Opinión
La función social de las empresas
Daniel Iglesias
Entre las primeras empresas de carácter artesanal surgidas en la Edad Media y las de hoy en día, en plena transformación tecnológica, hay muchas diferencias fruto de una evolución de cinco siglos. Hoy nadie duda de que las empresas son el pilar de la economía y de que, aparte de producir bienes y servicios para la sociedad que aporten rendimientos a sus propietarios y accionistas, tienen una responsabilidad para con el entorno social en el que desarrollan su actividad. Esta visión no ha sido así a lo largo de la historia, ni mucho menos. Su cada vez mayor relevancia es uno de los principales valores diferenciales de las compañías del siglo XXI respecto a las de épocas anteriores.
En las empresas modernas, especialmente en las grandes y medianas, cada vez cobra más importancia la actividad de responsabilidad social e, incluso, se crean departamentos que dedican exclusivamente a ella. Por poner un ejemplo, según el 'VI Informe del impacto social de las empresas', realizado por la Fundación Seres y Deloitte, estas invirtieron 1.246 millones de euros en RSE (Responsabilidad Social Empresarial) en 2018, unos 200 millones más que el año anterior. También refleja que el 74% de las empresas realiza actividades de Responsabilidad Social Corporativa a nivel internacional. Probablemente, estos datos se verán incrementados considerablemente cuando se publique el estudio de 2020, dado el esfuerzo realizado en la lucha contra el COVID-19.
Pero, ¿qué es realmente y cómo se ejecuta la responsabilidad social? Básicamente, se puede decir que es la concienciación de las empresas para realizar sus actividades de una forma ética y sostenible, el asumir el impacto que generan en su entorno no solo a nivel económico, sino también en el ámbito social y medioambiental. Esta concienciación tiene dos vertientes de actuación. Por una parte, a nivel interno, las organizaciones buscan el bienestar de sus propios empleados, y, por otra, a nivel externo, ayudan directamente a la sociedad, pero también intentan expandir su forma de actuar y fomentar los hábitos socialmente responsables en sus proveedores y clientes.
El bienestar de los empleados se consigue, evidentemente, procurándoles unas buenas condiciones económicas, pero también ofreciéndoles la oportunidad de disfrutar de programas de salud, de conciliación, de igualdad, de flexibilidad horaria y, cada vez más, fomentando la diversidad, la inclusión y la preocupación por el medio ambiente. Este tipo de acciones son fundamentales, en muchas ocasiones, para atraer y retener al mejor talento, para que una persona opte por trabajar en una compañía o en otra. Además, son fuente de motivación y de orgullo de pertenencia a la empresa. Y son especialmente sensibles a ellas las generaciones más jóvenes, muy concienciadas con todo lo que tenga que ver con el reciclado, el cuidado del medio ambiente o el buen uso del tiempo libre. Los empleados necesitan disponer de un entorno en el que puedan desarrollar sus inquietudes extralaborales y participar en este tipo de iniciativas, y cada vez son más las compañías que permiten hacer voluntariado corporativo en diferentes ONG,s, por ejemplo, o que tienen sus propias fundaciones para hacerlo.
Y qué decir de la percepción que se tiene de las empresas desde el exterior. Son cada vez más los consumidores que tienen muy en cuenta las aportaciones y el nivel de participación de las compañías en la resolución de problemas que afectan a toda la sociedad. Las políticas de RSC suman valor a la propia marca, aportan prestigio, buena reputación y ayudan a fidelizar a los clientes. La realidad es que las empresas son las primeras que están ahí y adaptan sus políticas de responsabilidad social cuando surgen necesidades repentinas. Solo hay que echar un somero vistazo a las noticias publicadas por los medios de comunicación en los últimos meses para comprobar la multitud de aportaciones que estas han realizado para ayudar a las diferentes administraciones y a la sociedad a luchar contra el COVID-19 y sus consecuencias. Muchas han realizado donaciones económicas, otras han aportado la experiencia de sus empleados, investigando, fabricando material de protección, acompañando a los más desfavorecidos, etc. Y cada una lo ha hecho en la medida de sus posibilidades, porque en momentos tan críticos toda ayuda es importante y necesaria.
Eso sí, en estos casos hay que resaltar la importancia de no tomar decisiones de forma impulsiva y de una buena colaboración público-privada. Lo ideal es ponerse a disposición de las administraciones públicas o de las entidades del tercer sector, que son quienes conocen de primera mano las necesidades de la sociedad. Es la mejor forma de aumentar la eficacia de las aportaciones empresariales. Una eficacia que es necesario exigir a la estrategia del departamento de RSC en la misma medida que al resto de divisiones. Si las cosas se hacen bien, una buena política de responsabilidad social afectará, en última instancia, positivamente al negocio.