ampliamente a la demanda. No existe una amenaza, por tanto, respecto a las buenas expectativas de crecimiento que España presenta para este año y el siguiente.
Datos como la fuerte destrucción de empleo de agosto o el regreso del IPC a negativo son excepciones dentro de una tendencia, en general, positiva, por encima incluso de la incertidumbre política.
Es un contexto que debería aprovecharse para culminar las reformas que España aún necesita para acabar con sus debilidades.