Opinión

"Es la confianza, estúpidos"

    Razones por las que apoyar el universo crypto

    Santi Román

    No se me solivianten con el titular. Estoy parafraseando a James Carville, estratega de Bill Clinton y persona determinante en su victoria en las elecciones presidenciales del 92 frente a George Bush. Si tuviese que adaptarla a nuestros tiempos, sería la que encabeza este artículo.

    ¿Se acuerdan del primer contrato que firmaron? Seguramente tendría muchas menos páginas que cualquiera que suscriban en la actualidad. Hoy cualquier contrato está lleno de cláusulas que intentan limitar y controlar cualquier posible riesgo real o imaginario. Nadie quiere asumir riesgos y nos rompemos los sesos pensando en cómo traspasarlos a los demás. Lejos quedan los tiempos en que la palabra o un encaje de manos bastaba. Hoy da risa solo leerlo. La confianza ha desaparecido en nuestra sociedad; se ha volatilizado.

    Vivimos en un mundo acelerado de la mano de las tecnologías digitales. Esta aceleración ha configurado un contexto volátil e inestable donde es complicado mirar más allá de seis meses. Y sin visibilidad es difícil planificar. Y sin planificación necesitas mucha agilidad para adaptarte a los cambios. La eficiencia de las grandes organizaciones con estructuras muy rígidas líderes en el siglo anterior, deviene hoy una debilidad. Y el antídoto de la incertidumbre es la confianza, un elemento escaso y por tanto valioso. Piensen un momento en la pérdida de credibilidad (y por tanto de confianza) y reputación de las principales instituciones nacionales y supranacionales durante los últimas décadas, en las que hemos vivido una crisis financiera y económica (iniciada en el 2008 y que todavía dura), a la que se suma la pandemia vírica del COVID-19. Hablo de los Gobiernos y de sus gobernantes, de los Bancos Centrales que están creando la madre de todas las burbujas financieras, de la OMS que debía protegernos y que ha fracasado, del FMI, etc. La reputación de estas organizaciones, ganada a pulso en momentos cruciales de la historia, hoy están en mínimos.

    La confianza está detrás de muchos de los debates y estrategias actuales. En la superficie parece que hablamos de otras cosas, pero en el fondo todo gira en torno a la confianza. En el mundo empresarial los servicios y productos siguen su camino a la irrelevancia. Es muy complicado diferenciarse cuando en cuestión de semanas, tus prestaciones hoy exclusivas se convierten en un commoditty. El resultado es un mundo de abundancia de productos indiferenciables y con clientes con más herramientas e información. Para combatir esta tendencia las empresas han invertido en construir marcas y crear plataformas que sirvan de barrera de entrada y salida de sus usuarios. De la plataforma hablaremos otro día, las marcas son confianza.

    Una marca es la síntesis de muchos atributos, valores que una empresa quiere transmitir a su público. Nos identificamos con el aura mística que emanan algunas marcas. Compramos la aspiración, el wanna-be; pagamos un premium por la seguridad (¿confianza?) de esa marca. Un producto Made in Germany, o el slogan "Si no queda satisfecho le devolvemos su dinero" de El Corte Inglés de principios de los 70s sigue estando muy presente en la mente de generaciones de consumidores. La marca delimita el riesgo percibido en la compra de un artículo.

    Algo similar pasa en la industria financiera. Pocas empresas tienen tan mala reputación como las entidades financieras. No conozco a nadie que entre en una oficina bancaria por placer o para pasar el tiempo (alguno habrá), pero es un mal inevitable en un modelo de sociedad donde los bancos son los protagonistas principales. Y es justo esto lo que me ha convertido en un creyente del mundo crypto, a pesar de que a veces me asaltan las dudas. La esencia de mi fe no radica en la tecnología ni en todo el talento que hay trabajando en nuevos protocolos y soluciones, sino en cómo soluciona el problema de la confianza. Les hago una pregunta: ¿Qué valor tiene algo que se puede crear de forma artificial en cantidades infinitas? Poco ¿no? Pues esto es el dólar o cualquier moneda fiduciaria actual. Desde hace casi 15 años, los Bancos Centrales están emitiendo dinero (un papel que hemos convenido que representa un valor y sirve de moneda de cambio) sin precedentes en la historia. Un dinero que sirve principalmente para monetizar la deuda de Estados y empresas. Unos Estados que son incapaces de generar superávit ante su incapacidad de abordar el elefante que tenemos en nuestro salón. Hemos dado una patada adelante esperando el milagro de la desaparición de una deuda impagable, en el que nadie cree. Por eso cuando la directora del FMI sondea la posibilidad de la confiscación de los ahorros privados para sufragar deuda, no es un chiste de mal gusto.

    Es en este punto donde el mundo crypto me parece la solución: teorías de juegos y tecnología para crear protocolos de consenso que fuerzan la confianza entre las partes, de forma que si firmo un smart contract y lo "registro" en la blockchain sé que se cumplirá de forma automática, independientemente de la voluntad de las partes en cualquier otro momento. En los contratos actuales, ya puedes escribir el equivalente a "Guerra y Paz" en forma de cláusulas que, si una de las partes incumple, solo te queda litigar. Acabarán (o no) dándote la razón, pero tendrás que sufrirla.

    Todo lo que rodea la crypto está en una fase embrionaria. Habrá fracasos, especulación y robos (no achacable a la tecnología, sino a la naturaleza humana), proyectos fracasados, etc, pero miren a la luna y no al dedo que la señala. "Es la confianza, estúpidos".